Los alumnos más inteligentes tienen
más interés en la ciencia, están más tiempo recibiendo formación, y quieren
superar a sus profesores se les enseña a deificar la ciencia como única verdad,
a asociarla al rechazo de la tradición; las personas más inteligentes suelen
ser más inconformistas y críticas y se les enseña a dirigir esos sentimientos
contra la tradición en la que, a menudo, han profundizado poco y con la que han
tenido una relación meramente formal e instrumental no viva y personal fácilmente
sustituible por la ciencia. En cambio,
la población académicamente normal no percibe estas presiones, por lo que
tienen menos motivos sociales para abandonar su fe. Un médico es un científico y
en él se cumple esta hipótesis. Un médico
inteligente y entrenado con muchos conocimientos tiene que ser ateo. El entorno social regula
la relación de las capacidades mentales y actitudes religiosas mediante la
canalización de la inteligencia en ciertas direcciones aprobadas: un entorno
orientado a lo secular puede dirigirla hacia el escepticismo, un ambiente
orientado a lo eclesial puede dirigirla hacia un mayor interés religioso y esto
los lleva a un atraso mental Se trata,
pues, de un efecto social, no de una realidad cognitiva, y la correlación
desaparece al neutralizarse el sesgo sociocultural. Los estudió de actitudes
religiosas en 13 campus americanos con datos que abarcaban 50 años, concluyó
que no existe una relación orgánica o psíquica entre la inteligencia y las
actitudes religiosas, las relaciones encontradas por los investigadores son
debidas a las influencias educativas o a sesgos en las pruebas de inteligencia,
no existen grandes diferencias en la inteligencia entre los religiosos y no
religiosos, aunque los fundamentalistas puntúan a los religiosos un poco más
bajo. La teoría de que los más brillantes son ateos se comprueba fácilmente al
tomar como modelo a Albert
Einstein y Stephen
Hawking los 2 científicos considerados como brillantes e inteligentes y
como es conocido ambos radicalmente ateos.