- Perversidad (Scarlet Street, Fritz Lang, 1945. EEUU): probablemente sea esta la cúspide de la relación de Fritz Lang con el cine de Estados Unidos, además del más oscuro de sus films americanos, una incontestable pieza maestra del noir. Construida a partir del tema de la dominación, maquinación y la manipulación amorosa, que termina arrastrando al protagonista a un trágico y fatalista desenlace, carcomido por el remordimiento, la culpa y la aflicción. Dudley Nichols, quizás el guionista más reputado del Hollywood de la época, firma un libreto excepcional que adapta la anterior La golfa, la cual desconozco y que fue dirigida por Jean Renoir a principios de los 30. Los cinco minutos que dan cierre al relato, culminando con la solución visual que Lang propone convirtiendo una concurrida calle neoyorquina en una desierta tan sólo ocupada por el protagonista y su soledad, son sencilla y antológicamente tristes. El mismo protagonista de La mujer del cuadro (The woman in the window, 1944) mataría por tener un final como el de aquella en lugar del que el genio del cine negro le entrega, nunca galardonado con un Oscar por cierto.
- Sunshine (Danny Boyle, 2007. Gran Bretaña): desacertado relato de ciencia-ficción espacial, convertido en imposible slasher en su último acto, proveniente de un realizador nada acostumbrado a este tipo de historias, y se nota una barbaridad. Insulso mejunje entre Esfera y Alien. Algo así, aunque posee, eso sí, un nivel técnico más que aceptable.
- Digging up the marrow (Adam Green, 2014. EEUU): pasa el corte, pero no deja de ser otro mockumentary (falso documental) como tantos otros que pueblan la industria del cine de horror últimamente como forma de añadir un punto de verismo a los hechos sobrenaturales que narran. Aquí la gracia (es simpática, de verdad) está en el tema que trata: un director de cine (real, Adam Green, autor de la estupenda Frozen, así como todos los demás personajes: su cinematógrafo, su montador, su mujer) de terror entrevista a un hombre (el único personaje de ficción) el cual afirma estar convencido de la existencia de monstruos bajo tierra, los cuales tienen su propio mundo debajo del nuestro y que no son otra cosa que bebés deformes que fueron rechazados en su momento por su fealdad. Funciona como original homenaje al terror más sobrenatural y clásico, aunque pesa que sea parte de un movimiento que ya aburre, más su limitado nivel técnico (los monstruos resultan bastante de quita y pon), pese al encanto que le da al producto. Muy reivindicable, no obstante.
- Thanatomorphose (Éric Falardeau, 2012. Canadá): uno de los films independientes (su puesta en escena no puede resultar más lenta y precaria por lo que respecta a medios, además de contener muy poco diálogo) más extremos y repulsivos no ya de los últimos años, sino de las últimas décadas. Trata sobre la descomposición del cuerpo humano tras la muerte, o sea, la putrefacción, pero… en vida. En este caso, en el de una joven (fea como la madre que la parió, por cierto). Su autor, en su primer trabajo, no escatima engore ni se ahorra secuencias, dando continuamente muchísimo asco. Para colmo, lo mezcla con el sexo (necrofilia), con lo cual ofenderá y hará vomitar a mucha gente. Film que se odiará o se amará. Muy controvertida. Yo estoy en el medio: me dio mucha grima pero celebré que su autor tuviera el valor de mostrar ciertas imágenes. Aguantarla entera requiere valor. Uno de esos films por los que hay que dar gracias a Internet: dudo que se distribuyeran fácilmente.
- City hall. La sombra de la corrupción (City hall, Harold Becker, 1996. EEUU): ambicioso (de más) y clásico film americano-neoyorkino sobre los claroscuros de la política que tan trendy estuvieron en los 90, en un trabajo que nunca se decide ni por el drama político ni por el policial, realizado por un nunca demasiado bien considerado aunque siempre correcto Harold Becker (El campo de cebollas, Melodía de seducción, Malicia), que, sin estar nada mal y rezumar elegancia por los cuatro estados (música y cinematografía sobre todo, además de contar con un Al Pacino quien, incluso a medio gas, se merienda a todo aquél que comparte una escena con él), podría haber dado más en manos de un director más acostumbrado a estas historias (pedía a gritos a Sidney Lumet, que firmaría su propia City hall un año más tarde con Night falls on Manhattan). Escrita a bastantes manos, sobresalen las de Nicholas Pileggi y Paul Schrader, dos notables guionistas dentro del campo criminal, aunque de muy distinta índole. El film da inicio con un trágico incidente: un policía, que para colmo no estaba ni de servicio, se las tiene en plena calle y a la luz del día con un sobrino de uno de los mayores jefes de la mafia de la ciudad, resultando muerto en el tiroteo, además de esos dos, un niño pequeño que iba de camino al colegio con su padre. A partir de ahí multitud de preguntas surgirán por parte de la prensa, a las cuales intentará dar salida un joven e idealista ayudante del alcalde de la ciudad. Por supuesto, al final todos están más o menos comprados, sólo que algunos callarán y otros no. El (moralmente discutible) epílogo así lo demuestra. Siendo un film notable, su excesiva ambición (cuenta demasiadas cosas y no del todo bien, creando confusión) le impide ser la gran obra que pretendía.
- Los vengadores (The avengers, Joss Whedon, 2012. EEUU): soberbio y fascinante ejemplo de cine-espectáculo (más lo segundo que lo primero, mal que pese) non-stop de la Marvel, esa factoría de tebeos reconvertida en megaproductora cinematográfica. De una aparatosidad que corta la respiración secuencia tras secuencia, es entretenida a lo bestia, quizás hasta rozar lo desaconsejable dada su duración de 135 minutos. Recopila a los protagonistas de sus, en su mayoría, notables además de jóvenes producciones, en una película, a saber: Capitán América, Thor, Hulk y Iron Man. La caracterización dentro del guión, el propio guión y la puesta en escena poseen un tratamiento inusualmente notable para una producción como esta, más allá de su efectismo como blockbuster. Sencillamente una de las mejores muestras, si no la mejor- si dejamos a un lado la trilogía nolaniana- de cine superheroico contemporáneo. El estreno de su segunda parte es inminente.
- El exorcista II: el hereje (Exorcist II: the heretic, John Boorman, 1977. EEUU): poco menos que desastroso (y en todo lo excéntricamente mediocre que reúne se halla quizás su, eso sí, minúscula reivindicación) follow up del célebre chiller realizado cuatro años antes. Construida sobre los cimientos de la metafísica y el esoterismo, tira más del hilo de la terroríficamente maravillosa La profecía (The omen, Richard Donner, 1976) que del original que, presumimos, alarga, creando una trama sin interés (sospechosamente unida a la propia falta de interés con la que sus creadores probablemente afrontaron el proyecto) ni ritmo, resuelta de la forma más demencial posible por un realizador que ya había vivido sus días más fértiles (A quemarropa, Defensa). Era difícil acercarse al nivel que un afortunado y oportunista Friedkin lograría con la adaptación de la novela génesis de todo, pero esta secuela dista mucho de alcanzar un nivel cuanto menos aceptable. Se salvan un diseño de producción y una fotografía currados, pero el guión y su puesta en escena, que pesan muchísimo más en cualquier película, son sencillamente imposibles.
- Would you rather (David Guy Levy, 2012. EEUU): entretenido y macabro thriller, digamos de horror, donde unos desconocidos son reunidos en una casa a jugar a “¿Qué prefieres?” con pruebas violentas. El ganador se llevará un buen dinero y se dejará sus preocupaciones vitales dentro de la casa. Por supuesto, sólo puede quedar uno. El personaje del conductor del juego es el mejor, con una mala baba irritante, que hace que, más un ritmo que no decae, no se pierda el interés nunca y se consiga ver del tirón sin bostezos. Se agradece que se carguen al personaje que, en paralelo y carcomido por el remordimiento, marcha hacia la casa a rescatar a la protagonista, para así poder seguir con el juego sin “interferencias”. Tampoco tiene prácticamente gore, que la hace más accesible, y la puesta en escena de las torturas es simple en su planteamiento aunque efectiva en su resolución. Bebe de las excelentes The killing room (2009) y Das Experiment (2001). Una serie B de sobrada solvencia.
- Sabotaje (Saboteur, Alfred Hitchcock, 1942, EEUU): aquí todavía en sus inicios en tierras yankees, es un film menor en la carrera del maestro, y por lo tanto no obviado pero sí menos analizado en buena parte de sus estudios, dossiers y antologías, resulta no obstante ampliamente reivindicable gracias al contexto sociopolítico en el que fue realizado y al mensaje que profana (quizás es más aceptable como obra propia de su tiempo que como película hitchcockiana cien por cien). Thriller de espías, puede ser vista como un precedente lejano de lo que en 1959 supondría otro gran divertimento de Con la muerte en los talones (North by northwest, 1959). Pese a tratarse de un mero entretenimiento de calidad, posee uno de los momentos cumbres en la carrera del realizador inglés, como es el clímax en lo alto de la Estatua de la Libertad de Nueva York. Sirve como mera evasión, más allá del tratamiento psicológico que Hitchcock impregnaría a algunas de sus obras de mayor altura.
- Carne trémula (Pedro Almodóvar, 1997, España): celebrado internacionalmente, es una muestra más del singular microcosmos que crea Almodóvar en su cine, a gusto del consumidor. Melodramas (aunque acabe tomando cuerpo de film de intriga) sin duda, no ya calificados de extraños sino de directamente almodovarianos, entiéndase esto como un cúmulo de excentricidades e infidelidades provocadas por el deseo, constante mayúscula en el cine del manchego. Adapta una novela- inglesa para más señas-, algo nada habitual en el cine de su autor. En resumen, Almodóvar ha realizado mejores y peores trabajos, pese a lo cuidado de ciertos aspectos como la puesta en escena y la estética. Y al menos Almodóvar no se dispersa tanto como en sus inicios.
- Night of the demons (Adam Gierasch, 2009, EEUU): más que aceptable remake de la homónima La noche de los demonios (1988), y película que desconozco. Su mayor encanto reside en el apego a la estética y a los efectos de la época del film que adapta (o sea, old school), además de poseer un ritmo envidiable y un tono gamberro y desenfadado que hace que se pase en un abrir y cerrar de ojos. Pese a lo risible de sus interpretaciones, su honestidad la hace sobrepasar el aprobado con creces, aunque duela ver a un otrora prometedor Edward Furlong (Terminator 2, American history X) pululando por esta clase de proyectos.
- La mujer del cuadro (The woman in the window, Fritz Lang, 1944. EEUU): excepcional noir que forma parte de los mejores años de la carrera americana de Lang y el cual toma la atmósfera de una tanto inquietante como insospechable pesadilla freudiana (el plano del reflejo de la mujer mientras Edward G. Robinson observa el cuadro en el escaparate es, de verdad, histórico), trascendental dentro de la carrera del muy reconocido realizador alemán, jugando con el expresionismo que tanto utilizó en sus inicios tanto él como el cine alemán propiamente dicho. Lang, un cineasta con un talento innato para el buen tratamiento de multitud de géneros, dirige de forma admirable uno de sus títulos popularmente quizás menos populares pero que resultan de una calidad superior, cercana a la órbita de las obras maestras. Genial.
- Vampyr (Carl Theodor Dreyer, 1932. Alemania): aplicadísimo y visualmente superior- hace un uso fascinante de lo hipnótico y onírico, gracias al uso de una atmósfera terroríficamente efectiva)-, es el primer trabajo más o menos hablado- todavía hay pasajes escritos, fruto de los primeros y dubitativos años de transición del cine silente al sonoro- del director de La pasión de Juana de Arco (1928) y La palabra (1954), que da al conjunto un tono pesadillesco (la poderosa importancia de las sombras, o la escena del entierro del protagonista…) absolutamente formidable.
- Caza de brujas (Guilty by suspicion, Irwin Winkler, 1991): correcta - nada más - recreación de la tristemente célebre época de las audiencias del Comité de Actividades Antiamericanas a principios de los años 50 del año pasado, que se explayó en Hollywood dando caza a gente del cine (guionistas y directores principalmente), o a gente delatada por estos, acusados de confraternizar con partidos y gentes afines al comunismo. Winkler, notable productor en su debut tras las cámaras, no ahonda en demasía en los entresijos de una trama hasta ese momento prácticamente tabú, y absurda por otra parte, centrándose en el dilema personal del personaje central, un Robert de Niro comprometido lo justo. Filmado con pureza y solidez aunque sin arriesgar, con un tono átono. Sirve como elemento didáctico.
- La casa de cera (House of wax, Jaume Collet-Serra, 2005. EEUU): film que obvié en mi entrada sobre los remakes USA del cine de terror de años atrás, tampoco fue un gran error, ya que, aunque comparte título y algún punto temático con sus dos referentes (la versión de los 30 y la de los 50), recuerda en exceso a la magnífica nueva versión de La matanza de Texas despachada en 2003. Horrendamente interpretada por directamente retrasados, sí presenta un diseño de producción realmente estimable (tomarse al pie de la letra el título de la película, más lo bien recreado que está el pueblo fantasma) y las muertes de los personajes (uno las espera impaciente) resultan efectivas, al menos la primera. Puede decirse que es un film que hasta medianamente mola.
- La comunidad (Álex de la Iglesia, 2000. España): a caballo entre la comedia negra y el suspense, el nunca demasiado bien considerado- pese a la personalidad que sus trabajos irradian- Álex de la Iglesia realizó una de sus películas, si no más conseguidas (800 balas o El día de la bestia quizás son superiores), al menos sí más populares. Un guión bien construido, el cual es lo mejor de la producción y que lo es gracias a la disección que realiza de los múltiples personajes, presenta a una agente inmobiliaria (una estupenda Carmen Maura) que descubre, en una comunidad de vecinos donde intenta vender un piso, un botín de 300 millones de las antiguas pesetas, premio de una quiniela cuyo benefactor acaba de fallecer. Los vecinos, a sabiendas de dicho dinero, harán lo que haga falta con tal de que ese dinero no se lo lleve la mujer. La puesta en escena resulta poco menos que perfecta, y el susodicho bien escrito guión, más el acertado ritmo que de la Iglesia imprime a la función y que hace que no decaiga el ritmo, componen un trabajo notable y una de las películas españolas más ingeniosas de los últimos años. La fiesta en casa del vecino es de un humor macabro realmente excelente.
- El año más violento (A most violent year, J.C. Chandor, 2014. EEUU): de notable prestigio es, cuanto menos, la carrera que se está labrando el cineasta norteamericano J.C. Chandor al margen del cine mainstream: su primera película, Margin call, fue una formidable crónica de justamente las pocas horas anteriores (la noche antes) de la última gran crisis financiera mundial, mientras que su segundo trabajo fue un arriesgadísimo trabajo de casi cine mudo que aburría hasta las ovejas pero que demostraba su talante echao pa alante. Ahora, escribe y firma un relato (es una forma de hablar, ya que supedita todo a la atmósfera más que a la narración de, en esencia, algo) en el Nueva York de principios de los 80 donde lo más interesante, aparte del ya mencionado tono, es el contraste en el trazado de personajes, aquí una pareja emprendedora, él latino y firme defensor de la legalidad y la honestidad para con los negocios, y ella norteamericana y emparentada con miembros del crimen organizado (o sea, con bastantes menos escrúpulos que él). Una puesta en escena depuradísima y una fotografía excepcional (deudora de la utilizada en la trilogía de El padrino) terminan de redondear un trabajo cercano al sobresaliente en el que cual planean las sombras de grandes americanos como Lumet. Y Oscar Isaac firma una labor interpretativo sublime.
- La ciudad desnuda (The naked city, Jules Dassin, 1948. EEUU): la primera producción, digamos, de envergadura, rodada en la ciudad de Nueva York y no en un estudio, por un realizador que todavía dirigiría su mejor película en suelo yankee un par de años más tarde, está reconocida por la Biblioteca del Congreso como una obra de gran relevancia, pese a que no pasa de ser un noir simplemente satisfactorio (su ficción policial está bien articulada, todo sea dicho), más célebre por el look documental mencionado arriba y el cual abrazó el género negro esos años, influenciado por el naturalismo, que por sus méritos estrictamente artísticos.
- Rio Bravo (Howard Hawks, 1959. EEUU): western de una altura superior en el que Hawks, gran cineasta del Hollywood clásico donde los haya, más o menos rompió con el canon del género (en el sentido de la puesta en escena), ofreciendo un relato con una claustrofóbica e intimista atmósfera, alejado del tono crepuscular y prescindiendo, casi en su totalidad, de los planos exteriores y concentrando la mayoría de su acción en un pequeño calabozo y el saloon de un pequeño pueblo fronterizo. Planteada por su autor como una contestación a otro gran western de los 50 como Solo ante el peligro (High noon, Fred Zinemann, 1952), es en realidad un retrato de la amistad y la camaradería. Sobresaliente. Años más tarde John Carpenter realizaría una magnífica y más o menos nueva versión, en clave policíaca, con su segunda película, Asalto a la comisaría del distrito 13 (Assault on precinct 13, 1976).
- Dead end: atajo al infierno (Dead end, Jean-Baptiste Andrea y Fabrice Canepa, 2003. Francia): modesta y muy limitada cinta de supuesto horror francesa (rodada en inglés con actores norteamericanos), y sin gracia. Su discutible encanto reside en la sencillez de sus medios y de su planteamiento deudor de los 80: una familia en coche, la noche, una carretera secundaria y el terror, donde parece que la familia da vueltas y vueltas al mismo circuito al perderse y donde serán acechados por una mujer de blanco y un coche antiguo, de estilo fúnebre. El final es una gran e incomprensible decepción. El resto del relato transcurre entre la convención y la comedia sin gracia.
- J. Edgar (Clint Eastwood, 2011. EEUU): condescendiente retrato (fue un crápula de cuidado, pese a que también es responsable de grandes avances en el campo de la criminología), aunque bien filmado, en seguramente el trabajo de mayor fuerza visual de Eastwood desde Million dollar baby(2004) y a falta de ver la muy celebrada El francotirador (American sniper, 2014), de uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos desde los años 30 del siglo pasado hasta su muerte, iniciados los 70, décadas entre las cuales tuvieron lugar episodios capitales para entender la historia y cultura americana, como las guerras contra tanto el gangsterismo como los extremismos (anarquismo, nazismo y, sobre todo, comunismo), así como también los derechos civiles. Fotografiado de forma extremadamente bella, con tonos grises que, de alguna manera, simbolizan la sordidez del personaje y sus acciones, Eastwood no puede evitar las trampas de cualquier biopic, lo cual no quiere decir que no sea valiente al retratar ciertos aspectos de la vida de Hoover, como su supuesta y exquisitamente bien tratada homosexualidad, más o menos expuesta explícitamente, o el tratamiento de la verdad. Lo dicho, quizás de lo más sólido de un cineasta, a mi juicio, bastante irregular pero que cuando acierta lo hace de pleno.
- The canyons (Paul Schrader, 2013. EEUU): absoluto desastre en forma de thriller erótico proveniente de una de las personalidades de mayor fuerza expresiva del cine USA de hace unas pocas décadas, donde, a pesar de tener una carrera irregular (nada comparado con esto que firma) escribió algunos de los mejores trabajos de Scorsese, además de ser el autor total de películas altamente estimulantes como Hardcore (1979), American gigoló (1980), un buen remake de un clásico del terror de los 40 como El beso de la pantera(1982) y dos sencillamente excelentes thrillers, ya en los 90, Posibilidad de escape (Light sleeper, 1992) y esa obra maestra llamada Aflicción (1997). El porqué Schrader ha terminado haciendo esta clase de cosas sólo lo sabe él, con la bandera del chonismo americano como Lindsey Lohan se supone que actuando en una intriga a no sé cuántas bandas cuyo único interés reside en ver a las féminas. Horrible trabajo.
- The green hornet (Michael Gondry, 2011): cuanto menos curiosa producción, a caballo entre el (en algún momento brillantemente parodiado) cine superheroico y la comedia de la factoría Rogen & Goldberg, el primero además en su ya habitual rol de productor, actor protagonista y guionista, ensanchando un poco más su manera de ver el cine, firmada además por un creador de firme naturaleza autoral como Gondry, de modo que el que en esta ocasión pierde fuelle personal es el realizador, quién firma el asunto con desgana. Así, la atención recae (la película es débil aunque ocasional e intermitentemente atrayente) en el cómo más que en el qué.
- La dalia negra (The black dahlia, Brian de Palma, 2006. EEUU): gran trabajo (con seguridad, el último) de Brian de Palma, quién construye, adaptando una novela de James Ellroy, autor que ya diera pie a una de las mejores piezas vintage noir de los 90 (cine negro a lo años 40, en cuanto a tono y ambientación) como L.A. Confidential (Curtis Hanson, 1996), un complejo puzzle de personajes para una trama de una sordidez notable (una aspirante a actriz en el Hollywood de los años 40 es violentamente asesinada, destapando una red de prostitución). El film es admirable en casi todo, desde la puesta en escena, destacando el movimiento en grúa de la cámara tras el tiroteo y en el cual se descubre el cuerpo de la actriz (puro de Palma), o la escena en la escalera de caracol, hasta la fotografía. Ya no lo es tanto en seguir una trama demasiado alambicada para el espectador, al que bombardea con una retahíla de nombres imposible de recordar, aunque eso es lo de menos. Y también deja mucho que desear en la interpretación, de la que apenas se salvan Eckhart y Swank, con bastantes más tablas que los otros dos. Aún así, que los árboles no impidan ver el bosque: un trabajo altamente disfrutable si se acepta el juego y las reglas que propone.