Revista Cultura y Ocio
Al atardecer, las calles estaban llenas de personas lamentando no haber acudido a tan hermoso espectáculo. Esa mañana llovió salsa de tomate y fue tanta que endulzó hasta la sal. La conciencia sucia de algunos habitantes del pueblo los obligó a refugiarse en sus casas creyendo que de sangre se trataba. Hombres de fe se arrodillaban y los hacían orar junto a ellos, mientras los soñadores y los idealistas sonreían y disfrutaban de un sueño, de una aventura infantil, de una lluvia roja que los convertía en insignificantes amasijos de puerilidad. Así fue la mañana para ellos, pero aquellos que se lamentan, aquellos racionalistas que echan a perder la fiesta, aquellos que presumen haber superado la ignorancia, fueron ellos quienes liberaron a los toros del establo. Imaginen lo que sucedió, imagen el clásico cliché, imagínense corriendo delante de ellos, a un segundo de ser atropellados, imagínense liberando baba, sudor y lágrimas. Para quienes se preguntan el por qué de la lluvia de salsa de tomate, pregunten por el anciano loco que vive en las afueras. Él prepara una lluvia de conejos para el día de mañana, pero... ¡shh!... es un secreto.