Dicen que el director Lee Daniels buscó a la protagonista de Precious lo largo y ancho del país, hasta que un buen día aterrizó en un Mc Donals cualquiera y allí estaba ella, sirviendo hamburguesas detrás del mostrador. Seguramente el papel de una chica negra, analfabeta, pobre, violada y con dos hijos no era el personaje más goloso para una debutante, pero gracias a él, Gabbi Sidibe pasea ahora su cuerpo serrano por todas las alfombras rojas y ha olvidado el olor a fritanga. Precious es una auténtica bajada a los infiernos, una familia cuya psicótica madre insulta a su enorme hija, violada por su padre con el que ha tenido un hijo con síndrome de down, que la abuela trae a casa antes de que la asistenta social aparezca para no perder el subsidio. Sin recursos, sin futuro y sin presente Precious sueña con un novio guapo, de piel clara y buen pelo, que cante con ella en el coro de la iglesia y le acompañe a las sesiones fotográficas. Pero la realidad que ha creado para ella el mundo es bastante distinta. Una versión XXL de Amelí donde la protagonista encontrará refugio en sus propias fantasías y en algunas personas bienintencionadas. Precious es el gran poso de esta sociedad miss América, una película de denuncia que el propio sistema se encarará de fagocitar y digerir –de esto hablamos ARM y yo hace tiempo-, y si no vean el glamour con el que se pasean sus protagonistas por los festivales, haciendo gala del sueño americano en el caso de protagonista. Es como una gran broma. Buena película, eso sí.
Pitu