Hoy, 11 de enero de 2012, inicio la publicación de una serie de artículos que han de catapultarme al más hondo abismo en el afecto de la mayor parte de los lectores. Será inevitable que levanten ampollas en un país donde se ha impuesto la hipocresía como retórica y lo políticamente correcto como argumento. La verdad desnuda, expuesta con todos sus matices, hiela la sangre a un cuerpo social al que la molicie seudointelectual ha debilitado. Es por ello que tanto valdría titularlo Rompiendo vientos como Miscelánea suicida.
Advierto a quienes buscan en la opinión de los demás la confirmación de sus ideas que no sigan leyendo. Yo no escribo para contentar a nadie. Los prevengo de perder el tiempo buscando en mis escritos aproximaciones o guiños a alguna ideología. No me adscribo a ninguna. Para mí adscribirse a una doctrina ideológica es extender un cheque en blanco a los prejuicios y abrirle las puertas al fanatismo.
Todas esas sesudas teorías socio-político-económicas, nacidas de vanidades enfermizas y que no tienen otra justificación que acrecentar los cínicos tentáculos del poder, me afilan los colmillos y me aflojan el vientre. No soy capaz de metabolizarlas sino en forma de retortijones. Por la misma razón que no necesito vestidos al último grito para satisfacer mi ego tampoco necesito doctrinarios al uso para cubrir la absurdidad de mi existencia. Los paquetes ideológicos, como las modas en el vestir, sólo lucen a los necios. Se inventan para lucrarse a costa de los ignorantes y viciados.Ningún diseñador en su sano juicio se pudre bajo su ropa de pasarela.
Tampoco hallarán en mi obra concesiones literarias para ganar amigos, aplausos y favores. Tan hecho estoy a la soledad y a los palos que me sobran los unos y los otros. Mis reflexiones sólo son aptas para espíritus libres a los que ni mata ni enferma enfrentarse con opiniones sinceras.
Al que le duelan las conclusiones a que llego no tiene más que desacreditarme como guste, tachándome de lo uno o de lo otro a conveniencia. Pero sepan que se equivocarán completamente en el daño que querrán ocasionarme. Tengo asumida la injusticia que me espera. Estoy acostumbrado a ella. Y preparado a conciencia para soportarla. Conozco el mundo en que vivo y la pasta de que están hechos mis congéneres. Además, forma parte de mi plan suicida, pues estoy convencido de que la libertad intelectual no se alcanza sino asumiendo la hoguera.
La renuncia a saborear el éxito literario me da una ventaja: no he de plegarme a ninguna exigencia mundana. No temo las críticas y navajazos bajunos movidos por el miedo, la envidia, la venganza, la ignorancia o la malicia de los ofendidos e idiotas de turno. Que arrecien las críticas contra mí poco me importa. La muerte impone más que la opinión del más sagaz de los detractores. Mi obra no es impulsada ni por el afán de laureles ni por el ansia de hacer caja. El éxito literario, soñado o alcanzado, coarta la libertad creativa. El ego y la codicia son malos aliados en esta aventura. Si en una sociedad que valora más las posesiones materiales que las virtudes humanas a los escritores que ansían coronarse en vida se les impusiera por decreto ser póstumos, el número de joyas literarias se multiplicaría. Sin las leyes editoriales, el miedo al rechazo, la codicia jugando sus bazas y la vanidad engominando las ideas, la literatura sería un purasangre a galope tendido. Sí, el sueño de gloria, fama y dinero corrompe la tinta.
Créanme, uno ha de saberse solo en el mundo para ser libre de verdad.
Y a qué viene todo esto, se preguntarán. Pues viene a quepienso que no hay pasatiempo más digno que el de cuestionar el mundo en que vivimos. A fin de cuentas se trata de la savia que alimenta o envenena nuestra existencia –según se mire. Atacar con razones lo que se considera erróneo y respaldar lo que se considera acertado, siempre y cuando el objetivo último sea intentar mejorar lo existente, lo considero un acto loable. Y a ello me aplico. Moleste a quien moleste y aunque en ello vaya mi perjuicio.
Y por si mis opiniones pueden parecer a veces desalmadas, vayan por delante mis disculpas. Aunque alego en mi defensa que no es culpa mía el que la degeneración moral e intelectual de nuestra era haya llegado al extremo de que el sentido común hiera. Comprenderán que si la sinceridad y la honestidad en el pensar escandalizan no voy por ello a lijarme la lengua o amputarme la mano. Mejor es que se tapen los oídos los borregos a los que perturba una idea expresada con franqueza y que cieguen sus ojos los hipócritas a los que ofende una opinión sincera que no mide su conveniencia y su adecuación a los tiempos en que vivimos.
Quizá ahora comprendan por qué me asusta el común de los mortales. Los considero productos inestables del vaivén circunstancial. Nitroglicerina con sangre. Si no nacen embalados es por no rasparle la matriz a sus madres. Si nacieran en un huerto serían vegetales. Vegetales felices, amargados, tristes, contrariados, ambiciosos. Pero eso, vegetales. Así que no tengo por qué tomarme por una ofensa que se me tache de loco. Es mil veces mejor estar loco que ser una alcachofa o un rábano.
Resumiendo, mi intención con estos artículos es desahogarme. No les extrañe si los acribillo con los balines que me salen del alma. Es lo que tiene internet, que permite a los proscritos como yo romper la criba editorial del sistema y manifestarse. Y tantas ganas tenía que me descargaré a gusto.
De todo corazón lo digo: ¡me duele el hígado!
Que sean felices...