A menudo nos sucede que, mientras vemos la televisión, oímos la radio, navegamos por internet o leemos una novela o un artículo, nos topamos con una palabra que nunca antes habíamos oído ni leído y, como por arte de magia, a partir de ese momento en que tomamos conciencia de su existencia, esa palabra no deja de seguir apareciendo en los programas de televisión que vemos, en la radio, en internet o en nuestras lecturas. ¿Cómo es posible que nos hayamos pasado la vida desconociéndola y ahora parece que nos persiga por todas partes?
Sencillamente, porque siempre estuvo ahí, pero hasta ahora no la habíamos descubierto. La mirábamos sin verla, la oíamos sin escucharla. Hasta que un día nos dignamos a prestarle atención, a reparar en su existencia y a hacerle un hueco entre nuestras neuronas.Lo mismo nos pasa con las personas con las que nos cruzamos todos los días, pero no reparamos en ellas. Desconocemos sus nombres, sus historias, sus desvelos. No les prestaremos atención alguna a menos que un día coincidamos con ellas en una situación crítica que nos obligue a ofrecerles nuestra ayuda o a aceptar la suya. Entonces las descubriremos de verdad al prestarles una atención que hasta el momento habremos considerado innecesaria.Cada vez que nuestra atención se fija en un elemento nuevo, ya sea una persona, un paisaje, una obra de arte o un libro desconocido, nuestra mente se abre hacia universos completamente nuevos. Nuestras neuronas empiezan a establecer sinapsis hasta entonces no intentadas que las obligan a reinventarse, a darle la vuelta a las historias ya conocidas para tratar de comprenderlas desde ángulos distintos, teniendo en cuenta nuevas variables y muchos más matices. Y, a partir de esa apertura, nada vuelve a ser como antes ni nosotros volvemos a ser quiénes hemos sido hasta antes de atrevernos a traspasar esas puertas cuya existencia desconocíamos por completo.
La biología nos demuestra que, al nacer, no llegamos a este mundo de vacío, sino como herederos de una carga genética determinada que nos convertirá en personas más o menos sanas, más o menos agraciadas, con más o menos probabilidades de desarrollar el talento, la sabiduría o la creatividad. Pero no podemos negar el papel decisivo que jugará el ambiente en el que nos desarrollemos en la persona que finalmente llegaremos a ser. Cada conocimiento adquirido, cada experiencia vivida o cada persona con la que hayamos compartido parte de nuestro tiempo pasará a convertirse en un factor fundamental a la hora de entender por qué somos como somos y no de otra manera, por qué vemos y entendemos lo que vemos y, en cambio, dejamos que nos pasen desapercibidas tantas otras realidades paralelas a la nuestra, simplemente, porque no les prestamos ninguna atención.
La atención es fundamental para entender cómo funciona nuestra mente y explica por qué cuando nos hallamos ante un grupo de personas que han compartido una misma experiencia, ninguna de ellas explicará el episodio de la misma manera que las demás. Esto ocurre porque cada una ha fijado su atención en un aspecto distinto de esa realidad compartida. Eso no significa que la historia que relatan sea incierta; sólo que la han experimentado de formas muy distintas que pueden llegar, incluso, a parecer contradictorias. No podemos recordar algo en lo que, previamente, no hayamos fijado nuestra atención. La atención viene a ser como una especie de grabadora que nos permite guardar nuestras impresiones en nuestro propio disco duro. Si cuando suceden las cosas ante nuestros propios ojos las miramos sin ver, como si nos hubiésemos puesto "en pausa"a nosotros mismos, difícilmente podremos recordarlas, porque nunca fuimos conscientes de que sucedieron, por mucho que estuviésemos allí.De ahí la importancia que cobra la atención a la hora de estudiar. Lo que va a determinar el éxito o el fracaso en un examen, no van a ser el número de horas dedicadas al estudio de la materia en cuestión, sino la capacidad de mantenernos concentrados en lo que estamos leyendo u oyendo y de lograr la atención sostenida en el tema que nos ocupa. De nada sirve pasarse la noche en vela ante un montón de libros si nuestra atención se va a distraer por otros derroteros a la mínima dificultad.En un momento histórico como el que vivimos, en el que la diversidad cultural se ha impuesto en la mayoría de las sociedades humanas, se hace complicado captar todo lo que se mueve ante nuestros ojos. Entre otras cosas, porque es muy difícil llegar a ver lo que aún no se conoce, porque nuestra mente opta por utilizar heurísticos (atajos) a la hora de clasificar la ingente cantidad de información que recibe a través de nuestros sentidos. Cuando no es capaz de identificar alguno de esos estímulos, sencillamente opta por ignorarlos. Hasta que en algún momento ese estímulo reclama enérgicamente su atención y entonces no tiene más remedio que exclamar aquello de “Eureka”.Muchos científicos han llegado a hacer sus mejores descubrimientos fijando su atención en microorganismos que, hasta la invención de los microscopios, no habrían podido ser captados por el ojo humano. Que no percibamos algo, no implica que no exista. Que toda la vida hayamos hecho las cosas de una determinada manera y nos haya funcionado, no implica que no podamos aventurarnos a escuchar otras maneras de hacer las mismas cosas, quizá en menos tiempo, quizá con mayor eficacia. Encerrarnos en la seguridad de lo conocido, de lo que hemos aprendido a ver y a comprender, no implica que ésa tenga que ser nuestra única realidad posible. Sólo es una de las infinitas opciones que tienen nuestras neuronas a la hora de enseñarnos el mundo y todo lo que habita en él. No les neguemos su derecho a explorar, a seguir abriéndonos puertas, a descubrirnos muchas más luces que nos rescaten de la oscuridad en la que a veces creemos ahogarnos.Estrella PisaPsicóloga col. 13749