Revista Cultura y Ocio

Primeras impresiones

Publicado el 16 junio 2015 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

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Él, como todos los días, bajó de su casa, y se dirigió a la marquesina del bus y como todos los días, ella pasó por delante. Ella no era una mujer guapa, no al estilo de las supermodelos, ni tampoco poseía esa belleza artificial de las actrices, pero tenía algo, algo que le hacía parecer un ángel, quizás era su forma de moverse, quizás su forma de vestir, o quizás simplemente eran los rasgos de su cara, pero a él le parecía la persona mas bella del mundo, y, a pesar de que llevaban años crundose en ese mismo lugar a esa misma hora, nunca le había dicho nada, nunca se había acercado y había tenido una conversación con ella, ni siquiera sabía su nombre, pero se preocupaba por ella. No sabía como era su vida, ni los problemas que tenía, pero su expresión se lo decía todo. A veces pasaba con una sonrisa en la cara, a veces pasaba con expresión seria, pero nunca la había visto como esa noche, los ojos anegados en lágrimas, la cabeza gacha, y un ligero temblor en el labio superior, daba la impresión de que en ese momento lo que más le apetecía era echarse a llorar, y no parar hasta que se le secaran las lágrimas. Al verla así el corazón le dio un vuelco, esa chica lo estaba pasando fatal, y él no podía hacer nada.
Ya llevaba una semana viéndola así, y él estaba desconsolado, quería hablarle, consolarla, ofrecerle un hombro en el que llorar, pero no sabía como hacerlo, todos los días lo intentaba, pero siempre se acobardaba en el último momento, pero estaba seguro de que ese día lo haría, de que no se echaría atrás, daría el todo por el todo, las calles estaban blancas, y en las ventanas se acumulaba el hielo. De vez en cuando pasaba algún coche, pero por la calle no circulaba ni un alma. Cuando la vio dirigirse hacia allí corriendo y tapándose la cabeza con una carpeta su expresión era la misma, por eso se decidió, justo cuando pasaba por delante de la marquesina él la agarro por la cintura y la metió dentro. Ella dio un gritito de sorpresa, y se quedo apoyada contra el cristal. Entonces se miraron a los ojos, los de ella denotaban extrema tristeza y una soledad abrumante. Los de él en cambio expresaban preocupación hacia ella. Así se quedaron un buen rato, mientras el granizo repiqueteaba en la marquesina y el frío se introducía en su cuerpo. Después de un rato ella comenzó a llorar, de sus ojos manaban lágrimas, y su cuerpo se estremecía, en parte por el llanto y en parte por el frío. El no soportó verla así, y la abrazó, dándose calor mutuamente, ahogando su llanto en el pecho de él, poco a poco, su llanto cesó, y él preguntó:
-¿Qué es lo que te ocurre?
Ella no contestó, se quedó en silencio, y continuó mirándole a los ojos. El extendió una mano, y la colocó sobre su mejilla. Con la mano que le quedaba libre la agarró de la cintura y la atrajo más hacia él. Sus rostros casi se tocaban, sus alientos se confundían en unas relucientes nubes blancas, entonces ella entrelazó una mano en su pelo y tiró hacia atrás al tiempo que elevaba la rodilla hacia su entrepierna. El chico cayó de rodillas gimiendo de dolor, lo que la chica aprovechó para hundir una y otra vez su tacón en el cuerpo del chico.

Un par de horas más tarde, el ingenuo chico se lamentaba esposado en una comisaría. Empezaba a intuir que había hecho mal, pero no paraba de repetirle a los agentes que sus intenciones eran buenas. Al final lo soltaron, la chica no presentaría denuncia.

A partir de ese día, la chica que antes le ignoraba pasaba por delante de su parada de bus dedicándole una sonrisa, y recordándole que no se le daba bien causar una buena primera impresión.

Silvestre Santé


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