Revista Opinión

Principio de la nacionalidad durante el XIX

Publicado el 29 mayo 2014 por Vigilis @vigilis
Según los libros de texto, la principal causa del cambio de mentalidad entre finales del XVIII y la primera mitad del XIX es el ascenso de la burguesía. Un estamento que acumula capital debido a la revolución tecnológica. La configuración política del Antiguo Régimen ya no podía continuar ignorando este estamento, que con su capital saca a la calle y a la imprenta sus intereses de mayor participación en los asuntos públicos. No es la bondad del librero la que vende libros de Voltaire.

Principio de la nacionalidad durante el XIX

Desde Octavio Augusto hasta la mecanización, poco varió la vida de la mayoría de la población.

Hay una cuestión fundamental sobre cómo la Revolución, como asalto del Tercer Estado a la dirección de los asuntos públicos en Francia y fuera de Francia, crea la nación. Y otra cuestión igualmente valiosa es la que surge al analizar paralelamente la eclosión de los estados-nación con el triunfo de la economía clásica. Se diría que los economistas liberales de la primera mitad del XIX no concedieron una gran importancia a esa cosa nueva que habían inventado los revolucionarios franceses (la nación). Tal vez por ello el pensamiento económico y el político tomaron distintos derroteros.
Frente a los economistas que planteaban sus propuestas tomando como objeto de estudio al individuo y a la empresa; el pensamiento político observaba el fenómeno nacional y el problema de las nacionalidades. Puedo derrapar mucho, pero creo que la perspectiva de un Smith o de un Say, no era la misma que la de un Stuart Mill o la de un Mazzini.
Guillotinas y pasaportes

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Luis XVI despidiéndose de María Antonieta. Un cromo de escena. Fijaos en la cara de malos de los guardias.

La gran diferencia entre Antiguo Régimen y naciente estado nacional es que la propiedad del país y su gestión dejan de pertenecer a personas concretas y pasan a ser compartidas por "la nación". En el proceso, "nación" pasa a tener por primera vez un significado político y no meramente geográfico. La nación la constituyen los habitantes del país que además pasan a tener derechos y obligaciones por haber nacido ahí o bien, si son extranjeros, por pedir ahí la ciudadanía (Thomas Paine, era angloamericano y pudo ser elegido diputado en la Convención francesa).
Convertir a los paisanos en ciudadanos era una idea tan novedosa como complicada de llevar a cabo. El estado del Antiguo Régimen conocido como Reino de Francia estaba poblado por gente que ni era libre, ni estaba hermanada ni, por supuesto, era igual. Lo de la Fraternité era relativamente sencillo de solucionar: Francia era un país cristiano y había un "paisaje mental" entre la población de que al fin y al cabo somos todos iguales ante Dios. Lo de la Liberté no era tan sencillo, pero al menos se trataba de una cuestión de levantar alfombras en el sistema judicial y en el cobro de impuestos. Lo que realmente fue chanante y tuvo las consecuencias más impredecibles fue arreglar el asunto de la Egalité.
Principio de la nacionalidad durante el XIX
Todos los procesos de construcción nacional en Europa occidental se encontraron el mismo problema: la gente era de su pueblo. Y cuando digo "de su pueblo" no caigo en el error presentista de considerar "pueblo" como sinónimo de "minoría nacional" de Woodrow Wilson, sino pueblo como pueblo: ahí vive el Colorao, en este río lavan la ropa las mujeres, en esta piedra le cortamos las manos a una bruja, etc. Una de las primeras cuestiones que inician un amplio debate en la Convención Nacional es el de igualar a la población.
La lectura manipuladora y presentista de la historia nos dice que pese a la tiranía de los reyes, diferentes lenguas regionales lograron sobrevivir durante siglos el embate centralizador. Y pintan esto como un triunfo progresista. Pues bien, lo que decían los jacobinos en la Convención era que la multitud de lenguas en Francia beneficiaba al rey y a la Iglesia. Que el pueblo no pudiera leer la lengua en la que se publicaban las leyes era una herramienta de control y dominación. Esto choca con el discurso presentista que nos dice que la política centralista era poco menos que acabar con la libertad de las minorías nacionales (concepto inexistente e inoperante para la época, por lo demás). Así, en la Convención se decía:
La monarchie avait des raisons de ressembler à la tour de Babel; dans la démocratie, laisser les citoyens ignorants de la langue nationale, incapables de contrôler le pouvoir, c’est trahir la patrie. Chez un peuple libre, la langue doit étre une et la même pour tous. (Barère). [La monarquía tenía razones de parecerse a la torre de Babel; en la democracia, dejar a los ciudadanos que desconozcan de la lengua nacional, incapaces de controlar el poder, es traicionar a la patria. En un pueblo libre, la lengua debe ser una y la misma para todos].

Y uno de sus Decretos (8 de pluvioso de 1794):
L'établissement dans un délai de dix jours, d'un instituteur de langue française dans chaque commune de campagne des départements où les habitants ont l'habitude de s'exprimer en bas-breton, italien, basque et allemand. (R. Anthony Lodge, French: from dialect to standard, p. 215. Ed. Routledge).

Estos revolucionarios pueden ser considerados nacionalistas en referencia a una construcción nacional sobre el cimiento de un estado del Antiguo Régimen. Su nacionalismo original suena más a conceptos como republicanismo, democratismo o estatismo que a los de etnia, comunidad lingüística o raza (que posteriormente se pusieron de moda). Surge en este punto un dilema: al crear una percepción de identidad (la nación) se provoca una reacción identitaria en sentido opuesto (la lengua e incluso la fe: no olvidemos que los primeros revolucionarios querían sustituir a la Iglesia por la República, el cristianismo por el republicanismo, la Biblia por la Enciclopedia, etc). Tras el intento napoleónico de dotar a Europa de un nuevo orden político, algunos como Mazzini (¿y los liberales españoles?) pasan a relacionar íntimamente la libertad nacional con la independencia nacional. Es decir, aparece la pregunta que los revolucionarios americanos nunca tuvieron que hacerse y la que los revolucionarios franceses daban por respondida: ¿cuál es el límite de la nación?

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Europa 1815.

Tras el Congreso de Viena y el paso de Napoleón por Europa, aparecen nuevos estados nacionales incluso donde antes no existían estados del Antiguo Régimen. También aparecen las naciones hispanoamericanas en lo que antes eran partes constituyentes de España (de hecho, aquí la Revolución llega antes de la fragmentación del Imperio: por un tiempo hubo un "Imperio de ciudadanos libres e iguales"). El proceso de descomposición del Imperio Otomano también da a luz a nuevos países en los Cárpatos y en los Balcanes. Paradójicamente, en Italia y Alemania, el proceso de construcción nacional tiende a agrupar lo que estaba dividido. No yerro mucho el tiro si digo que el Imperio Alemán aparece como la unión aduanera. Puede que de ahí surja la fobia prusiana por el Kleinstaaterei (fragmentación política, balcanización), palabra que hoy en día continúa teniendo connotaciones negativas en la patria de Schiller.
Frente al Kleinstaaterei a mí me gusta colocar el Grossstaaten (no sé alemán, pero quiero decir "Gran Estado"): la idea de que existe un conjunto de características medibles óptimas para las naciones. Tamaño, población y recursos (recordemos que hablamos de un mundo proteccionista). Aquí es cuando llaman a la puerta a los economistas (que andaban a lo suyo) y les preguntan qué hace que una nación sea viable.
El umbral nacional

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No es la bondad del esclavista la que le hace comprar un telar mecánico.

Para averiguar qué hace a una nación viable, los pensadores de la época se fijaron en las naciones que ya eran viables. Básicamente Reino Unido y Francia. Ergo un requisito era que la nación fuera grande y estuviera muy poblada. Esta idea gustó a la Europa posterior al Congreso de Viena pues confirmaba más o menos el regreso al dominio político de las grandes dinastías reales. El plan para la "reacción" (disculpad mi economía del lenguaje) europea caía de cajón: una docena de Grossstaaten que guardaran un equilibrio político, económico e incluso militar en Europa. Solamente podrían sobrevivir aquellas naciones que pasado un umbral fueran viables.
La idea de la construcción nacional, esto es, el nacionalismo, tendría que ser una fuerza política aglutinadora y expansiva. La identidad nacional debía usarse para unir lo que estaba desunido. Este era el cierre de la idea nacional que comenzó con la Revolución. Sobra decir que las cosas no tomaron este camino, pero es importante señalar que esta idea de "umbral" y "viabilidad" perduró en el tiempo: hoy no hay ciudades-estado en Europa. Hoy no hay Fiume ni Danzig. Hoy no hay Liga Hanseática.

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Desahucio en Irlanda.

Esta idea liberal de nación chocó posteriormente con la idea que vinculaba no la ley, sino algún aspecto circunstancial como fundamento de la nación. Así en Francia, por ejemplo, donde a mediados del XIX hablaba francés menos de la mitad de la población, existirían múltiples "nacionalidades" (bretones, alsacianos, galós, etc). En Irlanda, donde se hablaba otra lengua y tenían otra religión diferente de la de la reina Victoria, había quien defendía su nacionalidad irlandesa.
Nadie puede negar que en todos los estados nacionales de Europa se hablaban varias lenguas y que en algunos incluso coexistían varias religiones. Es más, la norma en el este es que se hablaran lenguas no vinculadas mayoritariamente con un territorio (sin ir más lejos, los germanoparlantes se repartían por una docena de países). Esto no era visto como una debilidad del nacionalismo liberal, sino más bien como una oportunidad de culminar la labor emancipadora de la nación. Lo común era que quienes no hablaban la lengua de la capital, fueran precisamente aquellas comunidades más atrasadas. Nacionalizarles se convirtió en un procedimiento civilizador (si me permitís la expresión). En palabras de Stuart Mill:

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John Stuart Mill (1806-1873).

Nadie puede suponer que no es más beneficioso para un bretón o un vasco de la Navarra francesa ser miembro de la nacionalidad francesa, participando en igualdad de condiciones de todos los privilegios de la ciudadanía francesa... que estar enfurruñado en sus propios peñascos, reliquia semisalvaje de tiempos pasados, dando vueltas en su propia y pequeña órbita mental, sin participación ni interés en el movimiento general del mundo. El  mismo comentario es aplicable al galés o a un escocés de las Highlands como miembros de la nación británica (John Stuart Mill, Utilitarianism, Liberty, Representative Government).

De forma más sofisticada —«participar en el movimiento general del mundo»— pero manteniendo el fondo del discurso de aquel diputado de la Convención (Barère), Stuart Mill muestra las bondades de la nacionalización ciudadana. En aquella época todos asumían que la mayoría de las lenguas de Europa estaban abocadas a desaparecer (y durante ese siglo efectivamente desapareció la mayoría). Incluso aquellos liberales defensores del principio de las nacionalidades como Mazzini, no le veían mucho futuro a una "nación irlandesa" independiente. Los había que hasta no entendían la "viabilidad" de Portugal (el "iberismo" sería una idea defendida por algunos liberales españoles y portugueses. Véase al respecto: J. A. Rocamora, Un nacionalismo fracasado: el iberismo, Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Hª Contemporánea, n.° 2, 1989, págs. 29-56 [PDF]). Para el europeo culto de mediados del XIX algunas naciones tenían futuro y otras no. Teniendo presente lo dicho, ¿cuáles serían los requisitos que garantizaran la existencia y viabilidad de una nación? Dicho de otro modo, ¿cuándo la aspiración nacional estaba justificada?
Naciones justificables

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¿Por qué no existe un nacionalismo ostrogodo? Pues por causa de la Revolución.

  1. En primer lugar, la asociación con un estado del Antiguo Régimen. No con cualquiera, claro: en el XVIII el Sacro Imperio llegó a tener 1.800 estados. Debía ser un estado del Antiguo Régimen que superara el umbral de viabilidad. Pero tampoco con eso solo valía, si no podría salir alguien defendiendo la nacionalidad ostrogoda. Debía ser un estado del Antiguo Régimen reciente. Es más, las naciones más justificadas eran las que surgieron inmediatamente tras la crisis del Antiguo Régimen: franceses, españoles, ingleses, etc.
  2. En segundo lugar, poseer una élite nacional. Esto es, artistas, burócratas, oficiales del gobierno que sirvieran de referencia y elevaran una lengua al rango de estudio. Es el caso de los italianos y alemanes. Pese a no provenir de estados del Antiguo Régimen, había una cierta élite que funcionaba como referencia agregadora. Nótese que en el momento de la unificación, sólo hablaban italiano el 2,5% de los nuevos "ciudadanos italianos" (sospecho que en 1789 la proporción de nuevos "ciudadanos franceses" que hablaban francés no iba mucho más allá, pero no tengo el dato).
  3. En tercer lugar, una característica en negativo: formar parte de un estado condenado a desaparecer por ley histórica, por fuerza del progreso. Aquí estaría por ejemplo la justificación de la condición nacional para las naciones balcánicas (el Imperio Otomano era «el hombre enfermo de Europa») que por umbral nacional tendrían que constituir algún tipo de mancomunidad (y así fue).

En lo que va de la fundación del Imperio Alemán en 1871 hasta el comienzo de la Gran Guerra en 1914, sólo apareció un nuevo país en la Europa de las naciones, Noruega, y además por separación amistosa de Suecia. Ambos, países atrasados y poco poblados. Así que dejando al margen a los polacos y su país-Guadiana, a los siempre revoltosos balcánicos, y el poco publicitado hecho de que los británicos tuvieran que enviar cada año a más niños-soldado a Irlanda, parecía que Europa había alcanzado diplomáticamente el fin de la historia. ¿Qué podía salir mal?

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