Revista Expatriados
Fue en 1960 que Milton Lutero y Karol Calvino se plantearon la posibilidad de aplicar principios económicos y financieros al estudio de la religión. En la introducción a su obra seminal "Principios de economía religiosa" comentaron: "... Emprendimos nuestro trabajo con la firme convicción de que si conseguíamos atribuir un valor monetario a un hecho religioso, podríamos establecer una tabla de correlaciones de valor. Una vez asignados los valores monetarios a los fenómenos que conforman el hecho religioso, no debería de resultar muy difícil aplicarles las fórmulas de la macroeconomía. Al final, podríamos hablar de la religión con la misma exactitud y objetividad con la que hablamos de los movimientos de la Bolsa...." Ese valor inicial lo encontraron en la venta de Jesucristo por Judas a los romanos. Si el valor del Hijo de Dios es de 30 monedas de plata, ¿cuánto valdrá un profeta mayor como Elías? ¿y uno menor como Oseas?
Para calcular estos valores, el razonamiento del que se sirvieron fue del género: si Hijos de Dios sólo hay uno y su valor es 30 monedas, el valor de los profetas mayores, de los cuales consideraron que había 10, sería 3 monedas. También resulta interesante considerar la manera en la que estimaron el precio de los milagros. Tomaron como base un texto encontrado en Palmyra y que data del siglo I d. C. en el que se detallan las indemnizaciones a pagar en caso de lesiones y mutilaciones corporales. Así, si en caso de ceguera el causante debía pagar a la víctima diez sextercios, tomaron este valor como indicativo del precio del milagro de la devolución de la vista al ciego de nacimiento.
La obra de Lutero y Calvino causó sensación en su día. Parecía que abría una nueva vía de investigación del fenómeno religioso. Hubo quien afirmó que en breve la teología sería una especialización que se impartiría en las facultades de económicas, porque habría perdido sentido como materia independiente. Se llegó a decir que el Papa Juan XXIII y varios cardenales se apuntaron a un curso a distancia de la London School of Economics para no quedar al margen.
Todo esto quedó puesto en cuestión en 1963, cuando Karl Ratzinger publicó en la revista de la Universidad de Harvard un artículo en el que criticaba la metodología empleada por Lutero y Calvino y ponía en tela de juicio sus conclusiones. Ratzinger dudaba que la compraventa de Jesucristo estuviera tan clara como Lutero y Calvino habían pretendido. ¿Realmente los romanos estaban comprando al Hijo de Dios? Desde su óptica, lo que estaban comprando era simplemente un revoltoso local. Lutero respondió a ese artículo con una carta al editor en la que señalaba que era indiferente lo que los romanos pensasen que estaban comprando. Lo importante es que Judas creía que estaba vendiendo al Hijo de Dios y que consideraba que treinta monedas de plata era un precio justo. Ratzinger contraatacó, indicando que, de la lectura de los Evangelios, no queda claro lo que Judas estaba vendiendo: ¿un falso profeta? ¿un profeta verdadero, pero que le había decepcionado? Aún más: Ratzinger apuntó la posibilidad de que Judas se hubiese suicidado al haber comprendido que Jesucristo era el Hijo de Dios. De pronto se dio cuenta de que había hecho el peor negocio de la Historia: vender al Hijo unigénito de Dios por el precio de un simple revoltoso de los que tanto abundaban en Judea. Incluso si Judas hubiera sabido que Jesucristo era el Hijo de Dios y lo hubiera justipreciado en 30 monedas, no tenemos porqué asumir que ese cálculo sea correcto. En opinión de Ratzinger, si en 14.000 millones de años que tiene el universo, sólo ha habido un Hijo de Dios, asignarle un valor de 30 monedas resulta ridículo. El valor monetario del Hijo de Dios es próximo al infinito.
Los dos artículos de Ratzinger pusieron fin al intento de crear una contabilidad religiosa y por unos años pareció que los intentos de aplicar la ciencia económica a la religión habían quedado desacreditados. En 1975 John Paul Krugman publicó "Macroeconomía del cristianismo primitivo". Su tesis es que, el hecho de que no podamos asignar valores monetarios a los fenómenos religiosos, no es óbice para que no podamos considerarlos a la luz de la teoría macroeconómica. Fiel a este postulado, Krugman realizó un estudio de los inicios del cristianismo bajo el prisma macroeconómico.
Krugman comienza describiendo la Palestina del tiempo de Cristo: un pequeño país, cuyo mercado profético se encontraba saturado. La competencia entre los distintos profetas debía ser muy intensa, agravada por el hecho de que el consumidor judío de aquellos tiempos no estaba preparado para que le introdujeran grandes cambios en el producto religioso al que estaba acostumbrado. Cualquier profeta que no hablase de un Dios monoteísta, ni del fin de los tiempos, no se iba a comer una rosca en un mercado tan exigente como el judío. ¿Cómo consiguió Jesucristo constituirse una clientela leal en sólo tres años? Krugman encuentra dos razones: 1) Tuvo la perspicacia de añadir un elemento nuevo al producto tradicional: el amor del Padre; 2) La propia figura de Jesucristo, alto, atractivo, imponente, nada que ver con un tipo como Juan el Bautista, que era más bien escuchimizado y al que le faltaban la mitad de los dientes.
La crucifixión de Jesucristo hubiera supuesto normalmente el final de la empresa, pero Jesucristo introdujo una innovación espectacular: la resurrección. Es decir, Jesucristo lanzó al mercado una versión nueva y mejorada de Sí mismo. Eso le ayudó a no perder a su clientela habitual e incluso a conquistar algún pequeño nicho de mercado adicional, como el de los enterradores de Jerusalén, a los que la resurrección de Jesucristo abrió posibilidades profesionales novedosas: ahora podrían duplicar sus ingresos enterrando a los muertos y desenterrando a los resucitados. No obstante, en un mercado tan exigente como el judío, resucitar no bastaba para asegurarse una participación de mercado sustancial.
Fue San Pablo de Tarso, quien entendió que era imprescindible abrir nuevos mercados, ya que el mercado palestino estaba demasiado saturado. San Pablo pasó su vida realizando una agresiva campaña de ventas en todo el Mediterráneo oriental. El producto que ofrecía, lo denominaremos Cristianismo 2.0. Se trataba del mismo producto que había promovido Jesucristo, pero aligerado de sus rasgos más específicamente hebreos, para atraerse al público gentil. San Pablo insistió especialmente en que había que suprimir el tema de la circuncisión. "A ver, Lucas, ¿de verdad quieres que convirtamos a los gentiles, poniéndoles como condición que se hagan un corte en el pito?" (palabras de San Pablo a San Lucas según el apócrifo "Evangelio según Og Mandino"). Cristianismo 2.0 funcionó porque ofreció cosas que Paganismo 2.0 (que era una combinación de Paganismo 1.0, inventado por los griegos, más la pobre copia Paganismus Máximus de los romanos, a la que se habían añadido elementos tomados de varias religiones orientales) no estaba en condiciones de ofrecer y, además, se orientó hacia mercados que Paganismo 2.0 había descuidado: los esclavos y el proletariado urbano.