La película ha sido demandada por un presunto delito contra la libertad sexual.
Lamentable. No existe otro adejtivo para describir lo sucedido en la XXI Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián. Señores, vayan poniendo en el objetivo de sus cámaras un filtro anti-imágenes violentas porque la censura ha vuelto. La película A Serbian film, que se iba a proyectar en la madrugada del viernes, ha sido víctima de un secuestro por parte de las autoridades judiciales. Una medida cautelar que nos impidió a los aficionados del género disfrutar de la cinta. Una situación realmente vergonzosa en un país calificado como democrático y que proclama la libertad de expresión como uno de los símbolos más representativos de ese status político.
La película serbia, que, recordemos, narra la historia de un actor porno cuyo último trabajo se convierte en una pesadilla, ha sido demandada por incurrir en un presunto delito contra la libertad sexual. Concretamente, la denuncia se refiere a dos escenas que dice que atentan contra dicha premisa.
En la primera, se muestra, a través de una pantalla que el protagonista está visualizando, la violación de un recién nacido. Lógicamente, no se escenifica de una manera directa, si no que se trata de una insinuación en la que tanto el público como el protagonista son conducidos a pensar en que se está produciendo dicho acto. En la imagen, que repito se reproduce a través de otra pantalla, se ve la espalda de un hombre y el dorso del bebé.Un muñeco de látex que se nota a todas luces que lo es, porque, ciertamente, está muy mal hecho.
En la segunda escena aparece un niño de 9 años que es penetrado analmente. De nuevo, volvemos a esa idea de evocación de la acción pero sin mostrar la acción en sí misma, evidentemente. De forma que se ven sólo las piernas del crío, unas piernas que, incluso, es posible que sean hasta ficticias. El problema surge cuando en dos planos posteriores se ve el rostro del pequeño, porque la ley dicta que toda imagen vejatoria de un menor se considera delito. No me cabe ninguna duda y pongo la mano en el fuego de que ese niño no sufrió daño psicológico alguno (el físico ya ni lo nombro porque es absurdo pensar eso) durante el rodaje y de que el equipo tomó las medidas necesarias para proteger y respetar la integridad moral del niño, así como prohibir que fuera testigo de las escenas que allí se filmaron.
Sin embargo, aún no he llegado al asunto más grave y vergonzoso de esta historia. La película llegó a Sitges tras haber estado en numerosos festivales internacionales, Austin, Montreal, Bruselas,... donde no tuvo ningún problema. Pero fue pisar tierras españolas y se topó con la mala suerte de contar entre el público con algún individuo retrógrado que, como no tenía nada mejor que hacer tras quemar condones frente al centro de planificación familiar y exorcizar a sus hijas por llevar minifaldas, decidió demandar la cinta ante los tribunales.
Mientras, el 'nada tremendista' periódico El Mundo publicaba una crónica sobre la película en la que se le demonizaba más que al mismísmo Zapatero. Y ahora agarraos a lo que tengáis más cerca porque aquí va lo fuerte. A la Campoy no se le ocurrió otra cosa que sacar el artículo en su programita súper 'progre' (como a ellos les gusta definirse) y comenzar un debate moral en el que la película, que no había sido vista por ninguno de los que estaban sentados en esa mesa, se llegó a comparar con los vídeos que consumen los pederastas, se tachó al film de delictivo y 'abyecto' y -me sale espuma por la boca tan sólo de pensarlo- se dijo que los que vamos a ver este tipo de cine somos una clientela pedófila. Increíble, aberrante, indignante e insultante.
Por su parte, Ángel Sala, director del Festival de Sitges con el que el programa decidió contactar, no estuvo muy acertado con los argumentos que ofreció, sobre todo al final, y se fue un poquito por las ramas, pero supongo que le cogió de improviso el asunto y el hombre no se esperaba tal escandalera. Ni él, ni todas las personas con algo de coherencia que aún quedamos en este mundo.
Os dejo aquí el vídeo de este penoso debate para que le echéis un vistazo y si no lo habéis hecho aún, entréis en estado de shock.
He aquí la hipocresía de una televisión, y ahora me refiero a todas las cadenas, que a diario compra y emite en bucle imágenes reales de maltratos humanos. Cuánto más brutales más se jactan de tener la oportunidad de mostrarlas, no sin antes avisar de que puede dañar la sensibilidad del espectador claro, dónde iría a parar la civilización si no, citando al amigo de Campoy... Eso sí es real, el cine, no es más que ficción. A Serbian Film, no es más que una película.
En cuanto a la sentencia, pensad que si los Tribunales se decantan por dar la razón a la persona demandante, se generaría un interminable debate sobre multitud de cuestiones artísticas, morales y legales. Si prohiben la exhibición de A Serbian Film. ¿Qué hay de los cientos de títulos en los que se presupone hay un trato vejatorio hacia el menor? ¿Qué hay de Quién puede matar a un niño, por ejemplo? ¿Qué precedentes sentaría esta sentencia para los próximos festivales, estrenos y proyecciones? ¿Se debería censurar también el maltrato a las mujeres entonces? ¿Cómo se define el límite de lo qué es delito y lo que no? Sería ilógico y una transgresión en toda regla del derecho a la libertad de expresión que los jueces se posicionen a favor del demandante. Y, por otra parte, sembraría algo aún peor que la imposición de la censura, la auto-censura.
José Luis Rebordinos, director de la Semana de Cine de Terror donostiarra, no pudo evitar referirse durante el discurso de su despedida (remplazará a Mikel Olaciregui en el Zinemaldia) a esta denigrante situación y defendió la libertad de expresión con una frase que resume todo: Nadie nos ha de decir qué ver, qué pensar, qué leer. Resulta paradójico que este asunto emerja un 5 de noviembre. Poder y censura. Recuerden, recuerden...