Revista Cultura y Ocio
Aprovechando que en febrero celebramos San Valentín, la blogosfera se ha llenado de iniciativas que tienen que ver con el amor. Isi no ha querido ser menos y nos propuso, a finales de enero, dedicar su proyecto mensual a hablar del amor... a los libros, por supuesto. Acepté participar en el proyecto pero (como siempre) pensando en hacer lo que me dé la gana (un día de estos Isi tendrá que tirarme de las orejas). Y como en muchas reseñas hablo de lo que los libros nos hacen sentir (como en esta) y ya publiqué una historia sentimental de mis libros, he pensado hablar aquí de cómo nos conquistan algunos autores a través de sus novelas. Ya hablé algo sobre el tema en esta reseña, pero es un tema sobre el que me gustaría seguir reflexionando porque una de las preguntas que siempre me hago es ¿hasta qué punto se puede conocer a un escritor a través de lo que escribe? (bueno, me lo pregunta yo y buena parte de la crítica, que siempre ha debatido si hay que estudiar una obra por sí misma o como producto de un ser humano determinado) ¿Hasta qué punto interpreta un papel, se pone una careta y miente o hasta qué punto se esconde detrás de unos personajes para hablar de sí mismo, de lo que es y lo que piensa del mundo? Supongo que, en el fondo, hay un poquito de ambas opciones pero también es verdad que una tiende a idealizar a quien se esconde detrás de un libro que la ha enamorado. Es como ese meme que ha circulado últimamente en las redes sociales: Solo que en este caso, el libro te recomienda a quien lo escribió, así que la recomendación es como más fehaciente, si cabe: si esta persona ha parido un libro que te ha emocionado, te ha hecho pensar, te ha hecho aprender y te ha tocado el corazón... ¿cómo va a ser posible que esa no sea una persona interesante con la que te gustaría, como mínimo, compartir una laaaarga charla frente a un buen café? De hecho, eso fue lo que deseé con todas mis fuerzas, durante mucho tiempo: poder tener una buena charla con Pedro Guerra que, vale, sí, es cantante, pero también compositor (o sea que la teoría es extrapolable) y también escribió un libro que me trajo de cabeza (por lo mucho que me hizo pensar y me abrió los ojos respecto a muchas cosas) durante meses. Gracias al blog, he podido cumplir ese pequeño sueño en más de una ocasión. A este rinconcito le debo el enorme placer de haber compartido unos minutos de charla con autores a los que admiro o que han ganado puntos en las distancias cortas, como Carmen Amoraga, Dolores Redondo, Almudena Grandes, Inma Chacón, Jesús Ferrero, Lola López Mondéjar, Amaya Ascunce o Lorenzo Silva, entre otros. Poder darse el gusto de aclarar, comentar, resaltar, completar o interrogar a los autores sobre cuestiones de sus libros que te han emocionado, conmocionado o hecho pensar es de lo mejorcito que hay en la vida (por lo menos para mí). Aún así, a una siempre le queda la duda de qué parte de pose y qué parte de verdad hay también en este tipo de encuentros. Sobre todo porque aún ocurren cosas, después de leer los libros y charlar con los autores, que acaban por descolocar a una. Para mí, tan dada a emocionarme y tan proclive a enamorarme supinamente de un cerebro capaz de idear una historia que me conmueva, de un personaje que reviva algunos de mis fantasmas personales o de una boca que dé respuestas a algunas de mis dudas existenciales, el sentimiento de "querer" a un autor o autora es bastante común. Sus libros me enamoran y, con ellos, la cabeza pensante que los ha hecho posible. No lo he contado nunca, pero muchas veces sueño con los libros que leo. Con sus personajes pero también con quienes los escriben. A veces, incluso, identifico a los unos con los otros en esos sueños. Por eso, hubo un tiempo en el que tuve miedo de César Pérez Gellida: Augusto Ledesma aparecía en mis sueños con la cara del escritor, aunque luego Twitter se ha encargado de demostrarme que César y Augusto tienen poco que ver, que César es un encanto (o, por lo menos, lo parece; estoy deseando poder conocerlo en persona para confirmarlo) y que Augusto... bueno, pues Augusto. Aunque la pregunta sigue en el aire: ¿hasta qué punto Augusto tiene rasgos de César? ¿Hasta qué punto César no ha volcado en Augusto la parte más corrosiva de su personalidad? Es como lo que hablaba con Jesús Ferrero cuando le hice la entrevista: un escritor, al final, tiene que idear sus crímenes, tiene que imaginarlos al detalle. Y, vale, no los lleva a la práctica pero solo el hecho de recrearse en esa reconstrucción e, incluso, de disfrutar con ella ya tiene algo que me resulta tan curioso como morboso. Y esos sueños míos son también los culpables de que durante el año pasado Bevilacqua/Silva fuese mi amor platónico durante meses y meses. Y es que leer una saga de seis entregas (sin contar los cuentos) en el plazo de siete meses tiene graves consecuencias. Al menos para mí. Al menos para mi corazón. Y para mis sueños. Nos seguimos leyendo.
Sus últimos artículos
-
"El oscuro adiós de Teresa Lanza", de Toni Hill: una oportunidad para escuchar a quienes siempre callan
-
"Cero dominante: ¿Y tú de qué grupo eres?", de Inma Bretones y Almudena Navarro
-
"La cautiva", de Inma Bretones: un acertado acertamiento a la identidad de género
-
"Piso para dos", de Beth O´Leary: una comedia romántica con fondo