Los alumnos de Medicina rotan en nuestro Servicio durante el cuatrimestre que estudian nuestra asignatura. Durante esos meses sufrimos toda una invasión, con relevos cada dos semanas, que es cuando llega el siguiente grupo. Además de ser cada año más numeroso, también son cada vez más jóvenes.
Es necesario repartirlos para que los pacientes no se asusten al entrar y encontrarse con todo un conclave de batas blancas detrás de la mesa. Mandamos a un par de ellos al quirófano, a familiarizarse con la anatomía y las distintas cirugías. En algunas intervenciones no nos viene nada mal una mano extra y les enseñamos a lavarse y probamos su resistencia haciéndoles tirar de los separadores.
- ¿Sabéis dar puntos? - les pregunto al terminar.
Por encima de la mascarilla veo sus ojos de asombro y sé la respuesta. ¿Puntos? ¿Qué es eso?
Les explico el proceso mientras lo hago:
- Se coge la piel con una pinza con dientes, sin apretar para no marcarla. Con el porta se sujeta la aguja por la zona media, se clava en perpendicular y, cuando asoma por el otro lado, se suelta y se agarra por la punta para terminar de pasarla. Se repite en el otro lado de manera que la altura quede simétrica.
Por supuesto parece muy fácil, después de un millón es coser y cantar. Claro que, para el alumno, es el primero y le cuesta hasta agarrar las pinzas.
- Una buena práctica son los palillos de los restaurantes chinos - les recomiendo (es cierto, su manejo da mucha soltura).
Para clavar la aguja el aprendiz contiene la respiración, gira primero la mano, cruza una con otra, luego se descoyunta el brazo y finalmente retuerce todo el cuerpo. Suda. Llega la fase de atreverse a soltarla del porta para agarrarla por el otro lado y pasarla del todo. Eso es sólo la mitad del proceso, ahora le toca repetir en el otro lado, tirar sin que se escape el hilo. Conseguir que, además, quede simétrico es toda una proeza. Por el otro extremo de la incisión yo casi he terminado de coser la herida.
Tras colocar el punto llega la fase del nudo: con un cabo hay que dar un par de vueltas alrededor del brazo del porta y luego, con la punta, hay que agarrar el otro cabo y separar los hilos para que corra el nudo y apretarlo. Luego hay que repetirlo en dirección contraria y así sucesivamente hasta llegar a un nudo más que el número de ceros que tenga la sutura. La experiencia demuestra que enrollar la seda alrededor de un porta requiere cierta habilidad y mucho, mucho entrenamiento. Se puede anudar con las manos pero esa técnica también tiene su ciencia y, como no es plan dejar las cosas para otro día, será parte de la lección.
Una vez anudado hay que cortar y eso implica aprender a coger las tijeras: sin meter mucho los dedos, sólo las yemas, con la punta para arriba para no dañar accidentalmente los tejidos. Se pone la punta sobre el nudo y se rota la muñeca para no cortar demasiado a ras lo que provocaría que se soltase antes de tiempo. ¡Conseguido!
Coloco las grapas. Mientras el paciente se despierta termino la lección: les explico cómo ligar las suturas con los dedos, como decía mi ex-jefe no somos zapateros y no atamos zapatos, por ese motivo hay que aprender a retorcer los dedos con elegancia mientras se hace la lazada. Lograrlo es cuestión de perseverancia y de superar la frustración inicial. Mis pupilos enrollan el cabo alrededor de sus dedos y, a partir de ese punto, se pierden. Se les olvida hasta cómo se atan los zapatos. No pasa nada, una vez que le cojan el tranquillo les saldrá solo. Recuerdo que me pase las primeras semanas de la residencia con un hilo enganchado a los botones del pijama para practicar por los pasillos. Mi compañera de quirófano los acoplaba al volante de su coche. Mis alumnos se han llevado sus hilos puestos para no olvidarse de repasar.