Revista Arte
Acaba de inaugurarse en Buenos Aires una muestra de arte contemporáneo titulada “Puntos, líneas y curvas”, merecedora de numerosas crónicas en los medios de prensa locales, donde, con intenciones que se presumen laudatorias, se describen puntillosamente las obras expuestas:
“El mural parece, a simple vista y desde lejos, una pared blanca. A medida que uno se va acercando, una imagen difusa se va haciendo nítida: es una grilla con aproximadamente 2000 cuadrados trazados con lápiz que reúnen en su interior tres formas geométricas, de tres colores distintos y dispuestas de manera espontánea. (…) una sucesión de puntos negros de goma espuma que conforman líneas y curvas impacta por su dimensión (ocupa toda la pared) y por las distintas y psicodélicas formas abstractas que se generan a partir de la unión de las figuras geométricas. (…) un trabajo en el que convergen los tres elementos principales (puntos, líneas y curvas) en diferentes tamaños y colores, colgados del techo con hilos transparentes”.
Las crónicas también citan al curador de la exposición, el francés Philippe Cyroulnik; cuya idea fue: “producir una muestra sobre la posibilidad de unir la abstracción con parámetros muy simples, que son tres elementos: el punto, la línea y la curva, con tres áreas de campo, que son la tradición de la abstracción geométrica, el arte compuesto y la escritura plástica”.
Como se puede ver, y como es habitual en este tipo de acontecimientos, tanto los cronistas como el curador de la muestra se abstienen totalmente de intentar un juicio de valor o arriesgar una apreciación estética, facilitando al espectador alguna pista para entender el significado artístico de las obras y el tipo de emoción o resonancia espiritual que ellas deberían inspirar.
No es nada fácil imaginar los pensamientos del no iniciado en cuestiones artísticas cuando observa la profusión de líneas, puntos, curvas y círculos extraídos del milenario lenguaje de la geometría y repentinamente devenidos en obras de arte, para goce de los entendidos que los contemplan con respetuosa admiración, como si un misterioso druida los hubiera investido de un significado mágico.
Simétricamente, el entendido enfrenta la pertinaz indiferencia del no iniciado con piadoso desdén: ¿acaso las líneas, los puntos y las figuras geométricas, aparentemente impasibles e inexpresivas, no simbolizan la intrepidez del cubismo y la heroica construcción de sentido que emprendieron los primeros abstractos?
Lamentablemente, esto que los iniciados ven con tanta claridad es imposible de objetivar, justamente porque en el arte contemporáneo la asignación de validez artística ha sido desligada de los valores objetivos y mensurables que caracterizaron a las artes plásticas hasta fines del siglo XIX, cuando se basaban en la verosimilitud de la representación, para trasladarse al terreno de los símbolos, que son atribuciones arbitrarias de sentido, sólo reconocibles y asimilables por medio de la fe.
Esto quiere decir que vez suplantada la construcción de sentido racional y sustentable por las atribuciones arbitrarias de sentido que son propias del pensamiento mágico, “una grilla con aproximadamente 2000 cuadrados trazados con lápiz que reúnen en su interior tres formas geométricas, de tres colores distintos y dispuestas de manera espontánea, o una sucesión de puntos negros de goma espuma que conforman líneas y curvas”, pueden, milagrosamente, convertirse en arte.
Para que eso suceda, basta con creer en los milagros.