Revista Cultura y Ocio

¿Qué hacemos con el otro?

Publicado el 31 julio 2019 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Cuando los ciudadanos se desprecian entre sí, lo que sucede con los que no llevan dicha etiqueta (la de ciudadano) es mucho peor. Si llega un extranjero a un país donde reina el miedo, la desconfianza y la práctica de vicios es habitual, entonces, será recibido con desdén. Es que comienzan los rumores de que vienen a robar el trabajo, a ensuciar la ciudad, a quitar maridos, a traer delincuencia, enfermedades, droga, etc. Y si estos extranjeros además son de ascendencia africana (afroamericana, etc.) la situación empeora porque, es que, además, vienen a empeorar la raza. Si se camina por las calles de cualquier ciudad de Chile y se intercambian algunas palabras con un habitante de ese país se constatará el hecho de que no sólo ya no hay comunidad sino que además no hay espacio para nuevos integrantes. Pero no es necesario ir tan lejos, basta con revisar la prensa y se aprenderá que cada día hay más gestos de inhumanidad hacia el extranjero. Hace un tiempo no muy lejano agonizaba un haitiano en el aeropuerto de Santiago: no lo dejaron abordar el avión por estar enfermo, pero nadie le brindó ayuda. Cuando por fin se hizo visible ante los ojos de una mujer, ya era demasiado tarde: murió luego en el hospital.

Por otro lado, en el año 2010 comenzó la construcción del nuevo hospital de la ciudad de Calama, en el norte de Chile, que debía estar listo para el año 2012. Se construyeron algunos muros y luego se paralizó la obra, dejando todo abandonado bajo el inclemente sol del árido desierto. El consorcio Comsa-Pilasi estaba a cargo de la construcción de este recinto hospitalario, mas en 2012 la empresa Comsa de capitales españoles, se declaró en quiebra dejando la obra lisa y llanamente desatendida. No sin antes llevarse todo el dinero que se le había pagado. Cabe destacar que uno de los grandes afectados fueron los trabajadores, a quienes por supuesto no se les pagaron sus sueldos. Además de los usuarios que con mucha ilusión esperaban tener acceso a un servicio de salud decente. Fue recién a mediados de 2018, y luego de muchas gestiones de los ciudadanos y de los gobiernos para recuperar el dinero y terminar de construir el hospital, que se inauguró el nuevo recinto de salud. Nadie protestó contra la empresa de capitales extranjeros, nadie levantó la voz para culpar a esos delincuentes inescrupulosos de jugar con la salud de ciudadanos que, el gobierno admite, vive en una “zona de catástrofe”. El problema nunca es el otro extranjero: el rico que se hace más rico robando, el que jamás pisará tu barrio, tal vez ni tu país pero se llevará tus recursos naturales, etc. Siempre nos molesta más el extranjero pobre, el de colores que no se ajustan a los cánones de belleza, etc.

En situaciones de extremo nerviosismo y sensación de caos la sociedad no sólo tiene alma para odiar al extranjero sino también al pobre. Es que los pobres son muy molestos, siempre les falta algo, nunca salen a trabajar, quieren todo gratis, y, además, son feos. Lo mejor siempre es eliminarlos, evitar que se reproduzcan y, si existen, entonces, no deben pasearse por cualquier lugar porque todo lo afean; en cualquier caso, siempre es mejor no verlos. Si aparecen en la televisión porque son delincuentes, entonces vuelve a coquetearnos la idea de la pena de muerte. ¿Es que si no sirven para que los queremos?, ¿si quieren ser malos para qué darles derechos?

Un adolescente de 14 años entra a una casa en Santiago para robar, pero se encuentra con una dueña de casa muy valiente que lo enfrenta. El ladrón se desespera y apuñala a la dueña de casa, causándole la muerte, luego huye en el auto de la víctima. El gobierno lamenta lo ocurrido y espera que al delincuente se le aplique ‘todo el rigor de la ley’. La gente se asusta, se crea una opinión pública de que los pobres están al acecho y quieren matarnos porque son malos. La solución que entrega la gente: pena de muerte.

Por otro lado, el hijo de un diputado de la República decide conducir borracho, atropella y mata a un campesino que retornaba a su casa, se escapa del lugar de los hechos, miente ante la autoridad, no auxilia a su víctima; pasan los meses es declarado inocente. La reacción de la gente: resignación, él tiene plata, cualquiera en su lugar habría tratado de zafar. ¿Repudiamos todos los actos inmorales o en realidad sólo repudiamos a algunas personas que los cometen, según su procedencia? ¿Repudiamos a los extranjeros porque hemos constatado que no tienen buenas intenciones o porque los consideramos amenazas cuando creemos que son pobres, negros, feos, incultos, etc.? ¿Nos molesta el ‘otro’ cuando es moralmente corrupto o cuando le vemos a través de los anteojos de los prejuicios?

Estas no son preguntas fáciles de responder. Resulta muy oscuro entrar en la conversación de estas conductas porque ellas nos obligan a revisarnos en nuestra calidad de seres humanos y realizarnos cuestionamientos que resultan dolorosos porque, en el fondo, nadie quiere ser tildado como malo o injusto. O al menos esa no es la pretensión general. Por lo tanto, hablar con sinceridad significa rasgar las propias vestiduras y proponerse actitudes frente a la vida que no son fáciles de llevar a cabo, sobre todo si el hábito que se posee es el contrario. Es decir, si jamás uno se pregunta por las cosas desde la ética, si no se tiene costumbre de juzgar como buena o mala, correcta o incorrecta, justa o injusta, una situación, entonces, esas palabras parecen anticuadas e innecesarias. Hay una tendencia actual a dejar de lado la ética porque esas son cosas del pasado, la moral y las buenas costumbres eran palabras que usaban las señoras conservadoras que tenían mucho tiempo para hablar de más. Hoy en día no es interesante hacer juicios de valor porque se cree que nada tiene que ver realmente con la ética, sino que se debe ir directamente a los hechos, observarlos y tomar medidas inmediatamente sin mediar reflexión alguna. Si existe algo que haya dicho la ciencia sobre algún asunto que nos perturba, mejor aún, que sea ella quien nos diga cómo actuar. La ética no es una ciencia, así que a ella mejor ni darle la palabra. ¿Es ese el mejor camino?

Por Cristal


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