Revista Arquitectura

Qué me gusta, qué sé hacer y para qué sirvo

Por Arquitectamos
Desde niños nuestros padres nos van haciendo a la idea de que algún día nos tendremos que ganar la vida. Así es la cosa, y ese "ganarse la vida" supone la suelta de amarras del protector núcleo familiar y el comienzo de nuestra propia aventura. Es ley de vida. Así está pensado el sistema. Y nos hacemos las duras preguntas: "¿Qué me gusta?" "¿Qué sé hacer o qué puedo aprender a hacer?" "¿Para qué puedo servir yo?" Es obligatorio servir para algo, poder aportar un granito de arena a la sociedad, ya sea extirpando tumores ya poniendo sellos a unos impresos y luego colocándolos en el montón correcto (o en otro cualquiera). Hay una edad en la que todos nos hacemos esas preguntas, y esbozamos un vago proyecto de vida, pero la maldita crisis en la que vivimos nos ha obligado a volvérnoslas a hacer de nuevo, porque si habíamos encontrado un sitio en la vida, una ocupación, un refugio, un puesto, lo hemos perdido y nos volvemos a ver adolescentes a nuestros cincuenta y tantos años.
Me siento completamente identificado con esto que dice el gran humorista Ernesto Sevilla: (Siempre me he sentido identificado con esta idea, incluso antes de que él naciera. Recuerdo que de niño me planteaba cosas parecidas).
Mi padre me decía: "Hombre, tienes que trabajar en algo que te guste. ¿Qué te gusta?, ¿qué te gusta?" Digo: "Pues a mí lo que más me gusta es: Yo pongo el dedo así, cierro un ojo, cierro el otro, cierro un ojo, cierro el otro... ¡y parece que se mueve solo!
Qué me gusta, qué sé hacer y para qué sirvo Ernesto Sevilla (El monólogo lo tenéis aquí)
¡Exacto! ¡Eso me gusta a mí también! ¡Y creo que sirvo para ello! ¿Por qué no puedo ganarme la vida con algo así? Llevo unos años en los que cada trabajo que hago es algo aislado, algo que no he hecho en mi vida, que no sé hacer y que no me gusta hacer. Me paso el tiempo debutando en cosas que no entiendo y que no me gustan.
¿Qué me gusta? Me gusta mucho escribir, leer, contar chistes, hablar, comer, reírme con los amigos, dibujar... Pero no hago nada de eso lo suficientemente bien (o con la suficiente originalidad, o garra) como para "ganarme la vida" con ello. Así que hasta ahora me he ganado la vida siendo arquitecto, que es la profesión que más me gusta de entre las que se supone que le permiten a uno "ganarse la vida". Empecé de arquitecto cuando todavía era así: Una profesión digna, en la que había bastante trabajo y bastante bien  pagado. He hecho alguna obra interesante, pero la mayoría son bastante ramplonas y triviales. No obstante, incluso en la casa más tonta que he hecho me ha gustado mucho calcular la estructura, dibujar las puertas abriéndose hacia el lado en que menos molestaran (luego los clientes las han puesto como les ha dado la gana), aprovechar un rincón para sacar por ahí el tiro de la chimenea... No soy un artista de la arquitectura, pero sí me considero un profesional competente, y un profesional disfruta haciendo lo que sabe hacer.
Preferiría ganarme la vida como Ernesto Sevilla, pero ganármela dibujando ventanas que no estorben a los cabeceros de las camas tampoco está mal.
Ahora, en cambio, hago algún informe sobre algún asunto del que no sé demasiado, y aparte de tener que emplear mucho tiempo en documentarme y en aprender, no sé si el resultado es correcto. También hago memorias justificativas para aperturas de comercios, donde repaso de forma muy pesada y aburrida la infumable normativa que le corresponde a cada actividad y a cada local. E incluso las pocas veces que hago un proyecto de una casa su diseño pesa ya mucho menos que el áspero e inútil tocho en que justifico que cumplo una normativa excesiva y absurda que en parte se contradice a sí misma.
El otro día un abogado me restregó por las narices que no me supiera de memoria la Ley Hipotecaria. Me hizo sentir bastante mal. Él no sabe calcular un porcentaje (y no digamos una fracción) y yo me tengo que saber la Ley Hipotecaria. Pues no: No me la sé. Que así conste para mi eterno oprobio. Es más: Creo que nunca me la sabré. En mis ratos de ocio preferiría estudiar algún tratado sobre la reproducción asistida del caracol de Borneo. No sé, lo veo más interesante.
Sé que no tengo derecho a decir esto: Con lo mal que está todo, con lo desesperados que están tantos compañeros, no tengo derecho a restregarles por las narices que yo sí encuentro algún que otro medio precario de subsistencia, pero que no me gusta y que no me siento solvente, ni seguro, ni feliz haciéndolo. Sé que me escribiréis diciéndome: "No seas tan tiquismiquis y pásame ese trabajo, abusón". Tenéis razón: No tengo derecho a quejarme. Bien mirado, es una bendición que un cliente que quiere abrir una consulta de odontología te diga: "Me han dicho que necesito una memoria, ¿cuánto me cobras?", y tú vayas a ver el local y le digas que tiene tres escalones de acceso y va a tener que hacer un obrón para resolver la accesibilidad, y él te conteste que de eso nada, que le han dicho que presente una memoria, y que cuánto le cobras (obviamente, por redactar una memoria que establezca de manera fehaciente que cumple con todo lo cumplible). O que un terrateniente que en su día sobornó o hizo cosas peores para que le clasificaran una finca venga ahora a pedirte que le hagas una tasación para el catastro, porque los cabritos le cobran como urbano. O que otro te diga que le hagas la división horizontal, que el notario se la ha pedido. Una maravilla. A mí me gusta (entre otras cosas) calcular estructuras, y creo que es metafísicamente imposible que una misma persona sepa calcular estructuras y se sepa también la Ley Hipotecaria, el Reglamento de Fanfonflias y el Real Decreto sobre el Gaschoso. (Y, lo que es peor, que sólo le encarguen trabajos en los que tenga que dominar estos últimos).
¡No sé! ¡Y no me gusta! ¡Y no sé! Lo que me desanima mucho es que lo único que quieran mis clientes sea "un papel" para resolver algún trámite ominoso en el Ayuntamiento, en el Catastro, en el Registro de la Propiedad o en la Dirección General de Cosas. Y, por supuesto, que ese papel lo resuelva todo y jure y perjure que se cumple toda la insufrible normativa pasada, presente y futura. (Ah, y que no les cobre más de doscientos euros).
Me gustaría ser inocente, limpio, trabajador y eficaz. Me gustaría poder hacer una vez en mi vida unas ventanas como estas:
Qué me gusta, qué sé hacer y para qué sirvo Arne Jacobsen
Un porche escamoteable como este:
Qué me gusta, qué sé hacer y para qué sirvo Wilhelm Wohlert
O una puerta como esta:
Qué me gusta, qué sé hacer y para qué sirvo Jorn Utzon
No parece muy difícil, ¿verdad? Sólo es imposible.
Esto que cuento no es exclusivo de los arquitectos. Vale para cualquier profesión. Un sastre sabe tomarle las medidas a un cliente, hacer los patrones, cortar la tela, hilvanarla, hacer las primeras pruebas... Con ese trabajo se siente útil, se siente feliz, se siente digno. Es un trabajo honrado con el que ganarse la vida y con el que pagar la ortodoncia de sus hijos. El ortodoncista, por su parte, también realiza con solvencia su trabajo... Y así todo. Es una cadena.
Pero ahora vivimos en un mundo en el que un escáner mide al cliente y le pasa las instrucciones directamente a una máquina cortadora de tela y a otra cosedora, y el traje sale por dos perras. Así que el sastre ya no puede ganarse la vida ni pagar la ortodoncia. Pero el ortodoncista está igual... Y así todo. Es una cadena.
Somos una sociedad corrompida y podrida en cadena, en la que ya nadie sirve para nada, en la que ya nadie sueña con ganarse la vida con su trabajo honrado, en la que todos buscamos un milagro que nos redima para siempre: la lotería, el famoseo televisivo, el fútbol...
A mí me gustaría volver a hacer un trabajo decente, llegar agotado pero satisfecho a la cama, mirar con optimismo mis días presentes y futuros. Durante años, ya digo, he tenido ese privilegio, que entonces no valoré suficientemente porque consideraba que era mera normalidad y ley de vida, pero que ahora es un sueño y un imposible.
Pero puestos a soñar, lo que de verdad me gustaría sería estirar el brazo delante de mí, poner el dedo pulgar vertical, cerrar un ojo, luego el otro, luego el uno, luego el otro, y que pareciera que el pulgar se movía. ¿Por qué no me puedo "ganar la vida" con eso? ¿Por qué yo no? El mundo es muy injusto.
Nota.- Ese trozo que he citado del monólogo de Ernesto Sevilla sigue así:

Y me dice mi padre: "Hombre, hijo mío; ya, pero tú no eres el rey".

Pues a mí me parece que el rey tiene muchos privilegios y muchas ventajas, y una vida fácil, sí, pero yo creo que sí que se pasa el día trabajando en cosas muy aburridas, y creo que tiene muchos compromisos y muchos tostonazos. Tiene que ver a mucha gente por obligación, ir a muchos sitios, decir discursos sobre cosas muy áridas...

Yo, puestos a elegir una comparación con seres mitológicos, creo que hay varios mucho más envidiables que el rey. Vamos, estoy segurísimo.
Qué me gusta, qué sé hacer y para qué sirvo


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog