Para 2003 se vio que el sistema de funcionamiento de ISAF, en el que cada seis meses rotaba la nación líder, era complicado y sobrecargaba a los países más pequeños, que trataban de escurrir el bulto cada vez que se producía la rotación. El 11 de agosto de 2003 la OTAN asumió el liderazgo de ISAF. Los países que promovieron inicialmente ese movimiento fueron los Países Bajos y Alemania.
Aunque se invocasen razones de eficacia para la asunción del liderazgo de ISAF por la OTAN, pienso que ésas fueron las menos importantes. Las principales razones fueron las que no se dijeron. La OTAN había mostrado una profunda escisión con motivo de la invasión de Iraq. Lo de ISAF ofrecía una ocasión excelente para decir que pelillos a la mar y que volvíamos a ser amiguitos. Por otra parte, EEUU había descubierto que invadir Iraq había sido una cosa; ocuparlo era otra muy distinta y mucho más sangrienta. Tener quién le echase una mano en Afghanistán mientras ellos se concentraban en Iraq, les vino de perlas. Tampoco los motivos de los Países Bajos y de Alemania fueron completamente altruístas (en el tema de Afghanistán NADIE es altruista). La entrada en liza en la OTAN les permitiría controlar mejor lo que se hacía con sus tropas que con el esquema anterior.
El 13 de octubre de 2003 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas formuló la Resolución 1510 que extendía la autoridad de ISAF a todo el país. Entre finales de 2003 y 2005 se produjo el despliegue de las fuerzas de ISAF en el norte primero y luego en el oeste del país. En el despliegue en provincias, un elemento clave son los Equipos de Reconstrucción Provincial (ERP), que mezclan elementos civiles y militares. Los ERP son la base de los esfuerzos de reconstrucción y desarrollo en la provincia y son claves para ganarse la simpatía de la población. Con cuarenta años de retraso, ISAF quería aplicar en Afghanistán las mismas fórmulas que fracasaron en Vietnam del Sur.
Extender los esfuerzos de ISAF al norte y el oeste del país, que estaban tranquilos, fue relativamente sencillo. Los problemas se presentaron cuando ISAF quiso extenderse al sur del país, donde la insurgencia había empezado a golpear duro. Una cosa era ayudar a construir escuelas en zonas pacificadas y otra muy distinta liarse a tiros con los talibanes. Cuatro países,- EEUU, Reino Unido, Canadá y los Países Bajos-, estaban dispuestos a mandar a sus tropas al sur, a comprometerlas en labores de contrainsurgencia y a asumir que se producirían bajas. El resto de los aliados miraron para otro lado.
La Cumbre de la OTAN que se celebró en Riga los días 28 y 29 de noviembre de 2006 fue la cumbre del encontronazo entre los que se estaban dejando los cuernos en el sur de Afghanistán (básicamente EEUU, Reino Unido y Canadá) y los que se estaban escaqueando (básicamente Alemania, España, Francia e Italia). Los Países Bajos representaban un caso curioso de ten con ten: sí, habían mandado tropas al sur, pero lo habían hecho con tales tipos de prevenciones y de cortapisas para entablar combate, que lo mismo hubieran podido enviarlas a broncearse a Ibiza. Otra cosa graciosa es que algunos pequeños países con pocos soldados y poco que perder (Rumanía, Luxemburgo, Eslovenia…) eran partidarios de que las tropas que se enviasen fuesen dispuestas a involucrarse a fondo y a tirar los tiros que hubiese que tirar. ¡Cómo se nota que su presencia en Afghanistán era testimonial!
Si uno consulta la página oficial de la OTAN, llegará a la conclusión de que la Cumbre de Riga fue un éxito. “Los líderes de los 26 países acordaron suprimir algunas de las cortapisas- restricciones nacionales sobre cómo, cuándo y dónde pueden utilizarse las fuerzas- para reforzar la efectividad de las fuerzas lideradas por la OTAN en el país.” Adviértase el matiz: habla de suprimir algunas de las cortapisas, no todas. El entonces Secretario General de la OTAN Jaap de Hoop Scheffer anunció triunfal a la prensa que ahora 26.000 de los 32.000 soldados de la OTAN en ISAF estarían más disponibles para misiones de combate y otras. También anunció que los aliados habían comprometido medios adicionales, con lo que ahora el 90% de los requisitos materiales de la misión estabn cubiertos (adviértase que esto implica que meses después de la ampliación de ISAF al sur del país, la misión levantaba tan poco entusiasmo que no había conseguido que los países la dotaran de todos los medios necesarios). Scheffer concluyó diciendo que “la guerra es vencible. La estamos ganando, pero todavía no la hemos ganado.” Cinco años después seguimos sin haber ganado esa guerra vencible, pero el señor Scheffer ya no está al frente de la OTAN para que se lo recordemos.
La realidad es que la Cumbre fue breve y decepcionante y que lo más que sacaron los asistentes fue poder degustar deliciosos platos preparados por el chef lituano Martins Ritins. El tema del futuro de la OTAN y de su conversión en una especie de segurata mundial, apenas se abordó. Se pasó de puntillas sobre muchos temas importantes, empezando por Iraq. Afghanistán fue el principal tema tratado por la Cumbre. Los aliados pusieron cara de buenos amigos y de que entre nosotros no hay malos rollos. Lo de eliminar las cortapisas para que las tropas entrasen en combate tuvo la letra pequeña que he indicado. A pesar del prometido aumento de medios, no se resolvió de todo la principal carencia de las tropas de la Alianza, que eran los vehículos de aerotransporte. Finalmente, hubo temas clave que se trataron con ligereza: las carencias en el entrenamiento de la policía afghana y la lucha contra la droga, principal fuente de financiación de los talibanes, donde la OTAN no había querido entrar más allá de apoyar las actividades del gobierno afghano. En fin, si es esto lo que el señor Scheffer considera una cumbre exitosa…
La solidez de las promesas hechas en Riga puede verse en las quejas del Comandante británico de las Fuerzas de la OTAN en Afghanistán, David Richards, quien a finales de enero de 2007 dijo que todavía no había visto las tropas que le habían prometido los países de la OTAN. Por su parte, el General norteamericano Dan K. McNeill, que mandaba ISAF, pensaba que los británicos no sabían distinguir un manojo de perejil de una amapola cargada de opio, según estaban llevando la política de erradicación de la droga en Helmand. Tampoco es que las operaciones militares de los británicos en la zona le entusiasmasen mucho. Pensaba que para garantizar la seguridad en Helmand haría falta enviar brigadas de combate norteamericanas. En marzo los británicos volvieron a quejarse de le tenían la sensación de que les estaban traicionando, viendo que sus “aliados” seguían tranquilitos en sus zonas y no se acercaban por el sur del país. Puede que fuera en ese ambiente de buen rollitos entre los aliados que los soldados norteamericanos empezaron a bromear llenos de frustración que I.S.A.F. era el acrónimo de “I Saw Americans Fight” (“Ví combatir a los americanos”).
En abril de 2008 tuvo lugar la Cumbre de la OTAN de Bucarest. Para entonces resultaba bastante evidente que ni los países de la OTAN ni sus opiniones públicas mostraban gran entusiasmo por la guerra. El Secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, identificó que uno de los problemas era que para los europeos las guerras de Iraq y de Afghanistán se confundían y el disgusto que muchos sentían por la primera contagiaba sus actitudes sobre la segunda. El Consejo Atlántico en un papel de marzo de 2008 identificaba claramente el problema: “El impasse en Afghanistán plantea un gran dilema a la OTAN: ¿cómo pueden los 28 gobiernos de la OTAN convencer a sus opiniones públicas de que apoyen un esfuerzo a largo plazo en Afghanistán sin indicaciones claras de avances reales ni en la seguridad ni en la reconstrucción. Aquellos aliados que tienen fuerzas sustanciales luchando en Afghanistán ya están cansados por las batallas políticas en casa, a medida que una opinión interna adversa desafía a sus gobiernos.”
La Administración Bush hizo un esfuerzo por abrirles el apetito guerrero a los aliados y elaboró un Libro Blanco estratégico para Afghanistán. El Libro Blanco fijaba cuatro puntos principales: 1) Compromiso a largo plazo con Afghanistán; 2) Apoyo a la mejora del buen gobierno en Afghanistán; 3) Acercamiento omnicomprensivo, que integre los esfuerzos militares y civiles; 4) Mayor grado de imbricación con los vecinos de Afghanistán, “especialmente con Pakistán”. El Libro Blanco estaba concebido de una manera muy inteligente. Insistía en los temas de buen gobierno y reconstrucción civil, que eran más vendibles a las opiniones públicas europeas (a título de ejemplo: un sondeo realizado en Alemania a finales de 2007 mostró que el 64% de los encuestados apoyaban los esfuerzos de reconstrucción en Afghanistán, pero sólo el 30% apoyaban los conbates contra los talibanes). Además, hablaba de un “compromiso a largo plazo”. La palabra “compromiso” suena muy bien y casi hace que no caigas en la cuenta de la implicaciones de la formuleja: que vamos a tener que quedarnos muchos años en Afghanistán pegando tiros, porque esto no parece que se arregle. El Libro Blanco finalmente reconocía algo que para entonces se había hecho evidente: que no habría solución definitiva para Afghanistán mientras no se hubiera acomodado de alguna manera a Pakistán.
Los aliados otánicos hicieron en Bucarest eso que saben hacer tan bien: poner cara de matrimonio bien avenido, mientras por lo bajini se iban dando pataditas en la espinilla. Todos acordaron que seguirían trabajando para eliminar las limitaciones impuestas a sus tropas para participar en acciones de guerra. Pero, ¿no habíamos quedado en Riga, año y medio antes, en que se eliminarían?
En donde ni tan siquiera fueron capaces de fingir fue en la cuestión del envío de tropas adicionales. Los comandantes aliados en el terreno estimaban que necesitarían tres brigadas más (unos 20.000 hombres) para controlar la situación en el sur. EEUU, como de costumbre, cargó con la mayor parte del esfuerzo: dijo que aportaría 5.000 soldados más. Alemania prometió 1.000 más, pero a situar en el norte, donde la situación era tranquila, y Francia 720. Algunos otros aliados también prometieron algunos pequeños contingentes adicionales con un entusiasmo fácilmente descriptible. El problema con estas discusiones sobre el envío de más tropas es que dejaron de manifiesto el poco entusiasmo que sentían los aliados por la guerra y las divisiones entre los pocos que mandaban a sus soldados a combatir y los que, en opinión de los primeros, se estaban escaqueando. Para rematar, el hecho de que EEUU asumiera la parte del león en el envío de fuerzas adicionales no hizo más que reforzar la imagen de que Afghanistán es ante todo una guerra norteamericana y que, por tanto, los aliados pueden quedarse al margen.
Tal vez sea a partir de Bucarest, cuando la cuestión más urgente empieza a ser no la de cómo la OTAN puede destruir a los talibanes, sino cómo la OTAN puede impedir que Afghanistán la destruya.