Ayer enterramos a mamá Lucía, mucha gente pasó por su funeral pero me detengo en las palabras del Padre Daniel Siñeriz que la recordó a ella por su inmensa humanidad, su sabiduría y el buen uso de la palabra. Mamá era una mujer de acciones, colaboraba con lo que ella llamaba “la comunidad” un grupo de vecinos del Barrio Casiano Casas que se reunían en la Vicaría del Espíritu Santo, un lugar que era una mezcla de iglesia y salón social, con movidas solidarias en medio de la evangelización. Nunca fui practicante católico y veía todo eso como una oportunidad para mi mamá de socializar en un ámbito en que también desarrollaba sus habilidades de líder natural. “Nos tenía a todos bajo sus alas” dijo una amiga, quien apreciaba sus consejos y su actitud solidaria. Desde hacía un lustro muchas de sus enfermedades se volvieron crónicas pero era leonina y se alzaba sobre sus malestares para impulsar sus pensamientos, sus ganas de vivir y hacer, Lucía era Lucía siempre, atenta a todo y a todos.
Mi mamá hace unos años, quiero en nombre de ella denunciar el destrato que sufrió en el Pami y facilitó su muerte.
El viernes 4 de abril a medianoche dijo que se le aflojaron las piernas y cayó en un pasillo de los dormitorios de su departamento, a raíz de eso fue trasladada por Ecco, un servicio de ambulancias que había contratado mi hermano, estaba con un corte y moretón en la cabeza y había que revisar si tenía alguna lesión interna.
Mamá pesaba 140 kilos y levantarla del piso fue una odisea, aún así llegó a Pami I Rosario alrededor de la 1:30, e inmediatamente se le hicieron las placas correspondientes, minutos después la médica de guardia dijo que no tenía lesión y que podía volver a su casa, nos dio las radiografías y un antibiótico. Se pidió un traslado para ella a través de un handy y la respuesta de la doctora, antes de irse a dormir a otro lugar de la guardia, fue que “en media hora a lo sumo antes de la hora” venían a buscarla Mi mamá estaba dolorida, por la caída y también la incomodidad de una camilla en la que apenas entraba, gritaba de dolor por sus piernas y desde atrás de una puerta, ya que estaba en un lugar cerrado con llave, traté de consolarla.
Desde ese momento, poco antes de las 2:00 y hasta las 6:30 de esa madrugada escuché los lamentos de mi vieja detrás de la puerta y el traslado no venía. Un telefonista que estaba encerrado en una habitación dormitando mientras un televisor emitía imágenes de películas eróticas, me afirmaba que estaba llamando a la ambulancia y que “ya vienen”. Fui muchas veces, muchísimas, a increparle por lo que pasaba y le pedía por favor que asumiera la responsabilidad de que mi madre estaba desesperada por regresar a su casa, fue en vano.
Alrededor de las 4 de la mañana realicé una denuncia al “Pami escucha”, llamando al 138, en donde tomaron nota de lo que me pasaba y me dijeron que me lo debían solucionar en el mismo lugar donde estaba ya que de allí depende la oficina de traslados con las ambulancias, que deben hacer esa tarea las 24 horas. A las 6:05 salgo al aire por Radio Dos, una oportunidad que solo tuve por ser un periodista conocido por estos colegas y pude contar que mi mamá estaba hace muchas horas pidiendo irse, incómoda, sufriendo en esa camilla limitadísima para una mujer de su talla y peso. Veinte minutos más tarde aparece un grupo de camilleros comandados por alguien que les daba órdenes que, inmediatamente, subieron a mi mamá a una ambulancia, de las cinco que estuvieron estacionadas toda la noche en la puerta del sanatorio de calle Sarmiento, y la llevaron a su casa.
En el departamento pidieron un refuerzo que llegó en minutos, se sumaron otras personas y nos ayudaron a armar una cama en el living, ya que mi mamá no podía llegar con silla de ruedas hasta su dormitorio. Estaba exhausta, dolorida, decía que no sentía las piernas ni las manos y que no podía levantarse, se caía de la silla por su debilidad, fue acostada y toda esa gente se fue. Le pusimos el oxígeno, al que mi mamá se conectaba cada noche, y en un rato, habrán pasado 20 minutos, dejó de respirar.
En el intermedio llamamos una ambulancia de CG&L Emergencias, que llegó cuando ya era tarde, y el médico, casualmente un ex compañero de primaria, amablemente revisó a mamá y nos explicó qué pudo haber sido la causa de su muerte. Nos dijo, la caída quizá originó un coágulo y éste le provocó una embolia pulmonar, un riesgo de los muchos que mi vieja tenía además de los cardíacos, una situación que en la guardia puede no detectarse. Una muerte previsible para ella, pero quizá acelerada por el estrés de la penosa situación que pasó en el sanatorio de la obra social de los jubilados.
Nunca supe cuántos médicos y enfermeros había detrás de esas puertas de la guardia, a mamá la atendió una médica que privilegió irse a dormir antes de asegurarse que su paciente volviera a su casa y un enfermero que al advertir mi hermano que la posición en la que estaba mamá le hacía tener dolores dijo algo así como “está es como debe estar”.
Esa madrugada esa guardia solo atendió a mamá y a una mujer que vino con sus propios medios y que le hicieron suero mientras estaba sentada en una silla. Desde la una hasta las seis y media nadie más vino en ambulancia, y tampoco había ambulancia para llevar a mamá a su casa.
¿Cómo es que un servicio de guardia con con cinco unidades no tiene arribos de pacientes en toda una noche? ¿Funciona el servicio de ambulancias de Pami en esos horarios? ¿Porqué entonces hay personal asignado a traslados las 24 horas? ¿Qué hacen los del turno noche? ¿Se les paga por dormir? ¿Qué le dicen a los viejos cuando necesitan una urgencia a la noche, que esperen hasta la mañana? ¿Cuánta gente se muere por estas negligencias espantosas?
En el Pami I de Rosario, de acuerdo a lo que me informó una vigilancia del lugar los viejitos suelen estar hasta las 8 de la mañana en camillas porque los traslados los hacen a partir de esa hora.
Se habla tanto de la ausencia del estado con la inseguridad y muy poco de esa ausencia en los efectores públicos. Lugares como estos suelen estar sostenidos por voluntades aisladas, de algunos profesionales enmarcados en un sistema que no contempla los derechos de sus afiliados, y los mata con desatención, colas, esperas, prórrogas, trámites eternos, distancia, teléfonos ocupados y prestaciones incompletas.
Desde hace décadas los servicios de ambulancias de Pami son un negocio de un sector político a los que les interesa recaudar dinero sin importarles los pobres viejos, son recurrentes las noticias que cuentan sobre sus demoras, sus ausencias y su servicio deficiente. A todos los ancianos les cabe en alguna etapa de su vida necesitar una ambulancia, un trasladado o un servicio de urgencia , si ese servicio no funciona o se demora, suelen pasar cosas horribles como las que vivió mamá esa madrugada, y se tiñe de muerte el objetivo de estas instituciones.
Mi mamá ya no está y era una paciente de riesgo, fue a un lugar en donde podían acceder a su historia clínica y no se la atendió con el cuidado que merecía. Se la destrató luego de una revisión y “que se fuera a su casa” , sin importarles si estaba cómoda, sin atender sus reclamos de molestia, sin preocuparles la exagerada demora de una ambulancia: estuvo cinco horas abandonada.
Yo no quiero que vuelva esto a pasar, pero en internet encuentro cientos de casos similares, lo que me hace pensar en que Pami colabora con un genocidio oculto que la burocracia política instaló y que a nadie le importa. Tienen 9 mil millones de presupuesto, sueldos de lujo en algunos empleados, y en la madrugada no hay ambulancias, la historia de mi amada mamá Lucía quizá se repita cada noche.
“Aquí matan a los viejos” debería ser el eslogan del Pami, con el objetivo de ahorrar, llevar dinero a sus campañas y hacer politiquería con la muerte de los ancianos.
Fabián Scabuzzo, 6 de abril de 2014