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¿Qué significa Darwin para la biología?

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Nov 4, 2013 in Autores

 

bacterias

Darwin para la biología  constituyó una catástrofe  porque la sacó del camino que estaba, muy bien orientado científicamente, y la convirtió en una interpretación de la naturaleza, en una visión sórdida y cruel de la vida. Como un campo de batalla en el que solo sobreviven los que tienen alguna ventaja, con un sospechoso parecido a los conceptos del libre mercado. De hecho, en los textos biológicos convencionales, los términos habituales para describir las relaciones entre los seres vivos son coste-beneficio, explotación de recursos, ventajas competitivas… Todos somos competidores.

Lo que critico, desde el punto de vista científico, no es a Darwin, sino al darwinismo, una creación ajena a él. Sus libros son un reflejo de lo que era: un aficionado a la naturaleza, de buena posición económica y mucho tiempo libre, que se dedicó a informarse sobre las actividades de los ganaderos y agricultores de su entorno. Y al que se le ocurrió que, del mismo modo que ellos seleccionaban animales y plantas que les resultaban ventajosos –cerdos obesos o vacas con las ubres hipertrofiadas–, “no podemos creer improbable” que la naturaleza seleccionaría animales que tuvieran una ventaja sobre los demás. Es una extrapolación absurda, como pusieron de manifiesto científicos evolucionistas de la época. La selección de los ganaderos es, precisamente, una alteración de la reproducción normal de los animales. Este argumento, en realidad una pura especulación sin base científica, junto con la concepción malthusiana de la vida (una competencia permanente de todos contra todos) es lo que se ha conformado como la visión darwinista de la vida.

La selección natural implica que la vida es una competencia permanente y que la naturaleza premia a los ‘más aptos”

En Sobre el origen de las especies…, basado totalmente en especulaciones, Darwin muestra una gran confusión: mezcla la influencia del uso y el desuso, las condiciones del ambiente y una serie de historias que le habían contado que llegan a extremos ridículos. De hecho, a causa de las críticas científicas, fue publicando hasta siete sucesivas ediciones en las que fue asesorado por tres científicos famosos y poderosos en la Inglaterra de la época: el botánico John Hooker, el geólogo Charles Lyell y, sobre todo, el zoólogo Thomas Henry Huxley, que vieron en la selección natural un reforzamiento de sus ideas supremacistas. El libro que suele circular, que es la sexta edición, no es exactamente de Darwin.

En “La variación de los animales y las plantas bajo la domesticación” expuso lo que él creía su teoría definitiva: sin abandonar la selección natural, propuso la pangénesis. Teoría según la cual cada órgano del cuerpo emite unas gémulas por las que transmitían a sus descendientes las características adquiridas por los padres a lo largo de su vida por la influencia del ambiente. Esto es otra muestra de su confusión, porque si todos los organismos pueden cambiar por la influencia del ambiente, no hay nada que seleccionar.

Naturalmente, esta ‘teoría definitiva’ no les gustó a sus protectores y lo reconvinieron seriamente. Lo que les gustaba era solo una de las variadas ‘ocurrencias’ de Darwin: la selección natural, que implicaba que la vida es una competencia permanente, que las características ‘favorables’ o ‘desfavorables’ eran intrínsecas a los seres vivos (por supuesto, fundamentalmente al hombre), y que la naturaleza premiaba a los ‘más aptos’. Estos hombres, poderosos, fueron los que impusieron el darwinismo (‘su’ darwinismo) en contra de la opinión de científicos evolucionistas de la época. Para ello, fundaron el X-Club.

En cambio Lamarck fue un científico, profesor de la Sorbona, que durante la Revolución Francesa (1789) impulsó la renovación de su obsoleta estructura para convertirla en una universidad moderna, propia de la Ilustración. Era experto en paleontología, en anatomía comparada y se dejó la vista realizando miles de disecciones de invertebrados, sobre los que escribió un imponente tratado. A lo largo de su carrera científica, acuñó el concepto de ‘invertebrado’ –hasta entonces se usaba la distinción de animales ‘con sangre o sin sangre’–; creó las claves dicotómicas que se usan para clasificar las plantas y que después se extendieron a la zoología; fue el primero en usar científicamente el término ‘biología’ entendido como el de una disciplina basada en un cuerpo teórico, en un concepto unificador. Su Filosofía Zoológica fue el primer tratado científico dedicado por completo a la evolución, entendiéndola claramente como la base teórica de la biología. Resulta cuanto menos sospechoso que a un precursor de estas dimensiones se le haya borrado de la historia oficial de la biología, ¿no cree?

En su libro, Lamarck escribe que las condiciones provocan un cambio en los organismos cuando los efectos del ambiente son muy intensos o muy duraderos, y que la capacidad para los cambios de organización animal y vegetal estaba inscrita en los organismos. Para Lamarck, era el equilibrio lo que gobernaba las relaciones entre los seres vivos. Claro que los depredadores matan herbívoros, o que los machos de los ciervos o los leones pelean, pero el resultado final, de conjunto, es que todos los animales y las plantas deben existir para que la naturaleza mantenga el equilibrio.

Conviene aclarar que Darwin no formuló realmente una teoría de la evolución. Él especulaba sobre el origen de las especies, la transformación de una especie en otra, es decir, un aumento de la variabilidad sin cambio del patrón morfológico básico. La evolución es un cambio de organización corporal, como el paso de pez a tetrápodo o de tetrápodo a ave. El término ‘evolución’ no aparece hasta la sexta edición de Sobre el origen… a sugerencia de Huxley. Hay un componente muy importante en el mantenimiento de las ideas darwinistas y su expansión: el de ‘adoctrinamiento social’

¿Cómo surge el darwinismo?. Hay diferentes motivos, unos más determinantes que otros. En primer lugar, Darwin estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno: en el centro del mayor imperio mundial que ha existido y en pleno auge de la Revolución Industrial, con las injusticias que ambos generaban; su ocurrencia de la selección natural justificaba muchas cosas. En segundo lugar, Darwin es un icono de la cultura anglosajona y sus raíces calvinistas. Sus ideas reflejan a la perfección sus valores: el individualismo, el mirar por sí mismo, la predestinación (en términos darwinistas, ‘determinismo genético’), la competitividad… A un científico anglosajón le resulta casi impensable que no exista la selección natural. Y los libros con que los biólogos nos formamos son fundamentalmente anglosajones, hegemónicos en la ciencia mundial. Por otra parte, hay un componente muy importante en el mantenimiento de las ideas darwinistas y su expansión por la sociedad: el de ‘adoctrinamiento social’.

Desde el principio, el darwinismo tuvo un gran apoyo por parte de los grandes magnates mundiales, como Rockefeller o Carnegie, que apoyaron las investigaciones de los científicos darwinistas. John Rockefeller afirmó que la supervivencia del más apto era una ley natural y divina, es decir, que las cosas son como son porque son leyes naturales. En definitiva, que el libre mercado y el darwinismo van en el mismo paquete. Por si no queda claro, repetiré una frase de Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía y asesor de Reagan, Thatcher y Pinochet: “Las demandas de justicia social carecen de sentido porque las demandas de justicia son sencillamente incompatibles en cualquier proceso natural de carácter evolutivo”. Finalmente, hay un componente que yo creo fundamental para que el darwinismo se mantenga a pesar de la enorme cantidad de datos verdaderamente científicos que se están acumulando y que contradicen radicalmente sus hipótesis: el componente económico y de poder. La concepción reduccionista de los genes como ‘unidad de información genética’, que ya sabemos que no es cierta, es esencial para los grandes negocios y para las prácticas de manipulación genética de las grandes industrias farmacéuticas y biotecnológicas, especialmente de los cultivos transgénicos, que ya sabemos a quiénes pertenecen. Estas grandes empresas son las principales financiadoras de la investigación biológica.

Los seres humanos somos bacterias y virus. La idea de que las células de los seres vivos procedían de la fusión de bacterias (una propuesta del biólogo ruso Konstantin Merezhkovsky) era ya aceptada a regañadientes por las autoridades darwinistas en los noventa, aunque chocaba frontalmente con la selección natural. Pero no había explicación para el origen de los genes y las proteínas responsables del desarrollo embrionario y de otras funciones de los organismos multicelulares. Los genes de origen bacteriano están muy conservados en todos los organismos y esas secuencias y esas proteínas que no tienen las bacterias no podían haber aparecido por mutaciones de los genes bacterianos, tan concretos y específicos, y menos, al azar. Entonces llegó a mis manos un artículo de un astrónomo galés, Alfred Hoyle, titulado Evolución desde el espacio, en el que sugería que los virus, por su capacidad de insertar sus genes en los organismos a los que ‘infectan’, podían ser una fuente de información genética disponible para su eventual uso. Comprendí que un fenómeno así podría explicar la gran cantidad de puntos débiles del darwinismo. Con muy pocos datos sobre lo que se conoce ahora como virus endógenos, escribí un libro titulado Lamarck y los mensajeros. La función de los virus en la evolución (1995), que fue acogido por mis colegas con el más absoluto silencio. A partir de entonces, los datos sobre virus endógenos y elementos móviles del genoma se han ido acumulando de una forma creciente hasta formar la inmensa mayor parte de los genomas. Puede parecer extraño que esos impresionantes descubrimientos no hayan llegado a la opinión pública, por lo trascendentes que son, pero a mí, a estas alturas, no me extraña en absoluto.

Las consecuencias de este modelo de evolución son que la naturaleza mantiene un equilibrio dinámico en condiciones normales. Cada componente tiene su función, y son las alteraciones, muchas producidas por el hombre, las que la desestabilizan. En el caso de virus y bacterias, pueden convertir en patógenos a elementos que no lo son. Los virus y las bacterias se pueden considerar como los ‘ladrillos’ de la vida, parte esencial de su funcionamiento actual. Las bacterias cumplen funciones esenciales para el organismo, pero el ataque continuo y excesivo con antibióticos las convierte en patógenas como respuesta. Teniendo en cuenta la enorme cantidad de virus que hay en la naturaleza, con funciones muy concretas y que no son patológicos, se puede pensar que los temidos virus patológicos han sido producidos por actividades humanas, como la elaboración de vacunas mediante el cultivo de virus en embriones de pollo o en cultivos celulares, ambos repletos de virus endógenos. El darwinismo es el apéndice científico del libre mercado y no pretende explicar la evolución biológica

Las enfermedades llamadas ‘genéticas’, incluido el cáncer, son alteraciones en la red, en la maquinaria reguladora de la información genética, producidas siempre por algún factor ambiental. Hay muchas enfermedades llamadas ‘genéticas’ que están producidas por el contacto con pesticidas, plásticos, productos de limpieza, incluso cosméticos. Estamos en contacto con miles de sustancias químicas sintéticas con las que nuestro organismo no ha estado nunca en contacto. Para atajarlas habría que investigar a fondo las causas, cómo afectan al organismo esas sustancias, y no pretender cambiar los genes y dejar las cosas como están. Aunque eso no sería positivo para el mercado. Sería conveniente informar a la sociedad de que la evolución es un fenómeno colectivo, una respuesta de los distintos genomas a algún desencadenante ambiental (vulcanismo, caídas de meteoritos, inversiones de los polos magnéticos) y no individual, y mucho menos por competencia. En la naturaleza, todos sus componentes son necesarios para un funcionamiento equilibrado.

El darwinismo es el apéndice científico del libre mercado y no pretende explicar la evolución biológica, porque lo solventa vagamente con el azar y el tiempo. En realidad, es una concepción de la vida, de cómo son las cosas, con profundas raíces ideológicas y claros intereses detrás. Creo que hay que hacer llegar a la sociedad estas informaciones, que ha llegado el momento de sacarlas a la luz y desprendernos de las mentiras interesadas con las que nos han adoctrinado.

X-Club: los ‘autores’ del darwinismo. El X-Club fue un reducidísimo círculo elitista que funcionó en la Inglaterra victoriana para apoyar las teorías de la selección natural  y el liberalismo académico. Su fundador fue Thomas H. Huxley, abuelo del autor de Un mundo feliz, Aldous Huxley. Thomas Huxley –que había acuñado el término ‘darwinismo’ en abril de 1860, en el Westminster Journal– convocó a nueve hombres a la primera cita del X-Club el 3 de noviembre de 1864 (seis años después de la publicación de Sobre el origen de las especies). Hasta diciembre de 1893, el X-Club se reunió una vez al mes. Sus miembros incluían a Herbert Spencer, William Spottiswoode y John Tyndall. Se hicieron con el poder de prestigiosas sociedades científicas y fundaron la revista Nature, a fin de controlar la información científica.

Sobre los virus y las bacterias

En el cuerpo humano hay 10 veces más bacterias que células. Se reparten entre unas 10.000 especies diferentes. Concretamente, en el tracto digestivo hay unas 1.000 especies de bacterias, que sintetizan un gran número de vitaminas. En 1 ml de agua de mar se calcula que hay 1.000.000 de virus, entre 5 y 25 veces más que bacterias. En 1 gr de suelo seco se pueden encontrar, de media, unos 530 millones de virus y de 40 a 100 millones de bacterias. En 1967 unas bacterias fueron a la Luna por error, en la sonda Surveyor 3, y cuando volvieron a la Tierra, años después, pudieron ser revividas.

Las colonias de bacterias de nuestro organismo están controladas por virus bacteriófagos (‘comedores de bacterias’), generalmente conocidos como fagos, que regulan su equilibrio y controlan la población. Los científicos han descubierto gran número de fagos en casi todas las muestras de moco. En 1921, en Francia, se usaron por primera vez fagos para combatir enfermedades infecciosas. Hay 5 fagos por cada bacteria en la saliva de las encías, pero en la superficie de las propias encías la relación es de 40 a 1. En 1930, Stalin aplicó la terapia de los bacteriófagos para combatir la disentería entre los soldados del Ejército de la URSS. El 40% de los virus marinos tienen un papel fundamental en el intercambio genético entre microorganismos. Los fagos transmitidos por la saliva o los mocos protegen a las bacterias beneficiosas y destruyen a las dañinas. Un entorno estéril aumenta el riesgo de sufrir enfermedades.

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Máximo Sandín (1950) es doctor en Ciencias Biólogicas y en Bioantropología. Fue profesor de Evolución Humana y Ecología en el Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. Ahora está retirado (“Preferí jubilarme de la docencia antes de la llegada del Plan Bolonia”). Ha escrito, entre otros libros, Lamarck y los mensajeros y Pensando la evolución, pensando la vida, en los que desarrolla su principal aportación a la teoría de la evolución: una revisión de la tesis darwiniana a través de la competitividad. Lo que Sandín propone es una visión más solidaria, colaboracionista, sólidamente afianzada en las ideas del biólogo francés Jean B. Lamarck y en los más recientes descubrimientos. Máximo Sandín es un hombre apasionado, rebosante de energía, de una enorme y erudita memoria y un trato natural y espontáneo.



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