Revista Política
Desde que Zapatero anunciara sus famosas 9 medidas de austeridad para reducir el déficit (en realidad y como recordarán, no son suyas sino dictadas por los "mercados" y transmitidas por teléfono por el amigo Obama), en el Partido Popular y pudrideros aledaños están que revientan de gozo. Las encuestas inmediatas al anuncio de Zapatero han disparado las expectativas de la extrema derecha parlamentaria española de retornar pronto al gobierno por la vía pacífica; diarios progresistas y cavernarios rivalizan en el margen de puntos por el que ganaría el PP, caso de ser tan imbécil Zapatero como para convocar elecciones generales hoy mismo. Sucede que toda esta gente parece olvidar un dato fundamental: que las reacciones en caliente no son políticamente significativas, sobre todo cuando calendario en mano faltan dos años para las próximas generales. Que Zp haya pasado a mejor vida y Zapatero haya quedado abrasado políticamente no significa ni mucho menos que el PSOE vaya a perder las próximas generales, que naturalmente y como digo no van a celebrarse la semana que viene. Ocurre con esta moda tontuna de las encuestas de reacción inmediata a cualquier suceso (otra gilipollez importada de los EEUU), lo mismo que cuando a un ciudadano cualquiera le pisan con fuerza en el autobús o el metro: el caballero se queja y se acuerda de todos los muertos de quien acaba de lastimarle el pie, claro, pero es dudoso que un mes después continúe recordando el incidente a menos que el tipo que le pisó siga repitiendo su torpe hazaña cada vez que se encuentren.
A este respecto les recomiendo un análisis que aparece hoy en el diario Público, en el que explica con detalle que de celebrarse hoy las elecciones, justo tras el Zapatazo económico del miércoles pasado, el PSOE perdería unos tres millones y medio de votos, de los cuales (en el peor momento, insisto) trasvasaría unos setecientos mil al PP (una cifra que cuando llegue la hora de la verdad será aún más reducida, entre la mitad y un tercio; al tiempo). Dado que los votos que recibe Izquierda Unida son algo más de trescientos mil y los cedidos a todo el resto de formaciones políticas unos doscientos mil, resulta que la verdadera fuga de votos socialistas, casi dos millones y medio de votos, sería a la abstención, lo que cuadra perfectamente con las tendencias históricas del electorado de izquierdas en España: el elector de izquierdas cabreado con su opción política no cambia de voto (las series históricas lo demuestran, una vez descontado el trasvase de "voto útil" de la izquierda comunista y extraparlamentaria al PSOE que se produjo en los años ochenta), sino que se refugia directamente en la abstención. Y esta es la condición asimismo histórica para que el PP gane, como reconociera Gabriel Elorriaga, uno de los estrategas derechistas, en las elecciones de 2008: el partido de Mariano Rajoy sólo ganará las elecciones movilizando hasta el último voto de derechas y consiguiendo que los de izquierdas se abstengan. Si el PSOE, con un candidato distinto a Zapatero, consigue retener entre la mitad y los dos tercios de esos potenciales abstencionistas, volverá a ganar las generales.
Como viene sucediendo en la última década, son esos algo más de tres millones de votos de izquierdas ciclotímicos (en estado de cabreo en ocasiones, ilusionados otras) los que deciden: en 2000 se fueron a la abstención (millón y medio del PSOE y millón y medio de IU), y el PP ganó por mayoría absoluta. En 2004 esos tres millones de votos salieron de la abstención y sumados a medio millón de nuevos votantes, le dieron la primera victoria a Zapatero. En 2008 por último, y ante el peligro de que el PP ganara, volvieron en su mayoría a darle al PSOE la oportunidad de seguir gobernando.
La tarea de los socialistas ahora es precisamente movilizar a ese electorado de izquierdas que decide, y que otra vez duda entre la abstención y el voto con la pinza en la nariz. Obviamente no lo van a conseguir con medidas tan antipopulares e inútiles como las anunciadas la semana pasada por Zapatero. Pero quedan dos años para intentarlo, o un año si es que deciden adelantar las elecciones una vez hayan conseguido enbridar al caballo de la crisis y apunten signos de mejora, tal como proponen algunos dirigentes no zapateristas. Que al propio Rajoy le asusta la posibilidad de llegar al gobierno en estos momentos tan difíciles lo certifica su negativa a reclamar elecciones anticipadas, tal como le pidieron los dirigentes de su partido este fin de semana, apenas tres días después de que Zapatero hiciera públicas sus medidas antidéficit.
Y sin embargo, a pesar de que hasta Rajoy se da cuenta de que este no es el mejor momento para hacerse con el gobierno de España, los sectores más revanchistas y abiertamente fascistas del entorno de los "populares" han declarado abierta la cacería. Desde el miércoles pasado la prensa cavernícola ha desencadenado una brutal ofensiva contra Ruiz Gallardón, al que intentan quitar de en medio con su estilo habitual plagado de insultos y difamaciones, no vaya a ser que vistas las expectativas que alimenta el PP de ganar las próximas generales, alguien decidiera que la derecha española necesita una regeneración a fondo y comenzaran por el cabeza de lista, situando como presidenciable al alcalde madrileño. A Rajoy pues le llueven por todos los lados.