Libro de mi tatarabuelo. expatriadaxcojones.blogspot.com
Quien eres: A veces está claro, a veces no. Escuché esta frase en un documental de Alain Berliner, Nobody’s Business. Me dio qué pensar. ¿Sé yo quien soy?
Me acabo de trasladar de habitación. Y mientras llevaba las cosas de mi antiguo despacho a mi nueva oficina, he tirado mucha mierda. Ya tocaba. Pero también he encontrado algunas perlas. Fotos antiguas donde salgo con los novios de mi adolescencia. Papeles de trabajo olvidados. Libretas con anotaciones personales. Y una Biblia. Es de mi tatarabuelo. Creo. En la primera página está su firma. Blas Teruel. Y en la página siguiente, escrito de su puño y letra, este texto:
Nació mi nieto Diego. El día 2 de mayo de 1869. A las cuatro de la mañana. Si este libro se perdiera, como procede ( inteligible ) suplico que me lo remita y le pagaré ( inteligible )Yo Blas Teruel. Cayada.
No recuerdo haber oído hablar nunca de él. No sé absolutamente nada de su vida. Ni donde vivía, ni a qué se dedicaba, si era buen hombre, tenía mal carácter, padecía alergia o odiaba a los perros. Nada de nada. Para mí es un completo desconocido. Pero por la fecha, 1869, deduzco que será el padre de mi bisabuelo. Éste tendría que ser el tal Diego. El padre de mi abuelo. La verdad es que no tengo el más mínimo conocimiento sobre ninguno de ellos.
Es curioso lo poco que sabemos de nosotros mismos. De nuestra propia familia. Quizás podamos decir cuatro cosas sobre nuestros abuelos pero ¿y de sus padres? ¿Sabemos algo de sus vidas? ¿Qué tipo de personas eran? ¿Si fueron felices?
De no ser por ellos no estaríamos aquí. Una octava parte de nuestra herencia genética viene de estas personas. Nos han transmitidocaracterísticas fisiológicas, morfológicas e incluso bioquímicas. Somos su descendencia. Carne de su carne. Sangre de su sangre. Y la mayoría no conocemos ni tan siquiera sus nombres.
Quizás para saber quién soy tendría que saber, antes, de dónde vengo. Parece obvio ¿no? Porque no tengo ni puñetera idea y ya va siendo hora. Quiero saber que hay, si es que hay algo, de ellos en mí.
Hace tiempo que voy almacenando material sobre el tema. Una obsesión recurrente e intermitente en mi vida. Hace cuatro años grabé unas entrevistas con mis dos abuelas. Mis abuelos ya están muertos. También fui al pueblo donde nació mi padre, en Almería. Hable con su tía. Más tarde, entrevisté a mis padres. Saquee el álbum familiar. Ordené y escaneé un montón de fotografías antiguas, postales, carnés de biblioteca, de la cruz roja…
El material lo tengo. Solo hay que revisarlo. Ordenarlo. Buscar entre los despojos algo que resulte interesante. Algo que permita tirar del hilo.Y para ello necesito tiempo y dedicación. Un espacio confortable en el que trabajar es importantísimo.
Antes compartía despacho, por llamarlo de algún modo, con el Kalvo. Con él, sus cámaras, los trípodes, las luces, las botellas para revelar y su incontable número de fotografías colgadas en la pared. Más que un despacho parecía un almacén.
Por eso me he mudado. He desmontado la habitación de invitados y me he instalado con mis cosas. Total. Para cuatro visitas que tengo al año.
Si quiero escribir y dedicarle el tiempo que requiere necesito un lugar cómodo en el que trabajar. Mi pequeña burbuja dentro del complejo y ruidoso mundo familiar.
Aquí soy yo y estoy sola.
La mesa, en el centro de la habitación. Frente a la ventana. Con vistas al cielo. El ordenador, justo en medio. La impresora, a la derecha. El escáner, a la izquierda. Lapicero totalmente equipado: bolígrafos, lápices, rotuladores, punta finas, goma, celo, mini grapadora, libretas, clips… Una escultura de un buda que me traje de la India. Un montón de post-it. De colores. Está el amarillo clásico pero también el verde, el rosa y el blanco. Otra escultura de una llama que me traje del Perú.
Tengo muy pocos muebles. Sólo una cajonera estilo marroquí. Vacía. Encima: una bola del mundo, diccionarios y algunos de los premios que me dieron con Jun Ducat. Nada importante. Festivalillos de poca monta. Simplemente me sirven de recordatorio. Porque si no, tiendo a pensar que soy una idiota, una vaga y una puta incompetente. Una flipada, egocéntrica, egoísta con ínfulas de grandeza. Y así no se va a ninguna parte.
He colocado un par de cajas que me hacen de estanterías. Las compré en el mercado. Eran de un frutero. La típica caja de madera antigua y hecha polvo. Me sirven para poner las cintas, cd’s y dvd’s. Cosas de poco peso pues el Kalvo me ha dicho que la pared de esta habitación es como el papel de fumar.
—No las cargues mucho porque esto está a punto de caer. —Pues que bien…
También tengo una mesilla antigua. De madera. Baja y desplegable. Me la regaló mi hermana pequeña. Se la encontró en la basura, en Barcelona. La cogió, la lijo, la pinto de blanco y compró un cristal para la superficie. Debajo coloco un dibujo que había hecho ella. Era un retrato de Frida Kahlo. Me gusta esta mesa. Fue de las pocas cosas que me traje de España.
Y a parte de estas cuatro cosas. Poco más. Una pizarra Vileda colgada en la pared donde anoto chorradas. También varias notas sueltas pegadas directamente con celo. Más post-it. Y una bombilla pelada.
Todo está listo. Solo hace falta sentarse y ponerse a trabajar. Escribir. Pero ¿de qué coño hablo? Escribir cada día una cosa distinta sobre la vida de uno mismo no es fácil. Por eso, como no tengo nada especial que contar porque mi vida es aburridísima: Mama. Expatriada. Mujer. Vaya, como para tirar cohetes. Pues he decidido que voy a contar la historia de mi familia. Porque aquí si que hay tela y mucha.
Todavía no se lo he dicho. Creo que no lo voy a hacer. Ya veremos si se dan cuenta. Empezaré por esa foto que tengo. Es una de mis preferidas. Me la dio mi tía. Es un retrato de familia. En blanco y negro, con los colores ya muy desgastados. Se ve a dos personas, un hombre y una mujer, posando para el fotógrafo. Están muy serios. Creo que son mis bisabuelos. Los padres de mi abuela, la madre de mi padre. Ahora, con Alzheimer. Voy a buscarla. Empezaré con ellos. Y empezaré hoy mismo.