Raquel Jaramillo Palacio vive en Nueva York con su marido, sus dos hijos y dos perros. Siempre quiso escribir, pero estaba esperando el momento perfecto para empezar. Después de más de veinte años diseñando cubiertas de libros, se dio cuenta de que el momento perfecto no se presentaría y llamaría a su puerta así porque sí, así que decidió tomar las riendas y escribir sin más. La lección de August es su primera novela y no, no ha sido ella quien ha diseñado la cubierta, pero igualmente es una cubierta maravillosa.
Palacio ha creado en La lección de August un mundo que se mueve alrededor de su personaje principal. August Pullman es un pequeño con graves deformaciones en la cara, al que todos se quedan mirando, que es incapaz de adaptarse, que vive dentro de la burbuja de cariño y amor familiar. Esta es una novela especial y emotiva que se ha ganado a pulso un buen puesto en el ranking de las mejores novelas juveniles de 2012 de El Tiramilla por su emotividad, por su ternura, por ser una novela al mismo tiempo triste y esperanzadora, porque al fin y al cabo, no todos los humanos son crueles y hay mucha gente buena en el mundo. August no es precisamente un chico perfecto, pues a veces puede resultar egoísta y cargante, pero tiene un corazón de oro capaz de conquistar a todo el que se halla a su alrededor y no teme mirarlo a los ojos.
Cuenta la autora que la inspiración para escribir la novela surgió a raíz de un encuentro que tuvo hace unos años en la puerta de una heladería. Una niña, que tendría unos siete u ocho años, estaba sentada en un banco junto a su madre y otra chica. Palacio temió el momento en el que su hijo la viera, temió que este reaccionara de un modo que pudiera herir los sentimientos de la pequeña. Con el fin de evitarlo, decidió levantarse e irse con su hijo, pero en ese momento su hijo mayor apareció y llamó al pequeño, por lo que este vio a la niña cuando levantó la mirada. Antes de que empezara a llorar, Palacio cogió a ambos y se los llevó corriendo al tiempo que escuchaba cómo la madre de la pequeña les decía a ella y a la otra niña: “Bien, chicas, es hora de irse”. Y eso rompió el corazón de la escritora, que quiso volverse para disculparse, pero que no lo hizo por lo avergonzada que se sentía. De camino a casa, en la radio del coche empezó a sonar la canción Wonder, de Natalie Merchant, una canción especial para la autora por la relación que tenía con el nacimiento de su hijo mayor, y que había utilizado como una especie de canción de cuna con él. Sin embargo, en ese momento, la canción tomó otro cariz. Fue en ese viaje a casa cuando decidió escribir La lección de August y cuando decidió que la historia estaría narrada bajo el punto de vista de un niño con la misma cara de la pequeña que había visto momentos antes. Afirma la autora: “supe que sería una historia positiva, una historia de bondad y afecto infantil. En cierto modo, sería mi expiación por ese momento que pasé en la heladería. Ese día lamenté no haberme vuelto para hablar con esa pequeña y su madre. La lección de August es un mensaje dirigido a ellas”.
R. J. ha conseguido su propósito y ha creado una novela que rezuma sentimientos positivos y de compañerismo, una novela sobre la amistad, el amor y la superación personal. Como diría el propio August: “podríamos hacer una nueva regla: intentar siempre ser más amables de lo necesario”.