Por si alguien se estaba empezando a preocupar, aclaro que no he sido abducida por ninguna horda de extraterrestres cerveceros ni la Telecom ha decidido restringir mi acceso a internet por temor a un post demoledor (con razón, eso sí).
Mi (corta) ausencia se debe a la nueva organización, replanteamiento de prioridades, pruebas varias de acierto-error y, sobre todo, la mentalización familiar y toma de conciencia que supone mi ingreso en el fascinante mundo de las madres redundantes (a.k.a. trabajadoras o Raben, según gusten).
Que sí, que yo estaba encantada, feliz y dispuestísima, pero la situación idealizada de salir de casa a horas tempranas con la sonrisa dibujada no se dio como esperaba.
En vez de eso, me encontré corriendo de un lado para otro a medio maquillar, tomándome el café mientras me ponía el abrigo y literalmente lanzando a los polluelen al interior de la guardería, un beso al aire y hasta más tarde. Un sinvivir, vamos.
Pero cosas de la nueva interacción con adultos en competición directa y malvada entre ellos, una se da cuenta a los dos días de que se trata de un tema de supervivencia y, sobre todo, de estrategia.
Al maromen, acostumbrado a levantarse, ducharse, afeitarse, desayunar y largarse “que llego tarrrde al trabajo” se le acabaron los derechos del (único) trabajador remunerado en esta Haus. Ahora una servidora también tiene que llegar a tiempo ¿no? Si además al señor se le ocurrió la graciosísima idea de señalar un par de patas de gallo en la nueva Rabenmutter y no supo arreglarlo más que para peor, justificando que dentro de una semana cumple 30 añitos y, claro, ya no es una veinteañera, todos sus derechos (desayuno incluido) se convierten en privilegios que hay que ganarse a pulso. Y mi maquillaje en paz y tranquilidad, en un derecho.
Media hora antes tiene que levantarse “el pobre”, porque ahora todas las tareas necesarias antes de cerrar la puerta, se reparten al 50%. Y los niños, que parecen haberse puesto del lado de su madre, se portan, gracias a Gott, igual de mal con él que conmigo. A buenas horas se dan algunos cuenta de que las camas, los niños, los desayunos, los abrigos y las mochilas no son cosa de los duendes caseros.
Y una, que le ha cogido el gusto al rabenmutterismo y se está volviendo una artista de la estrategia sutil y eficaz, ha decido dar un paso más y probar a ver qué tal esto de ser, además, una Rabenfrau.
3 noches han sido suficientes. Después de años queriéndose creer el “yo es que duermo muy profundamente y no me entero de nada” y asumiendo la paternidad nocturna, probó 3 días el volver con el/los polluelen lloriqueante/s al lecho marital y plantarlo/s en medio del mismo. La cuarta noche, cuál fue mi sorpresa, cuando al ir a levantarme maromen saltó raudo y veloz de la cama musitando sin un ápice de rencor (señal inconfundible del correcto funcionamiento de la estrategia) “deja deja, ya voy yo, que cada vez que te levantas tú, vuelves con uno.”
¿Quién era el pringao que decía que las mujeres teníamos más empatía y compasión? Hua hua hua