El narcisismo exacerbado que inicialmente nos muestra el protagonista de Me miro al espejo… y me gusta lo que veo, se va transformando en un divertido, jocoso, mordaz y entrañable retrato generacional de esos españoles que a finales del siglo XX han dispersado su vida entre la familia de nacimiento, la propia, el trabajo, los amigos, la mili o el fútbol, lo que en principio no parece decirnos nada nuevo. Sin embargo, el poderoso artefacto narrativo que Ramón Zarragoitia despliega para mostrarnos a su arquetípico personaje no nos deja indiferentes, porque cual Quevedo del siglo XXI, se muestra incisivo y mordaz en todo momento, y nos arranca muchas risas y alguna que otra carcajada con la lectura de una historia que lejos de repelerte te engancha. Esa fórmula de enganche, la consigue el escritor con un potente oído que traslada a las expresiones y a unos magníficos diálogos que retratan, a la perfección y a la par, tanto al personaje como a la sociedad que nos muestra, y que sin duda, nos devuelven a ese maravilloso eco de juego narrativo de Sánchez Ferlosio en El Jarama, pero en versión actual. Es ahí donde Zarragoitia derrocha grandes dosis de domino lingüístico a la hora de expresar las emociones dispares y sinceras de un agente inmobiliario que puede decir que ha triunfado en la vida y se siente orgulloso de sí mismo y de los suyos.
Si bien, al principio volvemos sobre los pasos de Tom Sharpe y su famosísimo Wilt, en Me miro al espejo… y me gusta lo que veo, como retrato generacional que es, además de la sátira, a medida que avanza la historia está muy presente la trampa de los recuerdos que, en esta ocasión, nos llevan a situaciones y lugares que nos resultan familiares a todos, y a los que cada uno de nosotros, debe condimentar con sus propias experiencias. El protagonista, sin ser una persona especial, sí se plantea la vida de una forma inteligente, porque para vivir una vida plena y de éxito, no hace falta triunfar al estilo que nos retratan las películas y las series de televisión que nos inundan la cabeza de falsas ilusiones que son de todo menos reales. Lejos de toda esa farsa, Ramón Zarragoitia le proporciona a su personaje esas dosis esenciales que hacen de este ser narcisista una persona también entrañable, y que a través de la disposición en modo de puzzle de los capítulos de esta novela, asistimos al testimonio generacional de un hombre de clase media que, como cada cual, ha ido cumpliendo a pies juntillas con todas y cada una de las etapas vitales de su vida, pero muy bien contadas por el narrador, que se muestra igual de incisivo y locuaz con sus personajes (Loli, la Santa; el Belloterín; su Niña; la Madre; la Suegra, Doña Perfecta; Manuel Ferriño, Manu…), que con sus lectores.
A todo ello, hay que añadir las magníficas fotografías de Ángel Muñoz Rodríguez que, a modo de cortinilla, nos sirven de vía de paso entre los capítulos; y una cuidada edición de la Editorial Groenlandia, lo que hace más agradable, si cabe, la lectura de esta sátira entrañable que promete continuar tal y como termina.
Me miro al espejo… y me gusta lo que veo, está disponible en todas las plataformas de lectura:
ISSUU
http://issuu.com/revistagroenlandia/docs/me_miro_al_espejo
CALAMÉO
http://es.calameo.com/read/001891265cbd93f89e7a2
SCRIBD
http://es.scribd.com/doc/127003775/ME-MIRO-AL-ESPEJO-DE-RAMON-ZARRAGOITIA
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel