Rayitos de sol

Últimamente tengo un nuevo pasatiempo favorito: recordar mis pequeños momentos de “victoria”; esos en los que todo se había vuelto, de pronto incomprensiblemente frío y gris y la máquina expendedora del pasillo me animaba el día con un paquete de galletas de chocolate, un dulce relleno de crema de cacao o un cortado calentito gratis. O como cuando conseguía resolver un problema o contribuía a que un trabajo saliera bien, y era recompensada con una lata de bombones (de esos que vienen en papelitos de colores, sí, ¡los mejores del mundo mundial!).

Son pequeños detallitos que van formando parte de mi historia de este 2015, como aquel diente de león sobre el que ya escribí hace unos meses, o como ese chófer de guaguas atento que me ayudó (sin él saberlo) el día en el que se me habían hinchado tanto los pies que apenas podía caminar.

Tal vez por eso, aquel día, cuando era incapaz de ocultar en mi rostro todo el estrés, el miedo, las decepciones, la tristeza… alguien me miró y, en lugar de reprochármelo, mostrar incomodidad o presionarme para que me pusiera una máscara, simplemente me hizo reír con un pequeño gesto simpático, una mirada traviesa y una broma inocente. ¡Todavía se puede encontrar gente así! Personas que, sin tener ningún tipo de obligación ni compromiso, y sin siquiera conocernos, son capaces de pararse a mirarnos directamente a la cara y entender que solo necesitamos eso: reír, aunque solo sea un poco, durante unos segundos, pero que valen más que todas las horas previas de amargura y nos curan el alma.

Hay gente que levanta un muro defensivo cuando ve un rostro que lleva escrita en él su propia verdad, que sienten amenazante. Otras personas, en cambio, ven en ese mismo rostro algo muy diferente: un ser humano que no está amenazando a nadie, sino que, simplemente, está ahí; existe y es así. Y luego están esas pocas (contadas con los dedos de una mano son las que conozco) que tienen un especial talento para reconocer a quien está sufriendo y regalarle un poco de humanidad, de bienestar… con solo una sonrisa.

¿Por qué será tan difícil entenderlo? La risa debería ser proclamada un derecho fundamental. El sentido del humor (sin ánimo de ofender) debería ser más valorado: no solo la risa, sino la capacidad de hacer reír.