Revista Diario
Hace poco habíamos reseñado una aproximación al nuevo libro de José Natanson "¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política?" (Debate, 2012), y parece ser un tema que está alcanzando interrogantes en la sociedad luego del movimiento de indignados, la primavera arabe, sin contar en nuestro país, el rol de la juventud kirchnerista en la actualidad.
En el ABC de España salió una reseña de un libro titulado "La revolución divertida" de Ramón González Férriz, cuya óptica y análisis polémica me pareció interesante compartirla desde el blog:
«Esa época fue la culpable de toda la mierda hippy, niños ricos que se creían idealistas y a los que les fue bien porque el país atravesaba por un periodo de prosperidad. Yo nunca me tomé una semana libre para escaparme a tomar LSD y bailar alrededor de una hoguera. De las 400 veces que tomé ácido en el pasado, a la mañana siguiente siempre tuve que ir a trabajar. En los 60 los hippies vendieron la revolución como quien vende una sopa». Lo dijo Peter Buck, guitarrista del grupo de música R.E.M., en una entrevista publicada en la revista «Melody Maker» en 1988.En efecto, gran parte de los rebeldes de los sesenta eran hijos de la clase media que recibieron una educación tan burguesa como los partidarios del conservadurismo. Fueron los sesenta una época de revoluciones, pero ninguna consiguió logros notables. Por la inconsistencia ideológica de quienes protestaban y por su desorganización. Si en las revoluciones anteriores –Rusia, China…– el objetivo era expulsar, matar o encarcelar a quien detentaba el poder, solo la cultura pop alcanzaba en los sesenta esa apariencia subversiva. Fue la «revolución divertida». Ramón González Férriz, editor de la versión española de la revista «Letras Libres» aborda en un ensayo los movimientos de protesta desde el comienzo de la segunda mitad del siglo pasado hasta ahora.
En «La revolución divertida» (Debate, 2012), González Férriz, editor, traductor y periodista, afirma que la revolución de los sesenta fue en todo caso cultural, nunca política –«los logros políticos llegarían más tarde, y lo harían casi siempre por medios inesperados»–. La explosión de libertad coincidió con el impulso de los medios de comunicación. Juntos, esos dos elementos confeccionaron la figura del «rebelde», heredera de la cultura pop y modelo para las sucesivas revueltas. Fracasaron entonces y fracasaron después, con la paradoja de que los revolucionarios que un día protestaron contra el capitalismo no solo se enriquecieron gracias a él, sino que lo reforzaron hasta hacerlo casi indestructible, «incluso en mitad de una crisis histórica».«Rebelarse vende –insiste González Férriz, que conjuga ironía y sensatez en una visión netamente liberal–. Es la esencia del capitalismo. Ser diferente, pensar diferente, vestir diferente, hablar diferente». A John Lennon, «héroe de la clase trabajadora» le nombraron miembro de la Orden del Imperio Británico junto al resto de los Beatles. Sus canciones liberadoras, como «Revolution», terminarían generando cuantiosos beneficios a Michael Jackson y siendo utilizadas en losanuncios de Nike. Hoy, el alcalde comunista José Manuel Sánchez Gordillo promueve la revolución cívica con el aval de una nómina de 3.000 euros por su escaño y su condición de aforado.
Los setenta recogieron el testigo de la década anterior con el desprecio a las minorías por bandera. Los ochenta españoles fueron una reacción contra una cultura envejecida. El movimiento antiglobalización de los noventa daba un renovado lenguaje político a los jóvenes rebeldes perpetuando la tradición revolucionaria. El nuevo milenio llegó con la oposición a los grandes conglomerados mediáticos.Son precisiones del autor de «La revolución divertida», que expone la «inédita» expansión y fortalecimiento de la democracia liberal en ese mismo periodo: «El capitalismo no solo parecía soportar esas revueltas, sino que en buena medida las había convertido en uno de sus motores sin dejar de ser él mismo». Hoy, los nuevos revolucionarios «crean algoritmos y diseñan aplicaciones». Y se hacen ricos. «Pese a su indumentaria informal, son perfectos magnates del capitalismo». Steve Jobs, difunto fundador de Apple, la compañía más valorada de Wall Street, fue budista y vegetariano.
La última mutación de esta corriente revolucionaria la protagonizan en España los «indignados» del 15-M, relacionados tangencialmente con la «Primavera Árabe» y «Ocupa Wall Street». Protestas grabadas con teléfonos de la tecnología más avanzada. «Más allá del aspecto revolucionario de sus proclamas», las reivindicaciones de una mayor autogestión o la nacionalización de la banca, explica González Férriz, han dado un giro ideológico: «Proclaman su derecho a acceder a la vida burguesa: el empleo estable, el confort material, el futuro predecible y asegurado por un Estado benefactor y generador de empleos».Pero este impulso, recuerda el ensayo, será políticamente inútil si no se encauza por la vía institucional. «Como tantas otras veces en los últimos cincuenta años, parece que todo ha cambiado, pero en buena medida el funcionamiento de las democracias de los grandes partidos –el voto físico y secreto, el parlamentarismo, la separación de poderes– se mantiene asombrosamente igual que antes del surgimiento de la última revolución».