Una leve brisa ondulaba la hierba,
Caían algunas hojas junto al arroyo,
Y el romano consolaba a su Lesbia,
¿Adónde se fue ese momento, en qué
Agua enmudecida, en qué recodo
De los demasiados siglos se perdieron
Lesbia la romana y su enamorado?
Como ellos nos tomamos de la mano,
Vos y yo, en esta tarde transparente
Del tibio otoño, dichosos y ajenos
A la lluvia de los incontables otoños
Que gota a gota caerán sobre nosotros,
Ya perdidos en la nada enmudecida
Donde duermen Lesbia y su romano.
Sobre una estela funeraria
Cuentan las estelas que fue Antef
Un excelente faraón, y que tuvo
Un destino maravilloso, un destino,
Sin duda, verdaderamente faraónico.
Sería bueno tener una vida afín
A la de tan afortunado personaje,
Que en su testamento saludó
A los fugaces dioses, celebró
La sucesión de las generaciones.
Y recordó sin nostalgia
A los nobles y bienaventurados,
Durmientes en silenciosas tumbas,
Y a sus casas que ya no existen.
En la brillante pantalla del televisor
Se sucede un vértigo de imágenes;
Edificios derruidos y cadáveres
Junto a la foto de Abu el Haramiz
Y su rojo cinturón de explosivos;
El mundo estalla cada día, pero nadie
Vuelve de allá abajo, dice el faraón,
Nadie nos revela nuestra suerte al llegar
A donde ellos ya han llegado.
Lo que antes sucedió, dice Antef,
Volverá a suceder. Otras vidas
Florecerán bajo el mismo sol
Y pronto volverá la primavera
Para apaciguar tu corazón.
Obedece a tu espíritu tanto tiempo
Como te sea posible; viste suave lino,
No dejes que tu corazón languidezca,
Tu destino sobre la múltiple tierra.
Nadie lleva consigo sus bienes.
Ninguno vuelve de los que se han ido.
Mesurados y sabios son los consejos
Del buen faraón, pero me inquieta
El costo excesivo del suave lino
Y los frustrados sueños de amor
Que hacen languidecer mi corazón.
También debo alegar, sabio Antef,
Que si logro completar mi destino
Y seguir mi deseo y mi felicidad,
Nadie podrá quitarme esos bienes;
Los llevaré conmigo hasta llegar
Al sitio del que nadie vuelve.
Dos mil años sin César
Y qué siglo nos tocó, qué maravilla,
De continentes instantáneos y fugaces,
Con amaneceres de cinco estrellas
Y esplendores de veloz pornografía.
Qué siglo y nosotros en la cama,
Pasando del canal de las noticias
A las profundidades marinas.
Hoy quisiera tomar un te de menta,
Mi querida, hoy te toca hacerlo,
Luego nos pondremos a desvariar,
Pensaremos qué contarle a César
De este siglo cibernético y lejano,
Le diremos desde la taza humeante
Cuántos rubicones se cruzaron
A lo largo de dos mil putos años,
Y cuántos colegas con puñales
Merodean todavía en el senado.
También le explicaremos los avances
De la ciencia y la gastronomía
Y la blanca razón del refrigerador.
Es cierto, mi dulce Erica, las cifras
Dicen mucho más que mil palabras,
Podríamos decirle al gran César
Cuántos se han ido de este mundo
En los dos milenios que pasaron,
Y hacerle la cuenta minuciosa
De los emperadores asesinados
Y los imperios perdidos en el aire.
Y si el té se nos acaba, Erica,
Dejaremos a César bajo la toga
Entregado otra vez a los puñales.
Daniel Pérez / mayo 2010