Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
Antes de mis reflexiones sobre el tema del “no tener tiempo”, recuerdo un sentimiento que espero sea colectivo en este final del año y comienzo del Año Nuevo: ¡Cómo se pasan los años, la vida, “tan callando”!, como decía el poeta, aunque ahora nos parece que pasan precipitadamente y son muchos sucesos que nos ofrecen nuestros poderosos medios de comunicación social. Comienzo esta reflexión en el Año nuevo comentando la expresión “No tengo tiempo” pensando que el cambio del año es una buena ocasión para comprobar la verdad o la mentira de este slogan tan frecuentemente dicho y oído.
Creo que es un “sentimiento” inconsciente personal y colectivo que repiten hasta las personas que supuestamente no deberían estar tan “ocupadas” por su estatus social, su edad, sus trabajos habituales, etc. A veces pregunto a gente conocida para iniciar el diálogo; “¿Has leído un artículo que sale hoy en la prensa?”; o “¿Has visto un reportaje en Youube sobre tal tema? Respuesta casi automática: No tengo tiempo ¡Pero si lo puedes hacer en cinco o diez minutos! Y aun en el caso de que ocupen más tiempo, no me parece una excusa racional. Además, lo mismo te lo dice un trabajador con un horario de 8 horas que una señora de casa o una monja de clausura, por citar unos gremios de nuestra sociedad. Ruego al lector que ponga otros paralelos.
Confieso que al oír esa confesión me produce una especie de angustia y de lástima: ¡pobre gente, que no tiene tiempo ni para estar al día de las noticias, enriquecer su cultura; que no puede suspender “sus “trabajos y quehaceres” que tanto le ocupan y preocupan. Pienso a veces que más allá de la veracidad o mentira del dicho, se trata de un mecanismo automático de defensa no sé por qué ni para qué, pero sin fundamento; la considero una respuesta inconsciente sin mucha elaboración mental. Puede que alguna vez sea verdad.
De mis años mozos en el Teresianum de Roma, lugar de mis estudios superiores, recuerdo que un día me encontré con un fraile que me estuvo contando sus ocupaciones y trabajos durante -¿media hora?- que me parecieron interesantes, para terminar diciéndome: No tengo tiempo. Ejemplos como este o parecidos creo que los conocemos todos si prestamos atención. Mi experiencia personal es que no utilizo esa respuesta, al menos no soy consciente de ello, y por eso no la suelo utilizar porque “tengo tiempo” para hacer las cosas que debo y puedo hacer, comunes o privadas, renunciando a veces a otras más apetitosas; pero también suelo estar dispuesto a interrumpirlas si alguien me pide una ayuda, a veces de respuesta urgente, que me exige una “distracción” y una interrupción.
A propósito de la ocupación del tiempo en nuestros trabajos ¡tan necesarios y urgentes!, recuerdo de pasada el ejemplo de Carlo Carretto, una personalidad de la segunda mitad del siglo XX, presidente de la Acción católica italiana y después ermitaño en el Sahara (Argelia) y después se unió en 1954 a los Hermanitos de Jesús, de Ch. de Foucauld. Cuenta en uno de sus libros que recordando su vida pasada en un “activismo frenético” llegó a imaginar que sobre sus hombros descansaba la bóveda de la Iglesia (¡!). Después, en el silencio contemplativo del desierto, hizo un curioso ejercicio mental: fue retirándose poco a poco de aquella función eclesial y se admiró al ver que, sin su apoyo, la bóveda seguía sin derrumbarse: un sentimiento de humillación suplió la implícita soberbia de su acción. ¡Siervos inútiles somos! Útiles si, pero no necesarios.
Se me ocurre pensar que podía dar algunos consejos a los que -según ellos y ellas- “no tienen tiempo”; pero pienso que es “machacar en hierro frío”, que oí tantas veces en mi círculo familiar. Pero sí me complace recordar que en nuestra civilización tan avanzada hay tantos instrumentos de aprendizaje de cultura y, al mismo tiempo de “distracciones” moralmente permitidas, que si no se pone freno, terminan siendo una trampa, una pérdida de tiempo, una droga de la que es muy difícil salir y curar porque se juzgan como “necesarios”. Suelo decir, entre bromas y veras que a veces se crean “necesidades innecesarias”. Muchas “faltas de tiempo” se podían remediar controlando el uso de los instrumentos móviles que nos ponen el mundo entero y las relaciones de amistad en la palma de la mano. ¡Pueden ser una tentación no moral, sino una dependencia psicológica!
Por si sirve también de ayuda para el bien vivir y aprovechar el tiempo que se nos regala en el AÑO NUEVO, siempre recordaré unas palabras del papa Juan XXIII que nos dirigió a los seminaristas y estudiantes de las órdenes religiosas en Roma en tiempo de cuaresma en alguna basílica romana, y que no están escritas ni difundidas -creo- en ningún medio porque me parece que nos las dirigió como el abuelito a sus nietos: fare, saper fare, dar da fare y lasciar fare: hacer, saber hacer, dar que hacer y dejar hacer. La cosa está clara y no necesita comentarios. Las retengo útiles para los que mandan como para los que obedecen.
Con mi mejor deseo de que el AÑO NUEVO nos permita desarrollar nuestras actividades sin el impedimento de estar esclavizados por la tecnología moderna. ¡Liberados nos quiere el Señor en este tiempo que nos regala!
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