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Don Luis Ullastres, doctor ilustre en medicina, no pudo hacer más que la señora Casta por su marido, aunque éste le visitara diariamente. El señor Jesús murió una tarde calurosa del mes de julio, por lo que debido al calor, el funeral se celebraría la mañana siguiente en el Sacramental de San Isidro.
Y no por anunciada, la muerte fue menos sentida por su esposa e hija. Todos los vecinos, excepto los del primero izquierda, subieron a presentar sus condolencias a la viuda y a la huérfana, que, ya de luto riguroso, recibieron en ese comedor minúsculo a los vecinos y familiares que por allí pasaron. Y más de uno aprovechó para criticar a la Gertru, que ya se sabe que en los duelos se habla bajito de todo. Entre los conocidos y amigos de la familia, que no murmuraron, se encontraba el casero de la casa, que, pidiendo disculpas por no ser la ocasión para ello, recordó a la señora Casta la oferta que ya le hiciera sobre hacerse cargo de la portería del inmueble.
-Le ruego me disculpe, pero ya me urge el asunto. No es un buen momento, pero los vecinos se me han echado encima y debo solucionar el problema. Ahora más que nunca tiene usted prioridad para el puesto, pero necesito su respuesta lo antes posible. Si fuera negativa, entienda que debo encontrar a otra persona. ¿Me entiende señora Casta?
-Lentiendo, don Eulogio, lentiendo -contestó cansina la viuda-. En fin, no busque más. Una servidora se hará cargo de la portería. Ya no tengo con quien discutirlo, no quien traiga dineros a esta casa, así ya lo sabe. He de mirar por la Reme, por la Gertru y por lo que trae.
La señora Casta siempre negaba sus sentimientos sin usar noes. Aquella asturiana le había entrado por el ojo derecho, e igual que para con su hija, luchaba por lo mejor para la amiga. Cuando, después de irse el último visitante, se lo comentó a la pareja de jovencitas, ambas se ofrecieron a ayudar en las tareas propias de la portería. Aunque fue la Gertru quien matizara que se imaginaba que iba a decir que no.
-Que me quede tranquila, que bastante tengo con lo que tengo. Y no sé si sería lo mejor para todos que usted se quitara una boca que alimentar, y que en breve serán dos, y yo me marchara al pueblo. Aparte las murmuraciones.
A lo que la madre gallina respondió con un sermón que esta vez entendieron íntegramente las dos.
-Si dicen de ti las dueñas, que digan . Pero tú no des un paso atrás ni pa tomar carrerilla. Quien se queda a mitad de la calle sin cruzarla, se le lleva un tranvía, y quien retrocede se aventura en vano, sin conseguir lo que pretende con el mismo trabajo y peligros. Así es que, tú te quedas aquí. Tú, ni subes, ni bajas, ni testás queda . Os quedáis tú y tu hijo. Aunque tenga quempeñar a la Reme. Y la que me lleve la contraria se lleva un bofetón. Y pregúntale a tu amiga cómo saben, que alguno yaprobao.
Ante esta perspectiva las dos jóvenes callaron. Y quien calla, otorga .
La Gertru bajaba a por el pan todos los días a comprar el pan y a los pocos "mandaos" que la señora Casta le encargaba hacer. Generalmente eran las compras de diario, y sólo aquello que se podía adquirir cerca de casa y que no pesara. Uno de esos días se saltó tanto el encargo como la orden de bajar y subir las escaleras despacito, y eso que ya le habían quitado los puntos. El caso es que bajar, las bajó con tiento, pero fue al subir cuando en el largo rellano del primero se encontró de frente con quien ella creyó que era Satanás o algún pariente cercano. Una figura, casi humana, salió de no supo donde. Distinguió en la penumbra una especie de florero con un ramo y un cuerno en la cabeza, los hombros elevados, la cara deformada de tal manera que sólo parecía tener media, casi el doble de ancho de una persona, brillante el torso, con una pierna normal y la otra muy estrecha, tanto que parecía un palo. La sombra hizo un gesto con la mano izquierda, y oyó un sonido gutural en el momento en que le adelantó, lo que hizo muy pegadita a la pared. Al sobrepasar la enorme sombra resplandeciente, le pareció incluso que tenía rabo, estrecho, pero lo tenía. En ese punto es donde desobedeció a la señora Casta. Subió las escaleras como alma que se aleja del demonio, y entró en el comedor jadeando, blanca y sin habla, porque la puerta, en verano siempre estaba abierta.
-¿Pero, qué ta pasao, chiquilla? -preguntó la señora Casta.
La Gertru apenas podía hablar. Balbuceó unas palabras que su interlocutora no entendió, dio varios suspiros y sólo se tranquilizó cuando le llevaron un vaso de agua y se lo bebió entero y de un tirón.
-¡Ay, madre mía! ¡Madre mía! -Gertru respiró.
A las voces y suspiros acudió la Reme que estaba haciendo las camas. Ahora La Gertru dormía sola en la cama de su amiga, y ésta con su madre.
-Pero tranquilízate mujer -aconsejó la Reme-. Ni que hubieras visto al diablo.
-A... A... A él... A él es al que... he visto.
-Que sí, que sí. Le visto en el rellano del primero.
-¿Y con qué ta tentao? A ver.
-No ma dicho na. Ni yo a él, claro -. La Gertru se recuperaba del susto poco a poco.
-Vamos a ver, Gertru. ¿Tú qué has visto?
-Pos una figura así de ancha, con un florero en la cabeza... Y un cuerno. Los hombros altos y anchos. Sólo tenía una pata. Bueno una normal, la otra era como un palo... Y, además le salía algo para atrás, estrecho. A mí me pareció el rabo. Ah... Y una cara... ¡Dios Santo, qué cara! Mu rara, y un ojo le brillaba...
-¿Salía del primero izquierda? -preguntó doña Casta que ya sabía por donde iban los tiros.
-No sé de donde salió, yo creo que se me apareció, porque yo no vi que saliera de ningún lao. Me lo encontré justo al poner yo el pie en el rellano del primero.
-¿Junto a la puerta de don Mauro?
-Hija, ¿tú has visto alguna ve a un soldao de coraceros del rey mutilao?
-Bueno, pues ya puedes decir que las visto. Anda, trae aquí el pan y la leche, no vaya a ser que nos quedemos sin na -la señora casta echó un ojo al interior de la lechera-, porque ya has perdido algo por el camino, pero para almorzar tenemos las tres.
-Vaya susto nos has dao, Gertru -dijo aliviada la Reme.
-Pues a mí todavía me dura. ¿Un soldao de qué?
-Un teniente de arroceros -contestó la Reme a su aire.
-El sable -contestó la señora Casta desde la cocina-. Y el soldao mutilao es de coraceros, niña. Los arroceros están en Valencia y tién patronos, y no son soldaos.
-¿Y lo de la cabeza?
-El casco, hija, el casco. Espera, y te lo cuento to. Ahora voy pallá, déjame recoger esto un poco, que mestoy dejando la garganta de tanto grito, que nos va a oír hasta la mala pécora de su mujer.
Volvió doña Casta al comedor, se sentó frente a la Gertru, la tomó las manos y la explicó que en el primero izquierda vivía un militar. Que aquel soldado sufrió heridas en el atentado contra Alfonso XIII, en 1906, el día de la boda real. A consecuencia de estas heridas, hubieron de amputarle la pierna derecha. También quedó tuerto y hacía poco que le habían colocado un ojo de cristal. Según relataba la señora Casta, la Gertru reconocía en su memoria el origen de sus miedos, temores que las explicaciones hacían huir. De ahí quedó también un tanto desfigurado y perdió el habla por los daños sufridos en la garganta. La pierna delgada no era más que la muleta en la que se apoyaba. Y el resplandor del pecho procedía de la coraza que lucía ese cuerpo militar, así como la anchura y altura de hombros correspondían a las charreteras con flecos.
-Y un mutilao es cualquiera persona a la que han cortao algo -siguió la señora Casta-. Y la Reme debería aprender que más vale una mala pierna que dos buenas muletas. Vive con la mujer frente a don Mauro, y no tién hijos. Bueno uno tuvieron, pero se lo llevó la gripe. Y no te dijo nada porque no pué hablar. ¡Ah!, y otra cosa, él es un bendito, pero ándate con ojo con ella, es una víbora amargada , partidaria del golpe de sartén que, a veces, tizna más que hiere . Ya la conocerás, doña Elvira, siempre va de negro, como nosotras ahora, y lleva colgado un relicario de plata con un rizo rubio de su hijo. Pobre angelito, con mi Jesús estará. En fin... Todo aclarado, tú diablo se ha convertido en el don Jacinto Benavides que iría a algún acto. Supongo questarás ya más tranquila, ¿no?
-Sí, señora Casta, pero me llevao un susto...
Las tres terminaron sonriendo. Y la Reme cayó en la cuenta de que Gertru no había subido los huevos. -Pues ya bajo yo, no te preocupes. Bajo a los
-¿Y los huevos?
-Me san olvidao.
-Sí, súbete dos maridos para cada una. Si éramos pocos... ultramaridos de aquí bajo y los compro.
-¿Pero no quería usté media docena?
-Pero de huevos, no de maridos, hija.
Esta vez solo rieron dos, la tercera se fue amoscada.
La portería consistía en un chiscón oscuro, donde apenas cabían cuatro personas, con el frente superior acristalado a través del cual se veía perfectamente el portal y la calle; una puerta para entrar desde el portal, partida a modo de caballeriza, cuya hoja superior estaba vidriada y otra para salir al patio de luces de una sola hoja. Un pequeño fogón de carbón servía para cocinar y calentar el tabuco. Los visillos, renegridos, le daban un poco de intimidad, aunque siempre estaban descorridos.
Ese sería el hogar de la señora Casta, salvo a las horas de dormir y cada domingo y festivo. Allí se dejaría los ojos cosiendo, y la vida vigilando la propiedad ajena. Las labores de limpieza de escalera correrían a cargo de su hija y su amiga, ésta última, una vez parida. A la Reme lo que más le gustaba era sacudir con los zorros el polvo de las barrotes de hierro de la barandilla. Y lo que menos, fregar la escaleras a puñete. El uso del cepillo de raíces nunca le gustó y ese olor a madera mojada la descomponía, pero nunca dijo nada. A la Gertru, durante su embarazo, sólo la dejaron barrer el portal, eso sí, vigilada desde el chiscón para que no se esforzara demasiado. Acaso por la falta de espacio para moverse o por el roce, las tres mujeres llegarían a una comunión fuera de lo común. Incluso La Reme y la Gertru conseguirían entender, si no las palabras de la señora Casta, sí la intención y el cariño que escondían.
El sábado le dijeron a la Gertru que ya podía hacer vida normal. Y el domingo empezó a hacerla como se verá.
-No, madre, ya voy yo.
-No, tú estás con el polvo, que desde quemos cogido la portería esta casa está manga por hombro, y ella mano sobre mano.
-Pues que la Gertru siga con lo mío, entonces. Yo voy a por el carbón.
-He dicho que no. Aquí todos nos tenemos que ganar los garbanzos, hacer lo nuestro y buscarnos la vida. Cada una a su modo. Ella ya sa curao. Eso ha dicho el médico. La herida sa cerrao y todo eso.
-A veces no la entiendo, madre.
-A poco que pensaras mentenderías.
-Pero son cuatro los pisos y está em...
-¿Y cuántos te crees que me hacía yo contigo y con el carbón a cuestas? ¿Y cuántas veces? ¿No creerás que tu pobre padre, quen gloria esté, hacía otra cosa que trabajar y comer? Claro, que a lo mejor has salido así de rechistona por eso, ¿no? Anda, Gertru, coge el capacho y que te lo llenen, llama al bajo de enfrente, ahí vive el carbonero. Y dile que te mando yo y que me perdone, que menredao con atender la portería. Y que la protestona te dé los dineros.
-No es una quien pa meterse entre hija y madre, pero, Reme, tu madre tié razón. La mía iba al campo hasta con los dolores. Yo casi nazco entre los surcos -intervino Gertru.
-Dices bien, chiquilla. Entre los surcos nacen muchas cosas, pero ninguna tan bonita como tú.
-Sí, ahora zalalmerías -siguió a la contra Reme con sus patadas al diccionario.
-Las zalamerías no son de Almería, hija ¿Pero, tengo razón o es questás celosona?
-Sí, madre, tié usté razón, como siempre -cerró la discusión la Reme algo molesta e irónica-. Toma, el cubo-. Y ya en la puerta y en voz baja susurró a la recadera -. Que no te lo llenen del to, Gertru. No sé qué mosca la picao a mi madre.
-A ver, qué secretitos os traéis a mis espaldas.
-La he dicho que tenga cuidao con el diablo del primero -se rió y mintió la Reme con el laísmo a cuestas.
-Ya... Más a la vida hay questar y menos a las murmuraciones. Venga ca uno a los suyo, que se va a pasar la hora.
La bienmandada bajó con los cuatro pañuelucos en la boca, como siempre, hizo el recado y subió con el mismo soniquete, pero más cargada. En las escaleras se cruzó esta vez con don Mauro que, no por casualidad, cerraba la puerta de su casa.
-Buenos días. La veo muy bien, señorita. Y muy alegre.
-Buenos días. Sí, ya me curao. Y yo a usté también le veo mu bien.
-Gracias, mujer. Claro que, el sol siempre ayuda y más en esta oscuridad -piropeó don Mauro para luego disimular-. Mejor se veía antes con las lámparas de gas. Pero va usted muy cargada -observó el caballero.
-No, que va. Está una acostumbrá.
-¿Cómo que no? Traiga usted ese cubo. Yo se lo subo.
-Que no, de verdad, que puedo. Además, se pué usté manchar.
-Déme, mujer, y no se hable más. Si no, me enfado.
Llegados al cuarto piso la Gertru agradeció la mano que le echara don Mauro y se despidieron con un "gracias, don Mauro" y una sombrerada silenciosa. Gertru entró un tanto turbada, aunque descansada, y relató lo acontecido, que por otra parte ya adivinaban por lo oído en el rellano tanto la Reme como la señora Casta.
-Mira tú que bien. Ves, Reme. No hay daño que no tenga apaño -dijo la señora Casta para las dos jóvenes, y continuó para ella misma-. Si ya decía yo.
-A veces pienso que mi madre es bruja.
-Bruja no, pero observadora sí -matizó la señora Casta-. Si no era hoy hubiera sido mañana, por necesidá de sal u otra cosa. Y no me digas que tú no habías notao nada.
-¿Se pué saber de qué habla, doña Casta? A veces no entiendo a los de la capital.
-Nada hija. Menos mal que eres de surco.
-No, no nací en un surco, señora Casta, pero casi. Tuvieron que llevar a mi madre en carro a casa. Gracias a la Estrella, la burra, si no...
-Pues eso, la estrella que tú tienes. Y no te creas que eres tú sola la que no entiende. Hay otras que también necesitan explicaciones para lo evidente y deseable. ¡Ay, madre mía, cómo son las jóvenes de ahora!
El DRAE (2014, entrada dueña), aclara: Cual digan dueñas o no digan, dueñas es una expresión usada para explicar que alguien quedó mal, o fue maltratado, principalmente de palabra. Poner cual digan dueñas. Ya se recoge este dicho en el Diccionario de Autoridades de 1732 en la entrada dueña (ed. Gredos, tomo 2, pág. 348, edición facsímil): Qual digan dueñas. Modo de hablar para dar a entender que alguno quedó mal, o fue maltratado, principalmente de palabra. Latín. Id narrent vetulae. QUEV. Visit. Para decir que destruirán a uno, dicen que le pondrán qual digan dueñas.
Quevedo, que ni sube, ni baja, ni se está quedo. Frase que trae escrita Vicente Vega en su Diccionario de frases célebres (1952, 2º ed.): "Cuéntase que una noche en que salió de aventuras Francisco de Quevedo, fue llamado desde un balcón por cierta dama que se había propuesto burlarse de él grandemente, a cuyo intento le echó una cuerda con una cuba, diciendo que se metiera dentro y que entre ella y un criado tirarían, a fin de que pudiera subir. Cogido el pez en el anzuelo, tiraron, en efecto; pero fueron unos cuantos chuscos que, apostados detrás del balcón, dirigían al paciente los más amargo sarcasmos, los cuales eran contestados con una salva de epítetos e interjecciones que en vano se buscarían en el diccionario. Acertó entonces a pasar por allí la ronda, y como viese a un hombre que, desatándose en improperios, se estaba meciendo en el aire, dijo el "quién vive", a lo que contestó el interpelado: "Quevedo, que ni sube, ni baja, ni se está quedo". También lo he leído referido a Virgilio, pero no recuerdo donde.
Ya en 1611, Sebastián de Covarruvias, en su Tesoro de la lengua castellana (Ed. Iberoameticana, 2006, edición de Ignacio Arellano y Rafael Zafra, Universidad de Navarra, pág. 406, entrada Según DRAE (2014, 7ª acepción, entrada callar), escribe: "Hay algunos proverbios españoles, que no es razón dejarlos de poner, como: "Al bien callar llaman santo", "Quien calla otorga"...".
El golpe de la sartén, que, si no hiere, tizna. Leído en Seniloquium (Refranes que dizen los viejos) del último tercio del siglo XV: "El golpe de la sartén, si non fiere tizna. Este proverbio se verifica en una mujer que fue cogida en adulterio, pues, a pesar de ser absuelta, permanece marcada. [...]. En efecto, muchos condenados que no son considerados malvados por el contenido de la condena, sin embargo, por el propio asunto y en opinión de los hombres, no se libran del marchamo de la infamia". Gracias a la Biblioteca Nacional de Madrid.
zorro): Tiras de orillo o piel, colas de cordero, etc., que, unidas y puestas en un mango, sirven para sacudir el polvo de muebles y paredes. Y de ahí viene la expresión "estar hecho unos zorros", por la impresión que daba este utensilio, ya en desuso, después de un tiempo.
Aparece por primera vez en El Criticón, parte III, 1657, de Baltasar Gracián. Fuente Instituto Cervantes.