Revista Cultura y Ocio

Relatos finalistas (21): Entre poemas

Por Gaysenace


"Entre poemas" (Jaén, España), nuevo relato finalista correspondiente al I Premio LGTB "Corralejo" que publicamos en GSN.Aquella vez sí que era verdad, estaba en blanco. Miraba la pantalla del ordenador y sentía como pasaban las horas, los días, a la velocidad del rayo y ella aún no había encontrado una historia lo suficientemente atractiva que quisiera contar. Abría el documento de Word y lo volvía a cerrar igual de impoluto y virgen que lo había abierto.
Decidió meterse en el Google y echar un vistazo por los blogs a ver que había. Por haber, había de todo y tanto que lo difícil era no sentirse abrumada por tanta información. Quizás no era esta la mejor opción. Decidió probar otro método: una lluvia de ideas, algo de escritura automática, temas que apuntaba, palabras y después un paseo por algún blog, a veces en esos sitios se encontraban ideas.
Mientras apuntaba algo en su cuaderno, una idea se coló: sexo.  ¿Cuánto tiempo hacía que no tenía buen sexo? Trazaba espirales con el bolígrafo inconscientemente mientras por su cabeza iban pasando tardes de risas, encuentros rápidos, algunas noches que acababan en café caliente y cruasanes… demasiado trabajo en las últimas semanas, tenía que llamar a Luis y quedar para cenar una noche de éstas.
Se levantó y se preparó un café, mientras daba vueltas a la idea. Del sexo está todo escrito pero sigue siendo un tema central y como siempre se ha dicho: Todo depende de cómo se cuente… Quizás pudiera ser ese el tema; ¿Qué es lo que mas nos importa?¿La cantidad o la calidad?¿ o mejor aún la variedad? No, claramente en medio de las vacaciones de verano no podía escribir un artículo sobre la infidelidad, todas las revistas femeninas lo hacían en este momento o en septiembre. Además ella siempre había tenido unas ideas un tanto diferentes en cuanto al tema de la fidelidad, mejor no entrar en este momento en esa vía. La variedad dentro de la pareja, sí, quizás ese podía ser un buen tema. Algo así como, ¿Cómo aprovechar las vacaciones para disfrutar de nuevos juegos en pareja?
Marina hizo una lista mental de lo que tenía en ese momento en sus manos: cero novios, treinta y dos años, un artículo por escribir y un posible tema. Estructuró su tarde, primero un poco de investigación sobre el tema por internet, quizás a última hora podía pasarse por un sex shop, siempre puede ser inspirador, y sobre las nueve llamaría a Luis por si quería tomar una copa con ella.
Comenzó la búsqueda; como siempre mucha basura, hasta que una entrada del Google llamó su atención. El blog de una prostituta de lujo que diariamente escribía a sus lectores para darles consejos sexuales, para dar como decía ella, la otra cara de la prostitución, no había un teléfono, ni una oferta, no pretendía vender nada.
El blog estaba bien escrito, en un estilo directo, sin eufemismos y sin pornografía, era erótico, de un erotismo elegante como esas películas de los años 30. Se la imaginaba vestida como a Gilda y parecía que en cada comentario iba a desnudarse completamente, pero sólo se quitaba lentamente uno de esos guantes largos, de esos que terminaban mas arriba del codo. Leyó todos los comentarios, las entradas, los blogs a los que estaba subscrita y la noche se le echó encima.
Serían las once cuando terminó de leerlo todo y en ese momento sintió que había encontrado el tema que buscaba,  pero sobre todo que necesitaba conocer a esa mujer.
Escribió lentamente un email, midiendo las palabras, intentando no parecer presuntuosa ni ansiosa, ni nada que pudiera hacer que Pieldeseda no contestara su email. Le proponía una entrevista de la que saldría un artículo para una revista en la que escribía, por supuesto por la entrevista no pagaban. No, stop, vuelve atrás, no puedes decirle a una prostituta que no le vas a pagar por la entrevista, no puedes empezar tratándola como a una prostituta;  cuando se la pediste a aquella ministra, no hizo falta aclarar nada. Escribió el email unas diez veces antes de enviarlo, ella, una profesional de las palabras no encontraba las apropiadas para dirigirse a aquella mujer. Volvió a mirar el reloj, ya era la una de la madrugada. Le dio a enviar.
-Uff, debería haber esperado a enviarlo mañana- pensó después de haberle dado al botón-, cuando vea la hora del envío va a pensar que soy una trastornada.
Se levantó temprano,  preparó el café y encendió el portátil, ningún mensaje nuevo. Se duchó y llamó a Luis.
-¿Tomamos juntos el aperitivo?- soltó directamente sin saludar ni identificarse siquiera
- Hola Marina, yo también me alegro de oírte, ya sé que has estado muy ocupada para contestar mi mensaje de hace una semana –lo dijo todo sin respirar, como para quitarse rápidamente la obligación de mostrarse un poco molesto, y cambiando el tono continuó- Claro que tomamos juntos el aperitivo, ¿Te parece a la una y media en Santa Ana?
- Genial, nos vemos allí- y colgó rápidamente sin darle lugar al hombre de hacer mas preguntas ni formular reclamaciones. La verdad es que hablar por teléfono siempre la hacía sentirse un poco incómoda, insegura, eso de no ver la cara de quien tienes delante, ni leer en los ojos lo que el otro piensa le parecía ponerse en desventaja.
La tarde corrió entre vasos de cerveza alemana y risas. Con Luis siempre era perfecto, sin recriminaciones ni compromisos, sólo disfrutando del momento de estar juntos, de contarse las últimas semanas en las que no se habían visto sin caer en anécdotas tontas.
Entre las sábanas buceaban como viejos amantes, con la complicidad de los años y el conocimiento de los cuerpos.
Tenían su isla del tesoro en la habitación de Luis; a Marina le gustaba ir allí porque así siempre podía irse en el momento que quisiera sin tener que crear situaciones para que él entendiera que era el momento de marcharse.
-Es una pena que tú y yo no nos hayamos enamorado- dijo Marina – porque creo que esto que tú y yo tenemos es especial, ¿Verdad?
Y lo dijo con esa voz de las confidencias en la cama, mientras acariciaba su cabeza como si fuera un niño y volaba lejos de allí pensando en la soledad. Él levantó la cabeza un instante para encontrarla perdida, lejos de allí.
- Sí – murmuró- una pena que no me hayas dado la oportunidad de quedarme nunca a tu lado.
La noche caía fuera y desde la ventana se dibujaban los perfiles del barrio antiguo de Madrid. Él se había quedado muy quieto, abrazado a su cintura, en silencio, temiendo que una palabra rompiera el aire y ella saliera a galope rápido sin saber cuándo volvería a aparecer.
Llegó tarde a su casa, con la cabeza un poco cargada por el alcohol, se durmió enseguida.
Al levantarse aún con un poco de resaca, lo primero que hizo fue encender el ordenador, tenía esa sensación clara y fuerte de que había un mensaje para ella.
Un sobre parpadeando de Pieldeseda iluminaba la pantalla. Preparó un café, encendió un cigarrillo y se sentó a leer. Cuando se sentía nerviosa fumaba o masticaba chicle con tanta fuerza que parecía que las mandíbulas se le iban a desencajar de un momento a otro.
Una misiva escueta pero con el tono justo, citándola al día siguiente en el Círculo de Bellas Artes a las cinco. Le proponía reconocerla ella, para eso Marina debía ir vestida completamente de blanco y llevar un libro en sus manos. Ella sólo contestó:
- Allí estaré
Sonrió, se mordió la uña del pulgar y encendió un segundo cigarrillo, sólo entonces se dio cuenta de que se sentía como cuando estaba preparándose para una cita.
La tarde se llenó de escaparates en los que buscaba, no sabía muy bien qué, algo que la hiciera sentirse guapa.  Llegó a casa,  Luis había dejado un mensaje en el contestador y le decía que tenía ganas de volver a verla;  no era urgente, se dispuso a preparar las preguntas de la entrevista del día siguiente.
No quería hacerle la entrevista típica, no era un tema típico, ni Pieldeseda parecía una mujer corriente, debía ser algo más…más espiritual, aunque el tema fuera el sexo. Aunque tampoco podía olvidar la idea primera de la que surgió todo esto; la de hacer casi un pequeño recetario sexual. No tenía muy claro cómo enfocar la entrevista, tomó algunas notas, algunos puntos que no quería olvidar y decidió que la entrevista se iría tejiendo poco a poco con el ritmo de la conversación. Primero ver quien era la mujer que tendría delante; un escalofrío la recorrió sin saber porqué.
La siguiente mañana fue eterna, de esas mañanas que duran veinticuatro horas, le daba la sensación de que las agujas del reloj de la cocina iban en dirección contraria. Comió algo rápido y se dispuso a prepararse para el encuentro. Se puso su vestido blanco nuevo, se pinto los labios rosas y al mirarse se vio guapa, ensayó alguna sonrisa en el espejo del ascensor y se volvió a retocar los labios antes de salir al portal.
Eran las cuatro y media cuando llegó al lugar acordado, pidió un café con hielo, abrió su libro al azar y apareció aquel poema que tanto le gustaba de Ángel González, “En ti me quedo”, lo leía despacio como una biblia, saboreando cada palabra, evocando viejos recuerdos y no la vio llegar. Las últimas estrofas jugaban aún en la punta de su lengua,
“amor,pensando vagamenteen el mundo inquietanteque se extiende-imposible- detrás de tu sonrisa”
cuando el sonido de una silla al retirarse de la mesa la sacó de su aturdimiento
-Hola, sonrió, eres Marina ¿verdad?
Como una idiota sólo supo asentir con la cabeza, aquella sonrisa que dejaba ver esos dientes blancos y perfectos, sus labios suaves y jugosos, sólo su boca ya la hacía parecer la encarnación de una deidad.
-Por favor siéntate, consiguió decir al final, ¿Cómo debo llamarte?
-Mi nombre es Ana, pero en la entrevista quiero que utilices el nombre de guerra, Pieldeseda. Te esperaba mayor-prosiguió-¿Qué libro elegiste de señuelo?
Ana tendría no más de veinticinco años, delgada, hermosa, muy hermosa como imaginábamos que serían las princesas de los cuentos que leíamos de niñas y a las que nos queríamos parecer. Su pelo moreno caía delicadamente por sus hombros y jugaba con su cuello, sus ojos verdes traían olores marinos y hablaban de islas desiertas en las que aún era posible perderse. Vestía con vaqueros y camiseta, como cualquier universitaria y movía las manos cuando hablaba tan rápidas, que parecía que quería hipnotizarte con ellas. Así era Ana y Marina no estaba preparada para eso.
-Traje uno de Ángel González, no sé si lo conoces- ella asintió con la cabeza- me gusta la poesía.
- A mí también, las palabras parecen mas que palabras, son como si… como si nos acariciaran o como si nos hirieran. En la poesía son más poderosas que nunca. ¿Conoces a Djuna Barnes?-preguntó
Y así fue cómo empezó a enamorarse un poquito de aquella mujer. Las horas pasaban y seguían hablando de literatura y buscando poemas para leerse; Marina con su libro, Ana con su E-book, parecía una feliz competición para saber cuál de las dos encontraba el poema mas hermoso para regalarle a la otra. Reían como viejas amigas, cómplices, de los libros a la música y Ana propuso ir a su casa a oír un CD que estaba segura de que a Marina le iba a encantar, la cogió de las manos para preguntárselo y Marina tembló.
Por la calle de repente un pensamiento cruzó delante de ellas, Marina no dijo nada pero Ana, más directa y sincera, preguntó de repente:
-Pero, ¿No íbamos a hacer una entrevista? Tú querías que te contara como es la vida de una prostituta de lujo, ¿No? ¿Qué es lo que mas te interesó de mi blog? ¿Los consejos? ¿Las experiencias?
Se acercaban al portal y Marina sólo deseaba seguir charlando con ella, sentir su olor a flores, ver su sonrisa, quería hacer desaparecer ese gesto duro que había aparecido en el rostro de su amiga al hablar de su trabajo.
-Lo que más me interesó fuiste tú, se que suena raro pero era el conjunto de experiencias que contabas y la elegancia con la que lo hacías, tu manera de escribir, los blogs amigos, tu seriedad, quería saber cómo eras.
Ana se quedó callada unos instantes mientras dudaba entre abrir la puerta del piso o no, se volvió muy rápida rozando con su pelo la cara de Marina y la besó.
-No voy a enamorarme, tenlo claro- añadió
Marina se quedó clavada en la puerta, no sabía que decir, no sabía si salir corriendo o devolverle el beso. Nunca había besado a una mujer, ni había deseado a ninguna como la deseaba a ella, no podía comparar la sensación con lo que había sentido con otros hombres, era simplemente diferente.
Dio un paso adelante, la cogió por la cintura y la besó. Un beso largo y apasionado, saboreando la carne rosada mientras la puerta se cerraba a sus espaldas. La miró despacio, se perdió en las islas de sus ojos y sonriéndose sin dejar de mirarse, despacio, se fueron buscando los cuerpos mientras se quitaban las ropas. Descubriéndose en el espejo que era Ana para ella; sus pechos redondos y suaves, acariciando esos volúmenes sentía como una caricia propia, sopesando con la boca la tersura y saboreando los duros pezones sentía haber vuelto a un paraíso lejano donde la naturalidad no estaba penada. Marina se dejaba hacer, mientras a su vez descubría sus propios rincones en la otra. Sus muslos se tensaban ante las manos sabias que los buscaban, la cadera daba el giro justo para acoplarse mejor. Instintivamente los cuerpos se reconocían. Todo el espacio se llenó de música de besos, de saliva caliente, de caricias y gemidos.
No se dijo nada, no hubo promesas, pero aquella noche durmieron juntas, abrazadas. Y la mañana se despertó con olor a café recién hecho y tostadas, a besos matutinos y caricias perezosas. Ninguna dijo nada, no querían que aquello terminase y pensaban, como los niños piensan, que a lo mejor había suerte y el tiempo se paraba.
Ana dijo por fin:
-Hoy no trabajo, ¿Hacemos juntas una paella?
Marina la besó muy despacio, saboreándola, con cuidado,  y le contestó:
-Perfecto,  quizás mañana podemos ir a comprar algo de pescado fresco y comemos en mi casa.
-Mañana trabajo-Ana se quedo en silencio y cuando iba a empezar a hablar y a explicar que ella no buscaba una relación, que no podía enamorarse, que ella era una prostituta y el mundo casi se iba a derrumbar a sus pies…Marina agarró su libro, como los magos se aferran a su varita mágica y recitó de nuevo a Ángel González, como un conjuro para romper el hechizo que se cernía entorno a ellas de desesperanza y miedo.
“si yo fuera Dios,podría repetirte y repetirte,siempre la misma y siempre diferente,sin cansarme jamás del juego idénticosin desdeñar tampoco la que fuiste”
“para aguardar con calmaa que te crees tú misma cada día,a que sorprendas todas las mañanasla luz recién nacida con tu propialuz…..”
Se sonrieron y Ana dijo:
-De los cobardes nunca se ha dicho nada
Marina corrigió:
- Al menos nada interesante


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