Por Juan M. (entre Mérida y Badajoz, Extremadura, España)
La película “Brokeback Mountain”, en la que dos vaqueros protagonizaban un amor imposible en una sociedad hostil e intolerante con la homosexualidad, sirvió para que muchos visualizasen en la gran pantalla una realidad que vivimos muchos en el mundo rural.
Que en España se haya aprobado una ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, no ha servido de mucho para aquellos que vivimos en un pueblo de poco más de cien habitantes perdido, en mi caso, a medio camino entre Mérida y Badajoz. La realidad sigue siendo la misma. Y los chistes también.Sé que muchos se preguntan los motivos por los que, con 35 años, sigo sin casarme y por qué no he vuelto a salir con ninguna chica desde hace más de diez años. Ocultar mi homosexualidad no sólo es un profundo dolor que vivo en la intimidad sino que, además, es un auténtico sacrificio cuando tengo que dar absurdas explicaciones sobre mi soltería. Vivo en un pequeño apartamento a menos de cincuenta metros de la casa de mis padres. Todos nos dedicamos a la agricultura, aunque la crisis y la dureza de un campo que apenas nos da para sobrevivir, ha obligado a muchos, entre ellos a dos hermanos míos, a emigrar en busca de alternativas. Yo sólo estudié hasta tercero de BUP y, en 1993, el duro revés de otra crisis (menor que la vivimos ahora) me obligó a implicarme en el negocio familiar y dejar de lado el sueño que me había dado fuerzas hasta entonces: ir a la Universidad y salir de la cárcel que era para mí el pueblo y mi secreto. Desde entonces, han pasado muchos años. Han pasado muy deprisa. Una de mis pasiones es conocer la realidad de otros a través de Internet. Y este blog me permite ver la vida de otros a través de sus propios relatos. Me ayuda a soñar con otras historias. Historias que podrían ser la mía. Mi vida sexual es como la de uno de los protagonistas de Brokeback Mountain. Él cruzaba la frontera con México para conocer a otros chicos que se prostituían en la calle, mientras que yo me escapo una vez al mes a Madrid para vivir en libertad en el barrio de Chueca mi propia sexualidad. Desde hace 10 años, un amigo de Extremadura y yo viajamos en coche hasta Madrid. Los dos salimos desde dos puntos distintos para no dejar pistas. Sólo escribirlo me ruboriza. ¿No dejar pistas? Menuda tontería, opinarán algunos, pero mis miedos me impiden actuar de otra manera. Viajar a Madrid es toda una odisea. Muchas veces, algún amigo ha querido acompañarme y siempre he tenido que recurrir a la misma excusa: que allí me espera una chica especial y quiero aprovechar el tiempo. Una mentira tras otra. Y, cada vez que piso Chueca, pienso que algún día me trasladaré definitivamente aquí y no tendré que volver a dar más explicaciones. Sin embargo, mis padres siguen siendo mi prioridad y estar con ellos es lo mejor que me ha dado la vida. Cuando no estén, quizá cambie de opinión. Gracias a ese otro amigo que me acompaña a Madrid, que me ha ayudado a escribir esta historia y a que mi vida sea más llevadera, aunque sean sólo dos días al mes.