"Me han llegado noticias de Aquiles Cuervo como conjuros o sortilegios. Como las provocaciones de ciertas lejanías en las que quisiera situarme sólo un instante para ser el otro. El otro de las ubicuidades necias, el que se siente reflejado en un niño que recoge una flor amarilla en la escena de una película que nos lleva, en un relámpago de luces multicolores, a Bogotá, Buenos Aires y París. El reino de la noche que tiene por excusa, los litchis de Madagascar, los marañones de los tamboreros que se acercan a Dios cuando golpean la piel del chivo entre el Atrato y el Baudó: Es un sabor a litchis de Madagascar, es decir, un sabor agridulce a ucronía..."
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