Galardonada con el Premio Betty Trask de Novela (que suena bien, aunque el premio no se conozca de nada), Como yo lo veo es una novela que nos trae a la mente todos esos clásicos de jóvenes inconformistas, como El guardián entre el centeno o Rebeldes, solo que esta vez el protagonista es homosexual. Un detalle que podría cambiarlo todo, y sin embargo conserva la esencia.
A Jaz le gustan los hombres, pero esa no es su mayor preocupación. Si a sus padres les preocupa, allá ellos, que él tiene cosas más importantes que hacer. Acompañado por su amiga Al, “destinada a ser bollera”, los problemas en el instituto se suceden día tras día. Lo mismo da si le acosan por ser gay que si su profesor de Geografía se las da de guardián de la discoteca de ambiente: él los envía a todos a la mierda, que uno ya tiene suficiente con ser adolescente.
Y es que los problemas no terminan en el instituto, en casa espera otra tanda. Sus padres son como la definición de “Ok, vale, haced el favor de divorciaros”, su hermana, “la monja”, parece haber entrado a formar parte de una secta religiosa que cree que lo mejor que le puede pasar a los homosexuales es arder por toda la eternidad en el infierno y purgar así sus pecados y por si eso no fuera poco, su abuela ahora vive con ellos y se ha quedado con su cuarto. Hogar dulce hogar.
Como yo lo veo es una historia mordaz, con giros interesantes, donde lo mejor de todo es que su autor huye de la “novela gay” (lo obvio, cuando el protagonista es homosexual) para trabajar en una historia sobre la adolescencia, con todas sus aristas; una novela que gustará a todo el público por igual, sea cual sea su orientación, y es que hay que ponerse en la piel de Jaz para ver el mundo con su naturalidad característica. Si alguien no está de acuerdo, que le jodan. No hay mejor forma de describir este libro.