RESEÑA
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NUESTRO AMIGO COMÚN
¡Hola, hola, hola!
Tarde, pero llego. La vida. Pero contadme, ¿cómo ha sido vuestra semana? La mía ha estado guay, sí, sí. Justito ayer fue mi cumpleaños y, bueno, ya os podéis imaginar lo genial y maravilloso que es ponerse hasta el culo de comida rica y abrir unos regalitos. La ilusión, que es lo más bonito que tenemos. Os enseño mis regalitos literarios, sí, sí. En orden, Mujercitas de esa colección tan requete-preciosa que está haciendo RBA me lo han regalado en casita, sí, sí. Hacia rutas salvajes ha sido un regalo de Omaira, administradora de Entre la lectura y el cine. Una vez más, tres millones de gracias, guapa, por un regalo tan maravilloso. El último es Grandes esperanzas, de Dickens, en una colección muy bonita que está haciendo Norma Cómics para clásicos adaptados en manga. Regalo de mi hermano, que es súper fan de los manga y anime, sí, sí. ¡¡Qué ganas de hincarle el diente a todos!!Toca reseña. Sí, sí, estoy que derrocho imaginación últimamente. Pero bueno, tengo que deciros que os traigo la reseña de uno de los libros que, estoy segura, será de los mejores del año. ¿Qué, vamos a ello? ¡Dentro reseña!
FICHA TÉCNICATítulo:Nuestro amigo común Autor:Charles Dickens Traductorxs:Julia Sabaté Font y Damián Alou Ramis Editorial:Penguin Clásicos Número de páginas: 1128 ISBN: 978 84 91052029 Precio libro físico: 13,20€ (Tapa blanda) Precio libro electrónico:3,79€ (Versión para Kindle)
SINOPSIS «¿A qué mundo pertenece un muerto? Al otro mundo. ¿A qué mundo pertenece el dinero? A este mundo. ¿Cómo puede tener dinero un cadáver?»
Un joven se encamina a Londres para aceptar una herencia paterna que, según estipula el testamento, tan solo podrá disfrutar si se casa con Bella Wilfer, una hermosa muchacha a la que nunca ha conocido. Poco antes, sin embargo, aparece flotando en las aguas del Támesis un cadáver que la policía identifica con el joven heredero. Es el principio de una onda que afectará a toda la sociedad londinense.
En Nuestro amigo comúnDickens demostró todo el vigor de su prosa e imaginación en un deslumbrante ejercicio de virtuosismo literario, perfectamente vertido a nuestra lengua por el traductor Damián Alou. Asimismo, completa el volumen la formidable introducción de Adrian Poole, catedrático emérito en Cambridge y estudioso literario mundialmente reconocido.OPINIÓN
El Támesis huele a decadencia. La humedad cala los huesos, como si quisiera destrozarlos. El Támesis cada día ve morir a más y más hombres. También mujeres. El Támesis, digno, aboca en las manos del Jefe un cadáver. Pero esta vez no es una cara anónima. John Harmon, el jodido señor Harmon.
Se habla de asesinato. Se habla del testamento. Lizzie y su padre, el jefe, no van a poder sacar ni un maldito penique; pero toda la corte de personajes – harto pintorescos, cabe decir – que se congregan cada día alrededor de los Veenering sí. Lightwood tiene mucho trabajo que hacer, mientras Eugene se rasca bien las pelotas. ¿Y qué hay de Bella? Nuestra Bella, que iba a casarse con Harmon. Una viuda, o al menos podría haberlo sido… ¡Pero hay más! Los Boffin. Ay, los Boffin. A ellos les toca el premio gordo: toda la fortuna del señor Harmon, sin herederos, pasa a sus manos.El Támesis sigue esperando nuevas víctimas. Y nuestros personajes están más que preparados para que se desate el infierno.
Qué no cunda el pánico. Sé que he nombrado muchos personajes, pero os juro, y sí, os lo juro; que eso no hace complicada la lectura. Dickens tenía el maldito don de la palabra y os puedo prometer, y de hecho os lo prometo, que no deja que nadie se pierda por el camino. Cada personaje brilla con luz propia, cada uno tiene su personalidad. Mordaces, unos; dulces, otros.
Lizzie manda a Charlie, su hermano pequeño, al colegio. El chaval tiene potencial para ser alguien en el futuro. Ella, hija de un barquero, no aspira a nada. Tampoco lo hace Bella. Asqueada y aburrida de su vida, no puede negarse a la tentadora propuesta que le llega de parte de los Boffin, nuevos ricos de la zona: estar con ellos una temporada, ser algo así como la hija que nunca tuvieron– dejando de lado que Bella ya tiene una familia harto disfuncional –. Además, ella no piensa dejar que ese secretario del tres al cuarto, el señor Rokesmith, le dé lecciones. ¿Qué se ha creído, haciendo que piense en él? ¡Pero hay más! Eugene está aburrido de ser un payaso, el típico chaval que ha hecho todo porque así se lo han pedido. Hasta que un día debe llevar una noticia delicada a Lizzie. Ay, Eugene, qué jodido, eso de encontrar algo por lo que valga la pena vivir…
No os hacéis una idea aproximada de lo bien que me lo he pasado con este dramón. Una maldita locura salpicada de genialidad, porque Dickens consigue que cada maldito personaje, incluso los detestables, sean terriblemente interesantes. Así las cosas, Wegg, cabrón profesional y traidor mentiroso a tiempo completo, ha conseguido un trabajo. Uno en el que sólo tiene que leer. Ajá, el señor Boffin, en su inmensa bondad, decide que quiere escuchar historias, y mete un animal en su casa. Nada comparado con cierto matrimonio de chanchulleros y estafadores, también os lo digo, y es que esos dos han llegado para vengarse.
Los problemas llegan un tiempo después, cuando todo parece haberse asentado. Empieza con un nuevo sacrificio. El Támesis escupe un nuevo cadáver. Es como si el viento vibrase. Hay silencio y, de repente, se escucha el primer sollozo. Entonces empiezan a llover las preguntas. ¿Quién mató a John Harmon y por qué, maldita la gracia, todo el mundo parece estar al tanto de ese testamento? ¿Quién, maldita sea, está detrás de los negocios de Rhia, y por qué parece que Fledgeby sepa más de lo que cuenta? No decepciona, el señor Dickens. Con una prosa afilada, rozando en lo macabro cuando la situación lo requiere, nos sumerge de lleno en la retorcida sociedad hipócrita que se da de hostias por unos cuántos cientos de peniques. Esa sociedad salpicada de mierda, del jodido bien-queda, dónde prima la soberbia. Porque ascender es fácil, pero caer más todavía.
Eugene no quiere reconocerlo, pero su socio Lightwood se lo teme. Se ha enamorado. Hasta las trancas. Se ha enamorado como sólo un cínico del amor lo hace: cayendo de rodillas y maldiciendo su jodida suerte. Hay más. Bella está hasta las santas narices de Rockesmith. Ese hombre que está siempre pululando a su alrededor, que parece verla cuando peor está. Ese maldito señor que se toma unas licencias que nadie le ha dado. ¿Y Lizzie? Ella va a volverse loca como Charlie siga haciendo el idiota. ¿Por qué diablos le ha tenido que presentar a su maldito profesor y por qué, joder, no puede sacarse de la cabeza a Eugene?
El Támesis espera. Paciente, silencioso. El aire parece vibrar, porque llegan nuevos sacrificios. Y llegarán. Vaya, si llegarán…
Charles Dickens me ha roto el corazón. Tan dramático como suena. No os pienso contar por qué, porque aquí una servidora se pegó un hartón de llorar bastante lamentable, pero sí os aviso de algo: a veces, los malos son de verdad muy malos y, creedme, Dickens tiene un jodido máster en confeccionar villanos que hacen que una se replantee muy seriamente por qué narices nadie les da una paliza.
Eugene es mi personaje favorito. No hay más. Ese señor, ese maldito chalado maravillosamente divertido, hacía que me muriera de ganas por saber cuándo narices iba a conseguir que Lizzie le hablara claro. Porque Lizzie es una Señora. Sí, en mayúsculas. Una mujer fuerte, que lucha contra viento y marea, aceptando con una estoicidad envidiable los desplantes del gilipollas que le ha tocado en gracia por hermano. Qué duro, no acordarse de dónde hemos salido. Qué jodido, esto de los piojos revividos… ¡Pero vamos al caso! Lizzie sabe que está enamorada. Claro que lo sabe. Se lo dice a su amiga, esa niña tan peculiar que hace vestidos de muñecas, sin decírselo. Ajá, la chica lo sabe. Incluso su padre, ese niño malo y borracho, sabe que la amiga de su hija está interesada en cierto abogado. Pero Eugene no hace más que dar palos de ciego mientras ese profesor odioso acecha a Lizzie.
El profesor Headstone me puso de muy mala hostia. Si bien es cierto que Wegg me daba asco y Fledgeby me provocaba arcadas con su antisemitismo; lo del profesor era otro nivel. Un psicópata, eso es. Un maldito psicópata maníaco que, me vais a perdonar, tuvo lo que se merecía.
Bella y Rockesmith me conquistaron despacio. Al principio, ella me caía mal. Terriblemente mal, de hecho. Una chica mimada, insufrible, que aprende por las malas lo que es ser una buena persona. Ajá, nuestra chica asiste horrorizada a la transformación del señor Boffin. Y es que el dinero da mucho asco. Pudre, corrompe. Convierte a las buenas personas en jodidos sacos de mierda. Rockesmith… ay, por favor, qué pena me dio. Aguantó lo indecible y lo peor es que lo hizo para un fin que, bueno, me tuvo sonriendo como una idiota buena parte de la novela. Ah, no, no, no pienso contaros nada más. Hay muchas tramas, pero todas ellas conectadas. Como en cualquier novela coral, hay favoritos y odiados. Me inclino ante la maestría de Dickens para conseguir mantener la atención en todo momento. También por esa capacidad rozando en lo grotesco de conseguir que cada uno tenga lo que merece. Amén, señor, amén.
Si no habéis leído a Dickens, no sé a qué narices estáis esperando para haceros con esta joyita. Divertida a veces, tierna otras, terriblemente cruel cuando la ocasión lo merece; Nuestro amigocomún es uno de esos libros que rompe y hace que te rompas con él.
Nota: 5/5