—Buenas noches señor Lloyd. —Buenas noches, señor Viñas, celebro verle. ¿Le pongo lo de siempre? —Sí, lo de siempre, con un chorrito extra de limón sobre el daiquiri. —Ahora mismo… Por cierto, hacía mucho que no venía por aquí. —Sí, ya sabe, mucho trabajo, las reuniones en el club de Polo, los niños y los cumpleaños y los actos del Círculo Ecuestre que en julio se multiplican antes de nos vayamos todos con el velero a respirar un poco. Ya sabe. —Sí, claro. Un hombre debe atender a sus compromisos, ¿verdad? —Así es, Lloyd. —He oído que parte sus negocios no andan muy bien, señor Viñas. Y que su fotografía ha aparecido en ciertos periódicos relacionada con algunos asuntos turbulentos. Eso ha causado una cierta conmoción en el club. —Algo hay de eso, pero de momento, no es algo que concierna a los miembros de este club. Y bueno, dígame Lloyd, ¿qué tal todo por aquí? —Oh, bueno, los clientes de siempre. Hombres bien pensantes que predican la excelencia, la ejemplaridad social y la solidaridad, a través de sus fundaciones privadas, por supuesto. —Bien, eso me gusta. Voy a saludar a algunos caballeros. ¿Qué te debo Lloyd? —Está invitado, señor Viñas. —¿Invitado? —Su dinero no vale aquí. Órdenes de la casa. —Me gustaría saber cuál de esos hombres bien pensantes me ha invitado a beber. —No es un asunto que le concierna, al menos de momento, señor Viñas. —Lo que tú digas Lloyd, lo que tú digas. Bueno, celebro saludarle.
Resplandor en la noche