Se dice que los médicos sólo hablamos de medicina, fuera de eso tenemos poca conversación. Es posible, no me considero una gran conversadora. También he llegado a la conclusión que a la mayoría de la gente le gusta más ser escuchada que escuchar y, como también es cierto que, en mis círculos, casi todo el mundo tiene más conversación que yo, me encuentro muy a gusto en el lugar del oyente, aunque confieso que me gusta meter baza de vez en cuando.
Ese papel de oyente se exacerba en las conversaciones telefónicas. Hay un estudio que demuestra que la gente tiene necesidad de soltar unas 20000 palabras al día. No las he contado pero estoy segura de que en el caso de hermanísima son muchas más. Generalmente reparte sus desahogos entre la Señora y su hermana mayor pero, cuando la Señora anda por el mundo, no hay reparto que valga. Gracias a ella tengo un master en pedagogía escolar. Al no tener niños me resulta muy útil.
¿De qué hablo con mis amigas médicos? ¿de medicina? En contra de la opinión pública no es nuestro único tema de conversación. Los restaurantes también forman parte de nuestro repertorio, es lo que tiene la buena comida, se disfruta antes, durante y después.
Voy a aprovechar el blog para regodearme en el después del Restaurante Desencaja, un restaurante pequeño y acogedor donde lo que les interesa, y lo que consiguen, es hacer las cosas bien. De momento lleva cinco semanas de andadura, aunque su joven chef, Ivan Saez, posee un curriculum envidiable: El Amparo, Zalacaín, Santo Mauro, Zaranda, Zorzal (con un Bip Gourmand de Michelín), Lágrimas Negras (con premio al mejor cocinero en progresión), etc.
El recibimiento es muy amable, incluso familiar. El funcionamiento de la carta se basa en dos opciones de menú degustación: Viaje a la luna con 4 platos y un postre, una buena opción para la noche, o Viaje al Centro de la Tierra con 5 platos y dos postres. Hacía sol y teníamos hambre, motivos por los que nos decantamos por la segunda opción.
Los aperitivos llegan encajados y hay que desencajarlos. Al abrir la caja aparecen los regalos: croquetas, tostaditas, un queso delicioso y una salsa de tomate digna de rebañar. No comparto el parecer de que rebañar es de mala educación así que no fue lo único a lo que aplicamos ese tratamiento, aunque procuramos disimular. El primer plato fue una crema de calabaza aromatizada con ralladura de naranja y con tropezones de frutos secos, queso, tacos de calabaza y maíz. Le siguieron unas pencas de acelgas suavísimas con salsa de almendras y trompetas de la muerte. Uno de los platos estrella del chef son los dim-sum de gallina en pepitoria con alita deshuesada. La salsa tenía toques de canela, clavo y curry y en el plato había unas gotitas de chili para los amantes del picante. De pescado: un lomo de merluza al horno, al punto perfecto, muy cremoso, sobre salsa de almejas. Terminamos con un rabo de toro deshuesado que se deshacía en la boca.
Llegó el turno de los postres. Limpiamos el paladar con una sopa de frutas y hierbas con helado de romero y limón y una teja finísima, como una oblea, de miel. House se habría llevado tejas como para cubrir un tejado. Era un plato muy fresco y el aroma del helado de romero combinaba de maravilla con todos los sabores. El final fue una tarta fina de manzana y una conversación con Iván en la que nos explicó que el prefería las manzanas Fuji para los dulces porque le resultaban menos harinosas. Desde luego las láminas de manzana conservaban su jugo y el sabor dulce-ácido de las buenas manzanas.
Con el café nos trajeron otra cajita para desencajar con una cookie y una roca de chocolate. A pesar de que se esté lleno, siempre se agradece ese detalle final.
En resumen: un lugar para repetir, muy acogedor, con cocina tradicional innovada, perfeccionada y deliciosa, y con gente con ilusión y ganas de satisfacer. Un placer.