Carrillera estofada en cerveza negra.
Nunca he entendido muy bien el significado de la paradoja de viajar a ninguna parte hasta este puente de la Ascensión. Siempre pensé que era permanecer en el mismo lugar en el que estábamos, hasta que en el camino al restaurante, dejamos la autovía dirección a Torre Pacheco. Íbamos solos por una carretera donde millones de vehículos intentaban salir del pueblo como si fueran huyendo de una pandemia. No llegamos a entrar en el pueblo, pero supongo que a esas alturas, las rodadoras irían recorriendo las calles a su libre albedrío.Llegamos al Hotel Barceló de Torre Pacheco y el restaurante Vitruvio estaba desierto. Esto pasa por ir a contracorriente, en mayo creo que tendrán más gente. ¿Por que en pleno mes de agosto no vamos a un restaurante de costa? Pensamos en un punto equidistante entre el punto de partida de los distintos invitados y creímos que no habría agobios. ¡Y vaya si no los hubo! Habíamos pedido la terraza y allí estaba preparada nuestra mesa. Nos dieron la opción de dentro, pero el buen tiempo hay que aprovecharlo. No es bonito, pero mejor que en el interior, pues el restaurante estaba cerrado y la alternativa era en el frío comedor de buffet del hotel.
Milhoja de foie y manzana.
Tomamos asiento y enseguida un afrancesado camarero, o del este, que yo para los acentos soy tan malo como para la cocina, que se presentó como Niko, nos toma nota de las bebidas y no nos deja la carta del restaurante sino el de la terraza donde abundan los sándwiches y las croquetas. Eso está muy bien, pero habíamos venido a cenar en Vitruvio. Ante el desconcierto, preguntamos si el restaurante estaba cerrado y deberíamos buscar otro sitio donde cenar. Efectivamente, el restaurante estaba cerrado, pero la cocina estaba abierta. Enseguida nos trajo la carta del restaurante donde a las croquetas de la casa de la terraza se sumaban algunos platos más interesantes y creativos, aunque no muy extensa.Huevos, patatas y morcilla de Burgos.
Empezamos con una ensalada de queso de cabra, donde además del queso, los distintos tipos de lechuga, nueces o pasas, sorprendía la presencia de unos higos pajareros. Es de agradecer que la ensalada no venga bañada en aceto de Modena tan omnipresente en cierto tipo de restaurantes.También pedimos unas milhojas de foie, que aunque más que foie era paté, la combinación con la manzana caramelizada con PX es valor seguro. El presentarlo con pan de molde tostado quitaba los puntos que las fresas, las nueces y los orejones sumaban. Como estábamos para pasarlo bien y no arriesgar, pedimos también unas cazuelitas de patatas, morcilla de burgos y huevos. De este plato hay poco que decir. Con lo fácil que parece, no es difícil encontrar sitios donde sirven las patatas poco fritas y no cortadas a lo pobre o los huevos hechos de más con lo que pierden toda gracia. Presentadas en pequeñas sartenes de hierro, las patatas estaban cortadas a lo pobre, bien hechas y al romper el huevo, la yema empapaba todo el plato. ¡Bien! El ultimo de los platos fueron las croquetas de la casa. A las eternas croquetas de jamón, acompañaban unas de roquefort y unas originales de caldero con alioli, que personalmente no me gustaron. Todos los entrantes estaban buenos. Pero poco tienen que ver con los vistosos platos fotografiados en la web del restaurante. Será cosa de las vacaciones o de no tener publico para ese tipo de cocina más moderna y atrevida.Llegados a los principales, el conservadurismo nos volvió a dominar y probamos la carrillera estofada en cerveza negra y patatas paja y el secreto de ibérico. Todo muy correcto.
Lo mejor de la comida fueron los postres. Tanto la tarta de la abuela con un chocolate muy cremoso (Tarta Chocogalleta), como la tarta de queso de la casa estaban deliciosas, pero fue el refrescante sorbete de mojito con intenso sabor a menta el que triunfó. Era ya tarde cuando nuestro afrancesado camarero se despidió de nosotros dejandonos en manos de su compañero, no sin antes invitarnos a una botella de cava.
A los cafés no les dimos oportunidad, pedimos la cuenta pensando cruzar la calle para tomar una copa en Mombasa. Tocábamos a 25 euros por persona, pero miramos detalladamente la cuenta y vimos que había un ligero error a nuestro favor de 17 euros. No fue tan exagerado como en Los Angeles de Campoamor que hubo un error del 30%, pero es dinero. Está claro que la cuenta hay que revisarla siempre. Al final salimos a 22 euros habiendo cenado bastante bien, y excepto momentos puntuales en los que Niko se olvidaba de nosotros y nos quedábamos incomunicados con el interior, el servicio fue muy correcto. Supongo que en invierno el ambiente decadente del restaurante cambiará radicalmente.
El restaurante Vitruvio está dentro del hotel Barceló de Torre Pacheco, en la carretera a Los Alcázares kilómetro 3,5 y para reservar podemos llamar al número de teléfono 968189700