La fecha escogida, por pura casualidad, había sido el 31 de octubre, así que Beatriz daba prisas a Marcos, el pasante de la gestoría, para que no hiciesen tarde, pues los vecinos querrían irse lo antes posible para celebrar la noche de ánimas.
Por fin salieron cuando ya había anochecido y Marcos condujo el coche lo más rápido que pudo, ya que iban justos de tiempo. Justo a las ocho entraron en la portería.
Tras saludar Beatriz, comenzó a marcar los asistentes en la lista que le había pasado Marcos. Sorprendida, comprobó que estaban todos. Nunca le había ocurrido antes, ni siquiera en segunda convocatoria. Además recordó que algún piso estaba vacío o en venta.
Su extrañeza aumentó al tener la sensación de que algunas personas se veían algo difuminadas, sobre todo las más jóvenes. Aún así prosiguió con el orden del día, tal como se había propuesto: el estado de cuentas, las incidencias del año, escoger entre unos presupuestos para reparar el ascensor,...
Todo iba bien y los puntos se aprobaban por unanimidad hasta que se llegó a la propuesta de pintar la fachada. La discusión no fue por el presupuesto, sino por el color con el que se iba a hacer.
Si, por una parte, los vecinos más jóvenes y los de media edad preferían cambiar respecto del actual, que les parecía demasiado apagado, por otra, los más viejos se empeñaron en mantener el mismo color de siempre, pues era el que siempre habían visto y les resultaba familiar.
Para no alargarse en demasía, pues sentía un cierto cansancio, Beatriz optó por proponer una votación. Aunque había calculado que ganaría la propuesta de modificar el color, le sorprendió que muy pocas manos se alzaron para votarla. Incluso le pareció que algo medio fosforescente sujetaba el brazo de algunos que se habían mostrado partidarios del cambio.
Por contra, casi todas las manos se alzaron en la votación por mantener el color. Unas de manera normal, otras parecían salir de la nada o flotar de manera espectral. Entonces ya empezó a sentirse algo mal, como mareada.
Nada más anotar el resultado, Beatriz dio por concluida la reunión. Estaba viendo demasiadas cosas raras aquella noche y ya solo quería irse a su casa. Hasta se le habían quitado las ganas de celebrar nada.
—¡Qué lío! —exclamó Beatriz cuando salían hacia la calle— Por un momento he pensado que se iban a pelear entre ellos por el color de la fachada.
—Bueno, no te preocupes por eso, no vale la pena. ¿Vamos para la fiesta?
—¿Qué fiesta? Estoy muy cansada.
—Verás. Es que nos esperan en la fiesta del cementerio —dijo Marcos, ahora bastante serio—.
—¿Dónde? ¡Ni loca! Mira, que ya he tenido bastante para esta noche, así que déjalo, ¿vale?
—Lo siento, pero esto va en serio, Beatriz —una sonrisa triste acompañó sus palabras—. Cuando veníamos a toda velocidad, hemos tenido un accidente. Ahora nuestro sitio está allí... para siempre.
Texto: Javier Camúñez Diez
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