Hacer una revisión lectora del año que ha terminado es una forma de autocomplacencia intelectual aunque también sirve para reflexionar sobre los géneros más frecuentados, aquellos olvidados, o las obras que nunca leería si pudiera volver atrás. 2016 empezó tarde, muy tarde: alrededor de junio. Entre enero y junio leí innumerables temas de oposición, resolución de prácticos, exámenes, apuntes sobre programación, páginas web sobre arte; releí manuales de historia, de geografía y de historia del arte, así como libros de texto usados en los institutos. Al terminar victorioso esta etapa comencé a recuperar el tiempo perdido. Y no, no creáis que leí a Proust; tal empresa sigue estando en mi lista de pendientes. 2016 comenzó con poesía: Completamente viernes, de Luis García Montero, al que le siguieron tras el viaje sevillano El amor, las mujeres y la vida, de Mario Benedetti, Las personas del verbo, de Jaime Gil de Biedma, Llibre de meravelles, de Vicent Andrés Estellés, La primavera avanza, de Ángel González, y Poemas (1962-1969) de Pere Gimferrer. Fue un año en que recuperé clásicos que tenía pendientes, como Marianela, de Galdós, La plaça del diamant, de Mercé Rodoreda, y La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza. Debo decir que algunos me abrumaron en cierto momento. Descubrí a Quim Monzó, del cual tan solo había leído algún artículo aislado en mi etapa estudiantil, y me hice con El perquè de tot plegat, rescatado de una librería de segunda mano, y con La magnitud de la tragèdia. En algunos momentos hice honor a mi profesión y opté por estudios de historiadores como Els valencians, des de quan són valencians?, de Vicent Baydal (estudio que trata de escribir sobre los orígenes del tan manido concepto de nación en un momento de florecimiento del sentimiento colectivo valenciano), La restauración social católica en el primer franquismo, de Feliciano Montero (un conjunto de artículos que estudian el primer franquismo desde la óptica de la educación y las depuraciones), El holocausto español. Odio y exterminio en la guerra civil y después, de Paul Preston (un magnífico regalo de antiguos alumnos que disfruté y devoré, sintiendo la tragedia de nuestra historia en primera persona), La España del maquis, de Vidal Castaño (un estudio decepcionante sobre el maquis en diferentes zonas de la Península Ibérica, nada conseguido en su redacción, inconexo y excesivamente anecdótico), y La voluntad del Gudari, de Gaizka Fernández (estudio sobre los orígenes ideológicos e históricos de ETA). Leí también alguna obra que tenía pendiente desde mis años de carrera, como Marx (sin ismos) del difunto Francisco Fernández Buey, o El malestar en la cultura, de Sigmund Freud. Inauguré un conjunto de lecturas sobre la crisis del capitalismo actual, como Extremistán, de Jorge Reichmann, o En defensa del decrecimiento y Colapso, de Carlos Taibo, obras necesarias y curiosamente publicadas en editoriales desconocidas. Leí pequeñas obras variopintas como Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas, el tantas veces citado Esperando a Godot, de Samuel Becket, La mordaza y Escuadra hacia la muerte de Sastre, o la Apología de Sócrates, del mismísimo Platón. No puedo dejar de mencionar la lectura de Harry Potter y el legado maldito, que me trasladó a mi infancia, si bien su formato teatral me decepcionó. Volví a frecuentar autores bastante leídos, que casi nunca defraudan, como Miguel Delibes con Señora de rojo sobre fondo gris, o Paul Auster, con El palacio de la Luna; y descubrí otros como Fernando Aramburu del que devoré con placer y mal cuerpo Patria y pronto me hice con el conjunto de relatos de Los peces de la amargura. El año acabó con Rafael Chirbes: En la orilla, seguida de Ítalo Calvino, y su obra El baró rampant, que debí leer de adolescente cuando cierto profesor de filosofía me la recomendó.
¿Metas para este 2017? Desde luego, leer más, ahora que la tarea alienante de releer temas ha cesado; leer más en catalán; atreverme con algunos clásicos; confiar en la narrativa actual; y recuperar los libros que presté para que vuelvan con gozo a la casa del padre.