Revista Cine

Revolución. El cruce de los Andes

Publicado el 06 junio 2011 por María Bertoni

Revolución. El cruce de los AndesDe santo a revolucionario. Así podría resumirse el cambio de imagen del que don José de San Martín fue objeto entre la película que Leopoldo Torre Nilsson le dedicó en 1970 y el film que Leandro Ipiña estrenó el 7 de abril pasado. Mientras Alfredo Alcón encarnó al prócer canónico (esperable en tiempos de dictadura de Onganía y Levingston), Rodrigo de la Serna compuso al militar insurrecto contra el poder español, inmune a la indiferencia porteña y empecinado en liberar a toda Sudamérica (patria grande que hoy reivindica la Unasur).

La ruptura con El santo de la espada se produjo el año pasado, cuando Juan Bautista Stagnaro presentó este corto que filmó por encargo para celebrar el Bicentenario. La caracterización de un joven militar español recién llegado al país y sospechado de espía fue responsabilidad de Pablo Ribba, que casualmente encarnó a Fray Félix Aldao en Revolución. El cruce de los Andes.

El desafío más grande que habrán enfrentado Ipiña y su coguionista Andrés Maino es la desacralización del superhombre que la escuela y los medios promocionaron hasta casi-casi beatificarlo. En este sentido, los espectadores somos un poco como el periodista que entrevista a Manuel Corvalán, y que enseguida pretende confirmar la mirada penetrante del padre de la patria.

Es cierto que el San Martín de De la Serna es más humano (y defectuoso) que el de Alcón o el de Billiken. También es cierto que pocas veces habremos visto al Ejército de los Andes integrado por tantos negros y criollos. Pero, atención amantes de la rigurosidad histórica, el revisionismo de Ipiña y Maino admite la recreación falsa del mencionado Corvalán (aquí, la biografía del cuarentón que en 1816 comandó el Batallón de Cívicos Pardos y que poco tiene que ver con el personaje encarnado por Juan Ciancio y León Dogodny).

Aún sin el dinero que los países ricos invierten en ficciones cinematográficas y catódicas con tinte histórico (por ejemplo, las aquí reseñadas Napoleón, John Adams, Elizabeth I), el equipo de Ipiña se las arregló para recrear vestuarios, escenarios, enfrentamientos armados. Por otra parte, cabe destacar que la cuidada reconstrucción de época les prestó atención a detalles interesantes como las interferencias del español ibérico en el castellano de San Martín.

Sin dudas, Revolución. El cruce de los Andes tiene el mérito de disputarle a la Historia oficial la potestad de un hito fundamental para la construcción de nuestra identidad nacional. De ahí la imposibilidad de analizarla en términos estrictamente cinematográficos y la tentación de celebrar un intento de resignificación que -nobleza obliga- nuestro cine (y con suerte nuestra televisión) debería(n) tratar de pulir y profundizar.


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