Vuelvo a escribir tras unos días de vacaciones, buscando la esquiva inspiración en las espumas del Mar Cantábrico ; realmente Cantabria es Infinita, y por más veces que un castellano sube al norte, mas ganas tiene de volver ; en mi retina siempre quedará La Cueva de El Soplao, y tampoco se irá de mi recuerdo la segunda visita que efectué al Capricho de Gaudí en Comillas ; como hormigas, ingentes grupos de turistas hacíamos cola , para poder entrar en esta singular construcción; descubrir a Gaudi sería como descubrir la gravedad, pero una parte de la historia de aquel chalet de recreo, me llegó al alma por su punto trágico . El lugar tenía un dueño, un indiano llamado Máximo Díaz de Quijano , músico y abogado que emparentó con el Marqués de Comillas , artífice del poderío de Comillas en el S.XIX ; él iba a disfrutar de esta residencia de verano, con cada estancia diferente y singular, con tantos detalles lujosos, pero su tragedia es que apenas lo disfrutó , ya que murió en 1885 , el mismo año que se acabó El Capricho ; escuchando esa historia pensaba en lo crueles que son los dioses, en cuanta gente envidiaba entonces su situación, su fortuna de ultramar , hasta conocer su destino fatal , propio de mis admirados Eurípides o Sófocles ; estoy seguro que , cuando los turistas abandonamos en tropel el lugar, su fantasma vuelve del Hades , y mirando la puesta del sol , vuelve a soñar en música, disfrutando de un lugar que ya no le pertenece, y quizás no lo hizo nunca.
Brindé en su nombre cuando abrí este vino cántabro, ya que su olvidada fama siempre estaría ligado al genio de Gaudí.
Vidriera de El Capricho de Gaudi en Comillas