“Estar en casa es casi siempre algo muy distinto, a menudo más extraño, que encontrarse en el extranjero: es el lugar donde las cosas se hacen invisibles, donde dejamos de utilizar nuestros sentidos para explorar el mundo. En casa situamos nuestra capacidad de observación en el punto cero”. (Stefan Hertmans, escritor).
Una vez más mis recuerdos me llevan a mi niñez, con mis amigas, a las calles de mi infancia; como si de una película se tratase, me veo corriendo con el brazo extendido, intentando antes de que me alcanzaran quienes me perseguían, tocar la pared o el sitio en la que quedaba “salvada” a la vez que decía: “casa”.
Ahora, en éstos duros, difíciles momentos que nos ha tocado, que durante meses, por el Covid19, millones de personas hemos tenido que quedarnos en casa, cobra sentido aquella intuición que se hacía visible en el divertido juego del pilla-pilla: estamos en casa, salvados.
Ése lugar que llamamos casa, es más que un sitio, es ése espacio que habla de ti, donde las cosas son parte de nosotros, un yo prolongado en objetos que hablan y dicen en gran medida cómo somos, lo que nos gusta y valoramos de la vida; un lugar donde relajarse, disfrutar y vivir.
“Casa”, nuestra casa es sinónimo de seguridad, de tranquilidad y de intimidad, nuestra “zona segura” en la que te sientes a salvo. Y en éstas últimas semanas más que nunca.
Nuestra casa sin darnos cuenta se ha tenido que convertir en un espacio más allá del que habitar, ha sido nuestro gimnasio, nuestras escuelas e incluso universidades, nuestros “restaurantes” y nuestras oficinas y lugar de trabajo.
Como muchas familias, la mía también ha tenido que cambiar sus hábitos, el “tele-trabajo” se hizo parte del día a día y la sala de estar se convirtió en el despacho de mi marido.
Es en su despacho, abierto por fin tras el obligado y necesario confinamiento, donde “Mi Cocina” virtual tenía un discreto y apartado lugar, una mesa, mi ordenador, mi pequeño rincón. Un lugar que me permitía realizar una ansiada rutina, salir de mi zona de confort, de mi casa y poder estar en todo momento cerca de él.
Todo ha cambiado, #YoMeQuedoEnCasa me siento “salvada” en éste rincón, donde mi cocina virtual se abre al mundo exterior, donde puedo seguir escribiendo, compartiendo los platos que preparo como éste delicioso risotto con espirulina.
¿Qué no saben lo que es? Les cuento:
En contra de la creencia popular, la espirulina no es un alga. Es una bacteria. En concreto, es una cianobacteria, es decir, un organismo capaz de realizar la fotosíntesis. Pero es difícil luchar contra la costumbre: durante décadas se la ha incluido dentro de las llamadas 'algas verdiazules', e incluso algunas organizaciones oficiales, como la OMS o la Unesco, se refieren a ella de este modo.
Entre los atractivos de la espirulina no solo se encuentra el tener proporcionalmente cuatro veces más proteína que el huevo, sino que también posee una gran cantidad de micronutrientes, como las vitaminas B1 y B2, con las que cubre (de sobra) las necesidades diarias recomendadas. Lo mismo pasa con el hierro. Además, es una buena fuente de manganeso y vitaminas B3 y B5.
Éstos microorganismos pueden ser cultivados por el ser humano. Para crecer necesitan pequeños charcos, entornos salinos y suelos alcalinos, características que dificultan el cultivo y crecimiento de cualquier vegetal. Esto propicia que en zonas del planeta donde se cumplen estas características se críe esta bacteria para satisfacer las necesidades alimenticias de la población.
Y Málaga, ése rincón de Andalucía, que con pasión yo llego a llamar “El Paraiso” reúne todas las cualidades necesarias para que se pueda producir la espirulina, tanto es así que ALGA YIELD (Empresa malagueña, ésta es su web) tiene su sede en un precioso pueblo malagueño llamado Moclinejo. Desde allí llegó la espirulina a “Mi Cocina”, con ella preparé éste risotto con un impresionante sabor a mar, sabor a Málaga….
¿CÓMO LO HICE?
INGREDIENTES PARA DOS PERSONAS:
200 grmos.de arroz (especial para risotto, variedad arbórea), 200 grms. de gambas blancas de Málaga, 2 cucharadas soperas de aceite de oliva virgen extra, 20 grms. de mantequilla, ½ litro de caldo de pescado (lo preparé con espina de pez espada y las cabezas de las gambas), medio vaso pequeño de vino blanco (usé un fino amontillado), media cebolla pequeña (blanca, dulce), 2 cucharadas pequeñas de espirulina, 3 cucharadas soperas de queso rallado (usé curado tipo manchego) y sal.
Para presentar: Pan de gambas, espirulina y esferas de aceite de oliva virgen extra (se puede omitir ésta opción).
LOS PASOS A SEGUIR:
Pelar las gambas y picar muy finamente la cebolla, en trocitos pequeños. Poner a hervir el caldo de pescado.
Mientras en una cacerolita echar el aceite y una vez caliente echar las gambas y saltearlas medio minuto. Sacar y reservar.
Incorporar la mitad de la mantequilla y sofreir a fuego lento la cebolla con sumo cuidado de que no se quemen. Incorporar el arroz y saltearlo, removiendo durante uno o dos minutos.
Añadir el vino llevando a ebullición procurando que éste desengrase el fondo de la cacerola e ir añadiendo poco a poco el caldo de pescado (siempre hirviendo), removiendo ligeramente el arroz hasta que quede suelto.
Probar de sal, rectificando si fuese necesario y continuar el proceso de ir añadiendo caldo, removiendo, aproximadamente durante unos diez minutos (aconsejo seguir las instrucciones del fabricante del arroz) procurando que el arroz en ningún momento quede seco
Diluir la espirulina en el caldo de pescado.
Incorporar en ése momento el resto de la mantequilla y el queso al risotto, remover bien e ir incorporando poco a poco el caldo que vaya necesitando el arroz hasta comprobar que éste esté en su punto.
Apartar del fuego y servir acompañado de las gambas de Málaga.
Una casa es el lugar donde uno es esperado (Antonio Gala)