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Rubor

Por Biologiayantropologia

RUBOR
Publicado en Levante 28 de diciembre de 2013
Los animales no son ni pudorosos ni impúdicos. No les asiste la vergüenza ni la desvergüenza: sentimientos genuina y exclusivamente humanos. No son procaces ni se ruborizan. Actúan instintivamente. La naturaleza les ha dotado de lo conveniente: el vestido es exclusivo y propio del ser humano. El animal nunca se siente “desnudo”. Se explica porque los animales no poseen un yo: eso corresponde solo a las personas. El ser humano siente la vergüenza –que es algo que nos humaniza- cuando ve las miradas indiscretas queriendo taladrar la propia intimidad; y se ruboriza.
Ahora, con todo el bochinche del espionaje indiscriminado de algunos gobiernos (y empresas de servicios de internet), nos entra, es normal, un sentimiento de “violación” de nuestra intimidad y, en consecuencia, de nuestros derechos. Alguien, sin permiso, está fisgoneando en nuestro yo, apropiándose ilegítimamente de ese espacio sagrado que descubro en el momento, en el lugar y a las personas oportunas. Es abochornante.
Otro fenómeno: esos menores que mandan por washap, sin poca vergüenza, fotos provocativas propias o, con más desfachatez todavía, ajenas. O los más mayores en facebook, colgando en la red un montón de puerilidades banales que quizá alguien lea ahora o dentro de unos años: porque una vez introducido en internet no es posible dar marcha atrás.
Al hablar de rubor me refiero a lo que la RAE recoge como sentimiento –y color- de vergüenza. Mostrar sentimientos, actitudes, hechos, que resultan obscenos (literalmente, fuera de escena) han de provocar sonrojo (al menos interior); y si no se tiene ese sentimiento es que hemos perdido el control del yo. Por ejemplo, ostentar lujo en medio de la miseria, murmurar de alguien que ha salido de una reunión aprovechando su ausencia, mentir descaradamente y a sabiendas de que los demás lo saben, y tantas otras cosas si no producen rubor hay una patología del yo.
Rubor y pudor van juntos: son la salvaguarda de la intimidad. Quien se publicita indebidamente se cosifica, se prostituye (en latín, pro-statuo: poner por delante, mostrar), se “escaparatea”. Y como señala acertadamente Aristóteles perder la vergüenza indica que algo nuestro se escapa del control de la razón. L. Polo, ahonda en esta tesis y escribe que la manifestación personal es un otorgamiento que se da desde un centro. Quien deambula por la calle con el torso desnudo o se presenta públicamente de forma impúdica es alguien descentrado, que no mantiene el centro de su persona: se tambalea, se bambolea. Porque la maduración humana consiste en la integración desde el propio yo: entonces lo que uno dice y hace adquiere significado.

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