Look through any window, Ralph Fleck
Está mal que yo lo diga pero elegí muy bien el nombre del blog. Esto se podía haber llamado de mil maneras distintas: El caballo negro, como mi primer diario, o Cuaderno de notas porque, total, ¡qué más daba si nadie iba a leerme! Pero no, en un raro rapto de inspiración se me ocurrió Cosas que (me) pasan, y aparte de ser bastante resultón, me ha salvado la vida muchas veces. Cuando no sé qué escribir, cuando no se me ocurre nada, siempre pienso ¿qué cosas (me) pasan? Y ya está.Estoy tan bloqueada de inspiración que hoy, domingo por la tarde, me he puesto a trabajar, a adelantar tareas de mi curro. ¿Son urgentes? Bueno, más o menos. ¿Alguien me presiona para adelantarlas? No. ¿Por qué lo hago? Porque si estoy trabajando no estoy pensando en qué no sé me ocurre nada. He mandado veinte mails concertando citas para el martes en San Sebastián porque mañana me voy, otra vez, para allá. La semana pasada en el aeropuerto me crucé con Danny de Vito y ruego a Dios, al karma o a quién sea que a quién me encuentre mañana o pasado sea a Ryan Gosling que acaba de llegar allí (llevando, por cierto, una cazadora roja de cuero bastante sexy). Eso sí que sería una COSA para contar. «Pues mirad, chavales, ayer estaba cenando en un restaurante en Donosti y, de repente, en la mesa de al lado estaba Ryan que resultó ser encantador y que, además, se quiso hacer esta foto conmigo en la que los dos salimos estupendos» Por favor, esto podría contarlo en la residencia de ancianos en la que mis hijas me visitarán el primer domingo de cada mes y ser la «loca de Gosling» o en los cruceros de solteros de Royal Caribbean y dejar a mi público con intriga sobre mi intimidad con Ryan. Creo que incluso me haría youtuber para poder contarlo BIEN, moviendo las manos y todo eso.
Me pasa que no se me ocurre nada para escribir porque ando como pollo sin cabeza. Duermo dos días en una cama, la noche siguiente en un hotel, las dos siguientes en mi guarida, otra en Madrid, dos de hotel. Estoy rozando el nomadismo. Vivo pegada a una maleta y eso implica estar recontando mentalmente la ropa interior que tengo limpia y su adecuación a la ropa que pienso llevar y la gente que voy a ver. Además tengo más trabajo, trabajo de ese de tres mierdecitas aquí, cuatro cosas allí, tres mil quinientas veintitrés reuniones y ciento veinte mil correos electrónicos con tantas variables que al final me siento como si fuera uno de esos chinos con palos que sujetan platos. Con lo fácil que sería decir «dejad que me encargue yo, obedeced mis órdenes y todo será más sencillo». Pero no se dejan. Lástima. He terminado de leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y cuando lees algo tan bueno, tan estupendo y te dedicas a escribir en tus ratos libres piensas «Y yo, ¿por qué no lo dejo? No debería ni tocar esas palabras con mis sucias manos».
Ed Sheeran también ocupa mi cabeza y esto sí que me revienta. Me perturba mucho este tío porque es la prueba más palpable de que mis hijas y yo somos de dos generaciones tan lejanas como dos galaxias. ¿Cómo puede gustarles este tío? ¿Qué le ven? Yo, Springsteen. Ellas, Sheeran. Un abismo intergeneracional nos separa. Y lo peor es que este tipo con el mismo atractivo que una toalla de playa descolorida ocupa mi mente porque tengo que conseguir entradas para su concierto. Como no se me ocurre nada, me consuelo pensando en que si consigo entradas y acabo sentada en una grada viendo a mis hijas en plan fans de los Beatles gritando como locas, tendré otra cosa interesante sobre la que escribir. No sería ni de lejos tan interesante como la cosa con Ryan pero seguro que sería capaz de escribir algo divertido.
San Sebastian, la ciudad más bonita del mundo. Hacer la maleta. Ha llegado el otoño. Ir al fisio. Meter el diazepan en el neceser. Los tacones, que no se me olviden los tacones. Apuntar las citas en el cuaderno. Coger el libro. Sacar fotocopias del DNI de las niñas. Ver el último capítulo de Better call Saul. Pedir cita en el traumatólogo. Pedir cita en el osteópata. Conseguir cazón. Hablar con el pintor. Escribir una charla. Mirar el tiempo en Cracovia en diciembre. Dejar de escribir este post para sacar la tarjeta de embarque del vuelo de mañana, descubrir que no tengo el localizador, saber que me voy a pasar la noche dando vueltas pensando en que no podré coger el avión.
Me consuelo pensando que, a lo mejor, no se me ocurre nada porque (me) pasan demasiadas cosas.