Impaciencia y mucha emoción era lo que sentía esa mañana en Livingstone antes de partir hacia Kasane. Tenía esa extraña sensación entre el entusiasmo, la inquietud y la excitación que recorre nuestro interior cuando sabemos que algo muy especial va a suceder y que no podemos hacer nada por acelerar el momento.
Era efervescente. Euforia era mi estado de ánimo, me salía a borbotones y sólo tenía unas ganas inmensas de subir al 4x4, de sentir como el viento y la arena comenzaban a darme pequeños latigazos en la cara y de botar en los asientos mientras discurríamos por las sendas de arena, porque sería entonces, justo en esos instantes, cuando comenzaría la aventura, la verdadera aventura.
Así de intensos eran mis primeros momentos de safari, y eso que creo que ya sabía entonces que en el Parque Nacional Chobe, a pesar de ser una auténtica maravilla, no viviría las experiencias con más fuerza y más pureza de todo el Safari por el norte de Botswana.
Según lo previsto, pasaron a recogernos por el Avani Victoria Falls Resort a media mañana. La distancia hasta Kazungula, a orillas del río Kwando, nos llevó poco más de una hora por una, relativamente, cómoda carretera asfaltada.
En ese punto, el río Kwando hace de frontera natural entre Namibia, Botswana, Zambia y Zimbawe, y a pesar de que podría parecer obvio, no existe todavía un puente que lo cruce, aunque en estos momentos están construyendo uno.
Los camiones, vehículos y personas suelen cruzar el río con un ferry que recorre continuamente, en uno y otro sentido, la corta distancia que separa las dos orillas, pero también hay unas lanchas rápidas que cubren esta distancia y que fue la forma en la que nosotros atravesamos el río.
En la otra orilla ya nos estaban esperando los dos 4x4 que ayudarían a vivir nuestra aventura. Desde allí nos acercamos a la oficina de comprobación de visados, trámite bastante rápido puesto que eramos los únicos turistas. Después, metimos nuestros pies con los zapatos puestos en una cubeta con desinfectante en Zambia, cruzamos la verja que separa legalmente los dos países, volvimos a meter nuestros pies en una cubeta con desinfectante, esta vez en Botswana y una vez ambos países consideraron que nuestros zapatos, al menos los que llevábamos puestos, eran asépticos, subimos al 4x4 y nos dirigimos hacia Kasane. Simpática experiencia ¿verdad? Como mínimo algo cómica la situación, al menos hasta que comprendimos que teníamos que ir de una cubeta a otra y saber cuál era el objetivo.
Hasta Kasane nos quedaban unos 40 minutos. ¿Kilómetros? No lo recuerdo, pero a estas alturas del viaje ya habíamos aprendido que las distancias en esta parte de Africa se miden en tiempo.
Tilodi Safari logde, nuestro alojamiento durante dos días, estaba en las afueras de Kasane, más cerca del Parque Nacional Chobe y allí nos esperaba nuestra guía española, Ana. Un alojamiento ecológico, en tiendas fijas de lujo con bañera, ducha y unas comodidades y servicios que sólo si has estado allí y eres consciente de lo difícil y lo mucho que cuesta todo, y no me refiero al aspecto económico, te das cuenta de lo afortunado que eres pudiendo disfrutar de ello.
Reparto de tiendas, charla informativa, comida y un pequeño descanso. ¡Salimos a las 15:30h, nos vamos de crucero!
Esta tarde nuestro safari sería acuático por el río Kwando, también conocido como río Chobe, que atraviesa toda la Reserva Nacional Chobe. Dicen que si dejas esta reserva para el final del safari, después de Savute, Moremi o el Delta del Okavango, la experiencia nos pueda resultar algo descafeinada. En ningún caso comparto esta opinión. Hablo siempre de los momentos que yo tuve ocasión de disfrutar, ya que en cuestión de safaris nunca hay dos iguales y un día los rastreos pueden dar sus frutos y vemos animales en abundancia, y al día siguiente no acertamos ni a cruzarnos con un impala, pero yo guardo una buena colección de vivencias de mi paso por el Parque Nacional Chobe, quizás tenga mucho que ver que fue mi puerta de entrada al safari en Botswana.
Apenas habíamos subido a la lancha en la que navegaríamos aquella tarde, comenzamos a ver una gran variedad de aves acuáticas que buscaban en solitario su alimentación. Esbeltas, de patas largas, con picos curiosos, su cuerpo quedaba reflejado en el agua ofreciéndonos maravillosas simetrías. Los safaris suelen estar integrados por amantes de la naturaleza y de la fotografía, así que recuerdo como, en esos primeros momentos de safari, solicitábamos que se detuviera la lancha en cuanto avistábamos un animal.
Nos dirigíamos hacia el área de Serondela, la zona del parque preferida por los elefantes, hipopótamos, impalas, leones y un gran número de animales más, ya que se inunda de agua por el río Chobe y acuden allí a beber. También es fácil ver a los cocodrilos, algunos de gran tamaño, unas veces medio sumergidos esperando a su próxima presa, otras veces en las orillas tomando el sol o con la boca abierta regulando su temperatura.
Seguimos navegando alrededor de la isla Sedudu, un islote en mitad del río rico en vegetación que cumple dos funciones, por una parte se convierte en la despensa de muchos de los hervíboros que habitan en la zona y, por otra parte, es un lugar seguro donde pasar la noche a salvo de los depredadores. Leones, hienas y demás carnívoros, rara vez cruzan a nado el espacio que separa esta relativamente pequeña isla y el parque.
Una de las más bellas imágenes es ver como, a últimas horas de la tarde, las manadas de elefantes se agolpan en la orilla esperando el mejor momento para cruzar a la isla Sedudu con sus crías y pasar seguros y tranquilos la noche.
Bonito espectáculo es también el que nos ofrecen mientras comen. Sedudu es fértil y la vegetación crece en abundancia en un suelo arenoso. Los elefantes, con sus trompas, arrancan grandes manojos de hierba de raíz, llevando ésta gran cantidad de arena, la cuál sacuden contra su cuerpo provocando una musiquilla cadenciosa y lenta que me recordó a los sonidos que en el jazz se obtienen con las escobillas. Estos mastodontes tienen siete denticiones, pero la arena causa estragos en sus dientes y tienen que cuidarlos, quedarse sin dientes sería su sentencia de muerte.
Conforme caía la tarde los colores dulcificaban el paisaje y las escenas que contemplaban nuestros ojos cada vez eran más mágicas. Así estuvimos hasta el atardecer, unas veces flotando otras navegando con nuestra lancha, hasta que nos vimos obligados a marchar.
Volvimos al día siguiente, esta vez en 4x4. A las 6h de la mañana, hora de apertura del parque, ya estábamos en una de las entradas y no eramos los únicos. Había un buen número de coches esperando a poder realizar los trámites de ingreso. Nosotros pasamos pronto y, a pesar de que el número de coches era considerable, una vez dentro del parque se desvanecieron y nos quedamos solos.
El Parque Nacional Chobe tiene los caminos algo más marcados que las otras reservas que visitamos, pero no vayáis a pensar que abundan las indicaciones. Creo que yo me hubiera perdido a la primera de cambio y es que no sé cómo consiguen orientarse por aquellos senderos de arena mientras yo, ni mirando al sol sabía donde estaba el norte y donde el sur. Aún así, esta es la reserva en la que más gente se aventura a hacerlo por libre, y hablo de los sudafricanos, expertos en safari. Por lo que a nosotros respecta, en ningún momento considero una opción viable alquilar un 4x4 y comenzar a conducir por este mar de arena.
Nuestros guías eran capaces de distinguir las huellas de leones mientras conducían, de saber que eran recientes por que estaban superpuestas a las huellas dejadas por los neumáticos de otro vehículo, sabían ir detrás de ellos ¡y sabían encontrarlos!
En las ocasiones que tuvimos de ver leones en el Parque Chobe fue después de haber cazado y comido. Se encontraban con la panza llena durmiendo la siesta a la sombra de un árbol, aún así, fue de lo más excitante.
Volvimos a ver impalas, kudus, antílopes sable, jirafas, facoceros, mangostas, babuinos, un sinfín de aves, búfalos, cebras, ñus ... seguro que me dejo a muchas especies por que soy incapaz de recordar sus nombres y de distinguirlos.
Me viene a la memoria otra escena de esas que no se me va a olvidar. Ocurrió justo tras nuestra parada para estirar las piernas y tomar un pequeño tentempié, otro de los detalles que se agradecen y que Mopane Game Safaris ha tenido en cuenta en la organización de este viaje. Apenas llevábamos unos metros recorridos en nuestro 4x4 cuando avistamos un elefante, luego otro y otro y ¡otro! ... Las gallinas de Guínea salen despavoridas a nuestro paso y cruzan el sendero sin mirar, temo que en uno de nuestros recorridos atropellemos alguna, pero nuestro vehículo se para y contemplamos lo que tenemos delante. Parece un documental de la 2. Me pregunto si no será realmente un documental de la 2 en el que formo parte como figurante, y es que lo que allí acontece parece una película.
Un ruido sordo nos indica que no se trata de un par de elefantes que pasaban por allí, es toda una gran manada, varias familias, nos aclara nuestro guía. Se distinguen tres grandes machos que marcan el camino y que vigilan que nadie se salga de él, muchas hembras, algunas con sus torpes bebés a su lado. Al fondo grupos de impalas siguen a los elefantes en paralelo, como buscando su protección, y más cerca de nosotros unas cuantas jirafas. Un par de ellas da la espalda a este espectáculo y nos contemplan a nosotros. Son preciosas, tan altas, con esas pestañas, esas dulces manchas y esos andares tan elegantes, tan a cámara lenta, que parece que están bailando una danza. Y delante de las jirafas, muy cerca de nosotros, las graciosas gallinas de Guinea, picando en el suelo imaginarios insectos o no tan imaginarios. Estoy allí, siento el polvo que levantan los elefantes.
El vehículo arranca. Nuestro guía sabe a donde se dirigen y nos lleva hacia allí. Los volvemos a ver, esta vez más cerca. Un grupo pasa por la izquierda del coche, otro grupo por la derecha. Impactante, realmente descorcentante, ya no sé a que lado mirar, no me quiero perder nada pero es imposible.
De pronto llega uno de los grandes machos, viene hacia nosotros pero se para a una distancia prudente, abre sus inmensas orejas y las mueve a la vez que emite un tremendo barrito para indicar quien manda allí. Nosotros lo teníamos bien claro, no pensábamos hacer nada que pudiera molestarlos. Él, sin embargo, permanece allí, esperando a que el resto de la manada pase y asegurándose que todo transcurre con normalidad.
Regresamos a Tilodi Safari logde para comer y descansar un rato, el calor aprieta, nada que ver con las frescas temperaturas de cuando partimos esta mañana y a las 15:30h volvemos a entrar a la reserva para seguir rastreando. Tengo la impresión que conforme transcurre la tarde todo está más tranquilo. Los hipopótamos están en las charcas disfrutando de una mascarilla de arcilla. Volvemos a encontrar a leones tumbados a la sombra, a juzgar por sus barrigas, tras un buen almuerzo. Las aves, sin embargo, comienzan a estar más activas y los hervíboros cruzan la reserva en dirección al agua. Probablemente, pensando en nadar hasta la isla Sedudu para pasar allí, a salvo, la noche.
Nos quedamos hasta el atardecer, inmortalizando esos instantes en montones de fotografías, pero nada tiene la belleza de estar allí disfrutándolo, sintiéndolo.
Tenemos que apresurarnos para salir del parque. Cierran a las 18:30h cuando la puesta de sol termina y comienza la noche.
Una ducha reparadora que nos quita el polvo y gran parte del cansancio, pero no las escenas, que van quedando en nuestra memoria y que ya se agolpan desordenadas. No quiero que se me olvide nada, no quiero confundir momentos, días, lugares, quiero que todo se me quede grabado tal y como ocurrió. Dudo si seré capaz de retener tanto detalle, demasiada información por procesar y almacenar está recibiendo mi cerebro, y ahora las imágenes se suceden en mi pensamiento sin orden alguno, rápidas, intensas, no tengo tiempo de asimilarlas.
En el lodge nos han preparado una cena especial. Han dispuesto unas pequeñas mesas individuales formando un círculo al lado del Boma, el fuego que preside cualquier evento, cualquier reunión, en Botswana. La cena está formada a base de platos típicos del país y ahora, ya en la distancia, siento muchísimo no haber podido dejar constancia gráfica de ello.
Nuestra última velada allí es entrañable. El personal del lodge es muy amable, siempre con una sonrisa en los labios y el ánimo de que nos sintamos lo más a gusto posible. Embelesada mirando el fuego hipnotizante del boma andaba yo, atendiendo a lo que estaba ocurriendo pero viajando en mis pensamientos, repasando mentalmente la intensidad de aquellos dos días en el Parque Nacional Chobe, cuando irrumpieron delante de nosotros un grupo de jóvenes ataviados con la vestimenta típica y comenzaron a deleitarnos con danzas y canciones típicas. Toda una sorpresa.
Tras un buen rato y cuando ya todos estábamos bien animados, comenzaron a invitarnos a bailar con ellos. Sin lugar a dudas, un simpático y divertido final para aquella velada, que será difícil de olvidar.
Trasnochamos algo más que las noches anteriores y después nos retiramos. A la mañana siguiente no madrugábamos. Desayunamos tranquilamente y después salimos hacia Savuti. Nuestra guía, Ana, nos dijo que comenzaba el safari más duro, pero si hacemos las cosas por voluntad ese adjetivo duro se convierte en puro, en lo que a este safari implica. Duro referido a las condiciones del terreno, a las temperaturas, a que no íbamos a disfrutar de las comodidades de un lodge. Puro por que era real y auténtico, sin aditivos que maquillaran ningún momento. Volvía a estar impaciente.
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Bon Voyage!