La nieve me fascina. Una de las cosas que me gusta de la literatura nórdica es la omnipresencia del clima, el frío, la nieve, los bosques y los paisajes inmensos, ya sean los fiordos o las áridas extensiones de Islandia.
Esa imagen de naturaleza y libertad se respira en cuando abres este libro y permanece durante un tiempo. Está bien lograda esa sensación de vida libre y vuelta al pasado, con su frío, estufa, perro y troncos talados que bajan por el río.
Aquí es dónde hago un alto, y me/les recuerdo (búsquenla en YouTube si no lo conocen, lo merece), la historia del argentino de Mendoza que se va a Toronto. Está bien la naturaleza, pero llega un momento que hasta yo me canso de retozar dando cabriolas sobre la nieve. Que una buena novela no es volver una y otra vez sobre lo mismo, que hay que llegar a alguna parte, que hay que contar algo que merezca ser contado
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Perfecta si se abandona en las primeras cien páginas. Sabia decisión que yo -nobody is perfect!- nunca he sido capaz de tomar con un libro...