Se han utilizado numerosos sistemas para la ejecución de la pena capital a lo largo de la historia, y muy pocos los que han sobrevivido a ellos.
Uno muy antiguo y que se sigue utilizando en algunos países es la horca, por el cual han sobrevivido más condenados. El último caso fue en el pasado mes de abril, en Irán.
Halal, de 26 años de edad, hacía siete que había matado a Abdulá Husseinzadeh tras una pelea, clavándole un cuchillo en el cuello, por lo que había sido condenado a la pena capital por ahorcamiento.
Así es como el 17 de abril de 2014, se encontraba al borde de la ejecución. En un minuto, el padre de la víctima debía derribar la silla a la que estaba subido, y quedar suspendido por una soga que le rodeaba el cuello. De repente, la madre de la víctima subió al tétrico escenario y abofeteó al criminal, perdonándole, y tal como manda la ley islámica, si el reo es perdonado por la familia de la víctima su pena se conmuta por cadena perpetua, además del pago de una cantidad de dinero como indemnización (en este caso 36000 euros).
El único superviviente de la horripilante Gertie
“¡Quítenmelo, dejénme respirar!” fueron los gritos del joven de apenas dieciocho años Willie Francis después de soportar 2.500 voltios en la silla eléctrica. El guardia ejecutor de la sentencia le contestó que no debía estar respirando y seguidamente activó otra descarga. “¡No estoy muriendo!” gritó el reo entre convulsiones.
Antes de la ejecución de aquel 3 de mayo de 1946, otro recluso debía haber revisado el funcionamiento de la letal silla Gertie, pero debido al estado de embriaguez en el que se encontraba, no lo hizo adecuadamente.
Willie Francis había sido condenado a la pena capital por la supuesta muerte de Andrew Thomas, propietario de la farmacia donde trabajaba el joven afroamericano.
El caso no estuvo exento de polémica, ya que albergaba dudas sobre la verdadera culpabilidad de Francis, como que el arma con la que fue asesinado el farmacéutico pertenecía a un ayudante del sheriff de la localidad. El arma y las balas desaparecieron poco antes de la celebración del juicio. En el interrogatorio que fue sometido el condenado, confesó ser el autor del crimen (según el atestado policial) pero en el juicio se declaró inocente. Además, las personas que pudieron ser sospechosas del asesinato nunca fueron tenidas en cuenta. Los abogados del muchacho no se preocuparon por defenderlo dignamente.
Después de sobrevivir, un joven abogado amigo de la víctima, Bertrand DeBlanc, apeló a la Corte Suprema, citando varias violaciones de sus derechos (igualdad de protección, cosa juzgada y castigo cruel e inusual), pero el recurso no prosperó, aunque el juez pidió al gobernador la conmutación de la pena, que no fue aceptada.
Un año después, a las 12:05 PM del 9 de mayo de 1947, Willie Francis pronunció sus últimas palabras: “Estoy listo para morir”.
La inyección letal que no fue tal
En 1984, Romell Broom fue condenado por secuestro, violación y asesinato de Tryna Middleton, de 14 años y que fue asaltada por su verdugo mientras se dirigía a su casa en East Cleveland, Ohio.
El 15 de septiembre de 2009, Broom se encontraba tumbado y atado en la camilla donde se le iban a suministrar todos los fármacos para causarle la muerte, pero tras dieciocho pinchazos realizados por dos enfermeros no pudieron (o supieron) encontrarle las venas.
Tras el intento de ejecución apeló al Estado de Ohio por un trato cruel e inusual y se encuentra actualmente a la espera de una resolución sobre su caso.
Broom se convirtió así en el único condenado a la inyección letal que se salva de la muerte por este método.