San Hugo de Lincoln, obispo. 17 de noviembre.
Infancia y vocación.
Hugo era hijo de un caballero borgoñón, y perdió a su madre cuando tenía ocho años de edad. Su padre lo envió a un convento de canónigos regulares, en la misma ciudad, para que fuera educado para la vida religiosa. Era un niño alegre, amigo de las bromas, pero en el monasterio se le privó de todo juego y risas. “Has venido a ser para Cristo, no para reir”, fue el regaño del superior a la primera broma. En otro niño esto habría hecho estragos, pero la gracia de Dios logró no se traumatizara, y se convirtió en un joven inocente, manso, cariñoso y obediente.
Cuando tenía diecinueve años su maestro lo llevó a la Gran Cartuja, cerca de Grenoble. La grandeza solemne del monasterio, el bello entorno de los Alpes, el silencio y la austeridad hasta en el clima, impresionó tanto su espíritu que rogó a su superior le permitiera entrar en la Orden Cartuja. Sus compañeros trataron de disuadirlo de abrazar una vida de tal severidad y el prior se negó, volviendo todos a Borgoña. Pero la impresión no se borraba de su corazón, y más que impresión, era toda una vocación que se había florecido en su alma. Así que seguro que era la voluntad de Dios, escapó de su convento y se fue a la Gran Cartuja, donde tomó el hábito monástico. La soledad y el silencio de la cartuja le dieron felicidad durante diez años, en los que maduró su vocación.
Cartujo en Inglaterra.
Pero le llegó la hora terminar su vida oculta cuando fue requerido por el rey Enrique II, que había fundado la primera casa cartuja de Inglaterra en Witham, Somersetshire. La fundación iba mal, los priores no eran aptos y entre el rey el obispo de Bath, pidieron que el monje Hugo les socorriera yendo como prior. Se negó, pero luego de hacer oración, entendió que obedecer era lo que Dios le pedía. En Witham lo primero que hizo fue ampliar y mejorar el monasterio, siendo el primero en llevar piedras o maderas al hombro, o en preparar el mortero con sus propias manos. Los cartujos no eran bien vistos entre la nobleza, el alto clero y los abades benedictinos, por la austeridad de su vida, la insistencia en el silencio y la soledad. Les consideraban hombres rudos, hoscos y poco instruidos. Pero la presencia de Hugo, sus modales, cortesía y buen trato (suponemos que volvió a bromear) les hizo cambiar su visión, ganando los corazones de los que le rodeaban. En unos años la comunidad era floreciente de vocaciones, y el monasterio un ejemplo de vida regular.
Obispo de Lincoln y azote de la injusticia.
Lincoln era una sede rica y codiciada por muchos, entre ellos el mismo rey, que la mantuvo vacante dos años para cobrar él sus rentas. Cuando ya la situación se hizo insostenible, en 1886 convocó a los obispos y les dijo que el candidato era Hugo, el prior de la cartuja de Witham. Además de su aprecio a la Orden, un hecho reciente le había movido a una verdadera admiración por el santo prior: estando en una tormenta en el mar, mientras volvía desde Normandía, clamó al cielo: "¡Oh Dios, a quien el prior de Witham sirve, por sus méritos e intercesión sálvanos". Y llegaron sanos y salvos. Hugo se negó a aceptar la mitra, que se contraponía a su amada vocación cartuja. Dos veces rechazó y dos veces fue elegido, por lo que no le quedó más remedio que aceptar la designación, perdiendo de nuevo su libertad como monje.
Hugo reparó la catedral, construyó un hermoso coro y amplió el crucero, haciendo de la catedral de Lincoln uno de los más bellos exponentes del gótico inglés. Entre las intenciones de Enrique, todo sea dicho, estaba la de creerse que Hugo sería sobornable y manipulable. El santo era hombre manso y dócil, pero recto y justo. Eran amigos, pero no amiguetes. El primer problema con el rey vino pronto: Los monteros reales eran hombres déspotas, prontos al castigo de los que se adentraban en los cotos de caza, abusaban de su posición para extorsionar, ofender y aún violentar a las aldeanas. Los campesinos se quejaron de su crueldad a Hugo, que como primera medida excomulgó al jefe de los monteros. Enrique II se enojó, protestó, pero Hugo se mantuvo firme hasta que se hizo justicia y el rey destituyó y castigó a los malvados. En otra ocasión pretendió dar un noble los beneficios eclesiásticos de una parroquia y sus dominios, a lo que Hugo se opuso diciéndole: "estos bienes son para los siervos de Cristo, no para los siervos del rey. Tú ya tienes los medios para recompensar a tus siervos sin sobrecargar la Iglesia con ellos".
Con Ricardo I Corazón de León también tuvo sus encontronazos. Este gravó a la nación con un impuesto adicional para mantener la guerra con Francia. Todos los obispos aceptaron, salvo Hugo, que protestó diciendo que este impuesto solo dañaría a los más necesitados y se negó a aplicarlo en su diócesis. El rey desde Francia mandó que le apresaran, pero Hugo excomulgó a los enviados del rey, que se retiraron. Cuando Ricardo regresó a Inglaterra Hugo fue a su encuentro. Ricardo se negó a recibirle, ni siquiera a saludarle, pero el santo obispo se le acercó y le ofreció el beso de la paz. Ricardo se negó diciendo “no lo mereces”, y Hugo le dijo “porque he recorrido un largo camino para verte, me debes un beso", y le tiró de la capa atrayéndole a él, le tomó la cabeza y le besó. Al rey le hizo gracia esta audacia y se la perdonó. Hugo le preguntó "¿Cómo se encuentra tu conciencia? Eres mi hijo, y yo debo responder por ello ante Dios". "Mi conciencia está limpia", contestó Ricardo, "aunque admito que me enfurezco contra aquellos que son hostiles a mi mando". Hugo le replicó “¿eso es todo? Yo sin embargo he oído quejas diarias de pobres oprimidos, de inocentes afectados, y tierras agostadas con tus imposiciones. Y no es lo único. He oído que no has mantenido tus votos matrimoniales". (conocidas son las teorías sobre la bisexualidad de Ricardo I). Hugo le amonestó y aunque Ricardo se molestó, tuvo que reconocerlo posteriormente: "Si todos los obispos en mi reino fueran como ese hombre, los reyes y príncipes serían impotentes contra ellos". No en balde a San Hugo se le conoce con el apodo de “Hammerking”, o sea “martillo de reyes”, por su enfrentamiento contra las injusticias de Enrique II y Ricardo I. Muerte y veneración.
Después de la muerte de Ricardo I, Hugo fue nombrado legado del rey Juan “sin Tierra” ante Felipe Augusto de Francia. Hugo cumplió su cometido,aprovechó para visitar a su amada Gran Cartuja y sus monjes. De regreso, pasando por Londres, enfermó de fiebres y murió. En su funeral los reyes de Inglaterra y Escocia cargaron el ataúd. Fue enterrado en su catedral de Lincoln y su sepulcro ha sido venerado durante siglos. Fue canonizado por Honorio III en 1280, siendo el primer santo cartujo en ser canonizado, y con motivo de esto, las reliquias se trasladaron al coro de la catedral.
Su iconografía está formada por dos leyendas: una dice que era tan firme su fe en la transustanciación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo, respectivamente; que en algunas ocasiones veía un hermoso Niño en la hostia o sobre el cáliz. Otro elemento iconográfico característico es un cisne que, curiosamente, también lleva su tocayo San Hugo de Grenoble (1 de abril), también cartujo. Según la leyenda, el santo se retiraba a orar en las soledades del estanque de Stow, cerca de Lincoln, en el cual nadaban cisnes. Uno de ellos era despreciado por los demás, pero siempre que el santo se acercaba, le dejaban en paz y el cisne podía estar tranquilo. Y un día, le siguió al palacio episcopal, quedándose siempre juntos, comiendo el cisne de la mano del santo y jugando con él. Solo se separaban cuando San Hugo se iba a la soledad de un monasterio por Cuaresma. Volvía el cisne y a los pocos días Hugo, con lo que se decía que el cisne anunciaba la llegada del obispo, al que todos salían a recibir. Cuando San Hugo murió, el cisne volvió a su lago, pero todos los años, por Pascua sobrevolaba la ciudad.
Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo XIV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.