Continuamos con la tercera parte de este reportaje de cinco capítulos. Os recordamos que para entenderlo es necesario haber leído antes el primero y el segundo.
Como hicimos en la anterior entrada, vamos a partir de la carta de una de las personas que vivieron el Sanatorio “desde dentro” para que sea ella, con sus propias palabras, la que nos lleve de visita por este mágico lugar.
Presentación
Me llamo Marga Botella, trabajo en Defensa (Ejército de Tierra) y cuando me enteré del cierre del Sanatorio me dolió no sólo porque dejaba de funcionar un recinto que fue creado para luchar por la vida, sino porque allí trabajó y murió la hermana de mi abuela y porque allí me curaron.
Aunque a partir de 1975, a raíz del fallecimiento de mi tía, fui perdiendo el contacto con la gente, gracias al grupo de Facebook fui retomándolo, en especial con José Luis López González.
Su idea de colocar una placa en el Monumento de la Armada en recuerdo de todos los trabajadores del Centro me pareció una buena iniciativa, sobre todo viendo las imágenes que se publicaban en internet del Sanatorio.
Mi tía
Yo soy sobrina-nieta de Sor Margarita Esteban, una segoviana nacida en Montejo de la Vega de la Serrezuela.
De la casa-cuna Gota de Leche de Sevilla fue destinada al Sanatorio de Tuberculosos de la Armada cuando lo construyeron y abrieron para atender a pacientes.
Ella y Sor María Josefa Itoiz fueron “las fundadoras”.
Estuvo prestando sus servicios en el Sanatorio de Los Molinos casi toda su vida en la primera planta, destinada a Jefes y Oficiales.
Por otra parte atendía a los enfermos en sus cuidados médicos y también a nivel particular, ya que algunos eran tan humildes, por no decir pobres, que conseguía de los Jefes dinero y les compraba lo que necesitaban porque sus familias no podían enviárselo.
Si se enteraba de alguna familia de Los Molinos que no tenía posibles les ayudaba con el dinero que pudiera, con ropa…. Pero siempre desde el silencio: pocos lo sabían.
Yo era una cría y cuando venía a Madrid la acompaña a los almacenes para hacer sus encargos y compras y a veces incluso regateaba ¡el “2x1” creo que lo inventó ella!
Volvía al Sanatorio en los “Autobuses Larrea” cargada con montones de paquetes y desde casa llamaba para que la fuesen a buscar con el coche oficial a la parada del autobús. Todo por sus enfermos y sus hermanas.
En los años 60 los mozos que ingresaban en filas eran de otras provincias y éste era, para ellos, el único método para conocer España. Los niveles económicos eran muy bajos y casi ninguno tenía estudios ya que ayudaban a los padres en las faenas del campo.
Mi tía, Sor Margarita, enseñó a hablar a Pura Arribas, una trabajadora del Sanatorio que era sordomuda.
Trabajaba en el ropero-planchador y también era segoviana.
Pura llegó comunicándose por señas y leyendo los labios y mi tía, con suma paciencia, le enseñó a hablar. Su agradecimiento y el de sus padres fueron eternos.
Era bajita pero muy grande de corazón, fue muy inteligente, humana, generosa, cariñosa con sus pacientes, observadora y muy alegre, con un comportamiento ejemplar en sus funciones aunque también era una mujer con carácter.
Además era una artista con unas manos maravillosas: pintaba en tela o papel con acuarelas y hacia bordados en sus noches de guardia.
Dibujaba estampas religiosas y aún conservamos alguna en casa.
También era Puericultora.
Como hermana de mi abuela, yo la llamaba “la abuelita” y se cabreaba porque decía que ella no tenía nietos, solo sobrinos.
Su hermano Hipólito (en la foto de arriba), hizo este retrato de ella.
Pertenecía a la orden de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en 2005.
Siguen esperando, en cambio, que la Sanidad Española les reconozca su labor callada.
Otras hermanas de La Caridad que dedicaron su vida a la atención de los enfermos y prestaron sus servicios en el Sanatorio de Marina de Los Molinos que yo recuerde fueron Sor María Josefa Itoiz (Jefa del Laboratorio), Sor María Caminos, Sor Ascensión Valdés, Sor Emilia Arauza (Superiora), Sor Teófila Martínez, Sor Irene y Sor Candelas.
De todas ellas Sor María Josefa Itoiz es la única de las que estuvieron desde la inauguración del Centro que continúa con vida.
Hace poco tuve la suerte de visitarla, 39 años después, y el encuentro fue muy emocionante para las dos.
Aquí está el relato completo del que extraigo este pequeño fragmento:
“El día del cierre me dice que llevaron hasta una banda de música al acto de clausura, interpretaron "La muerte no es el final" y al bajar la Bandera se deshizo en llanto, no podía soportarlo y lo pasó francamente muy mal.
Lo recuerda como un día horrible. No entiende las órdenes del cierre cuando acababan de reponer mobiliario, camas en las habitaciones para acompañantes, cortinajes de tejidos muy caros, suelos de prestigiosas madera, aparatos e instrumentales nuevos y a ella la habían llevado un aparato para el laboratorio de Berlín u Holanda (no recuerda la procedencia bien) que era lo último en tecnología.
Ha hecho un recorrido por todo el Sanatorio de Marina, del quirófano, planta por planta de lo que había, de lo deteriorado de lo que cambiaron, todo está en esa cabecita que se mantiene al cien por cien a sus 91 años.
Le ofrecieron la oportunidad de ir a ver el Sanatorio cuando los desalmados ya habían campado a sus anchas y ante lo que la contaban, de su preciado laboratorio no quedaba ni un tubo, las pintadas, los deterioros y "demás gamberradas" que por lo visto se hicieron allí, rehusó el ofrecimiento.
Ella también se pregunta ¿por qué gastaron tanto dinero para cerrarlo?”
Paciente del Sanatorio
En 1964 yo tenía 9 años y estuve muy enferma: no comía, estaba fatigada, pálida y pesaba 11 kilos.
El médico de Madrid no sabía lo que tenía… y lo peor de todo es que podía ser algo de pulmón, una dolencia muy común en la época.
Mi madre trabajaba en el Ministerio del Ejército pero en vez de llevarme al Hospital del Generalísimo (otro que también cerraron pero han reutilizado) mi tía habló con los médicos de Los Molinos de mi caso y me llevaron al de Marina, donde me hicieron pruebas y análisis.
Resultó que tenía una anemia muy rara, más aún para mi edad y nos dijeron que me llevaría al cáncer si no me curaba.
Mi médico de Madrid quedó impresionado al ver tal cantidad de radiografías, analítica y demás pruebas: en la época era todo muy básico y yo volví de Los Molinos con un diagnóstico completo.
El tratamiento, inyecciones de hígado (muy dolorosas) y vitaminas durante meses, dieta rica en hierro y sobre todo una analítica cada 15 días para controlarlo y radiografías.
Para los chequeos quincenales, mensuales o anuales me llevaban a Los Molinos los sábados y para mí era “una excursión” e iba feliz: no me importaban ni los pinchazos ni las pruebas.
Recuerdo que me tumbaban en unos aparatos muy raros pero allí había mucho cariño por todas partes y al ser pequeña incluso me mimaban.
De ellas se encargaba Sor María Josefa, de la que os he hablado antes, que además era la Jefa del Laboratorio.
Al terminar y mientras esperaba los resultados, Eliseo Serrano, primo de mi tía, jardinero y encargado de los cerdos (a mí me parecían muy grandes) me llevaba a verlos y a veces le ayudaba a echarles la comida, que era básicamente todo lo que sobraba de la cocina.
Otras veces me entretenía viendo la fuente, paseando por el jardín…
Hasta Los Molinos iba con unos tíos que tenían coche y salía de casa con un bocadillo para después del análisis porque entonces el viaje hasta el Sanatorio era como de casi 2 horas y en ayunas.
A pesar de eso, volvía a casa con el bocata y tardé meses hasta que empecé a comérmelo.
En el Sanatorio empezaron a darme un zumo de naranja y alguna vez, Sor María Josefa llegaba con los resultados de las pruebas y un bocata de jamón que era tan bueno que aún hoy lo recuerdo como el mejor manjar que he probado.
A pesar de eso me lo tenía que comer a la fuerza y tardaba horas sentada en una silla en el cuartito al final del pasillo de la primera planta o en la terraza que tenía mi tía asignada viendo el paisaje.
Los demás enfermos se los comían a toda velocidad, pero yo no podía, no tenía ganas.
Al final tardé 3 años en curarme.
A día de hoy estoy operada de dos carcinomas de mama con ambas mastectomías, uno en 2001 y el otro en 2011.
Desde que tuve la anemia siempre supe que padecería de cáncer pero lo afronté bien y luché.
Seguí todos mis tratamientos y siempre recomiendo hacerse las revisiones.
Vida familiar
Por aquel entonces las hermanas cuando visitaban a sus familiares no podían ir solas: tenían que ir acompañadas y por eso mi tía siempre venía a casa con alguien.
A Sor María Josefa la recuerdo con mucho cariño.
Era alta, muy risueña, simpática y muy buena persona y era ella la que siempre acompañaba a mi tía a casa junto a Sor Emilia, la Madre Superiora.
Recuerdo que el día de mi Comunión mi tía, Sor María Josefa y Sor Emilia Arauza, estando yo ya con el vestido puesto me hicieron bailar con música en la radio, pues Sor María Josefa siempre decía que se me daba muy bien y que tenía arte.
Le gustaba mucho la música y era la voz en los coros en la Capilla.
Me recogí el vestido y me puse a “flamenquear” y mientras ellas me aplaudían y se reían a carcajadas mi madre no paraba de chillarme porque iba a destrozar el vestido y lo estaba arrugando.
Yo, claro, les echaba la culpa a ellas y mi madre le decía a mi tía que era peor que los críos.
La muerte de Sor Margarita
En agosto de 1975 iba a realizar su primer viaje en solitario para pasar el cumpleaños de su hermano con la familia en Baides (Guadalajara).
Con todo preparado, se sintió indispuesta y nos anunció que no podría acudir.
A los pocos días nos dieron el aviso de que había fallecido.
Toda la familia nos fuimos directos Los Molinos, donde nos dijeron que la causa de la muerte había sido un paro cardíaco, aunque después nos enteramos de que estuvo incluso con oxígeno.
Sor Margarita falleció el 28 de agosto 1975 en su casa: el Sanatorio.
Su velatorio duró tres días y toda la gente que la conoció quiso estar presente, así que se pidió retrasar el entierro.
Para darle su último adiós llegaron también los amigos con los que trabajó en Sevilla muchos años antes, en la casa-cuna, a pesar de que en aquella época el viaje en tren suponía un día completo.
Fue enterrada en el Panteón de la Armada, en Los Molinos.
A los familiares, entre otras muchas, nos enviaron sus condolencias Gabriel Pita da Veiga y Sanz (Ministro de Marina), Carlos Zurita y Delgado (Duque consorte de Soria y esposo de la Infanta Margarita de Borbón) así como su padre, Carlos Zurita y González-Vidalte.
El Duque de Soria estuvo con ella en el Sanatorio haciendo el Servicio Militar.
Estudió medicina y se especializó en el aparato circulatorio y enfermedades del tórax tras su paso por Los Molinos. Incluso creo que realizó alguna práctica allí.
Cuando concedieron a mi tía la Cruz del Mérito Naval con Distintivo Blanco de segunda clase, el Duque de Soria estuvo presente entre los invitados y quedó en llevarla a visitar a la Infanta Margarita y a conocer a Alfonso, su hijo, que hacía unos días que había nacido.
Desgraciadamente ella falleció al mes siguiente y no pudo llegar a conocer al niño.
Fue muy querida tanto en el Sanatorio como en la casa-cuna de Sevilla: jefes militares, enfermos y familiares vinieron al entierro, demostrando la clase de persona que era y suponiendo para nosotros, su familia, una gran satisfacción y un enorme orgullo.
Jamás vieron otro sepelio igual allí: decían que ni los militares de alta graduación recibieron tanta distinción.
Había montones de coronas y se hablaba de más de 300 personas.
La misa funeral no la pudieron decir en la capilla y se habilitó un salón para ello en el que sólo a la familia pudieron poner sillas porque no disponían para tanta gente.
Los pobres trabajadores estaban desbordados.
Ahora desde aquí quiero agradecer a todos los que lo vivieron, nuestro más profundo agradecimiento.
A mi abuela María, que era su hermana le enviaron “sus pertenencias: un cubierto, los diplomas de puericultora y la orla de la concesión de la Cruz junto a la cinta de audio.
Desde entonces, lógicamente, fuimos perdiendo contacto con el personal.
Regreso al Sanatorio
Años después, gracias a internet volví a interesarme por el edificio al saber que lo habían cerrado.
Fui de horror en horror viendo los vídeos de las supuestas psicofonías, patéticas por cierto, o el vandalismo que ha sacudido todo el lugar, del que no queda nada en condiciones salvo la fachada y porque no la han podido picar.
Para mí son culpables tanto Defensa por dejarlo abandonado a su suerte como el Ayuntamiento por no poner medidas de seguridad para los intrusos.
El Ministerio de Defensa es responsable de que documentos clínicos estén pululando por la red sin control: la Ley de Protección de Datos se la han pasado por el forro de la gorra y eso está contemplado como delito.
Parece que todos salieron corriendo del lugar: no es normal “desalojar” un edificio y dejar allí tal cantidad de material y mobiliario que ahora ha sido destruido por gente sin escrúpulos ni conocimiento.
Por todo ello me uní a los deseos de José Luis de devolver todo el esplendor del que un día gozó el Sanatorio de la Armada de Los Molinos.
Hice difusiones de su estado en prensa y radio: El Mundo, ABC, El País, La Razón, Onda Cero, Cadena Ser, La Voz de la Sierra… Desde El Mundo me contestaron que “pasaremos su sugerencia a la sección correspondiente para que la examine” mientras que El País publicó un artículo denunciando el abandono y la situación en que estaba el recinto hospitalario.
El Sanatorio de la Marina era un lugar muy cuidado: limpieza por donde pasabas, todo estaba en orden, los suelos brillaban, las paredes estaban bien pintadas con sus cuadros decorándolas, había detalles por todos lados, mobiliario se encontraba en perfectas condiciones, puertas y ventanas bien conservadas, el jardín precioso… todo en perfecto estado de revista, que dicen los militares.
Los trabajadores se empleaban a fondo y se veían los resultados. Ahora es una fábrica de grafitis y mala leche.
Un paraíso hospitalario que no demostraba lo que era en realidad: un centro médico de tuberculosos.
El aire que se respiraba dentro era tan sano como el de la Sierra, no ni olía a medicinas ni a productos desinfectantes.
Pero sobre todo, la gente era encantadora.
No entiendo que con las veces que ha salido el solar a subasta no haya habido nadie interesado: es muy sospechoso que siempre quede el concurso desierto, así como que el Ayuntamiento no haga nada para rehabilitarlo.
Una ilusión
Nuestra lucha es conseguir que el lugar tenga vida propia.
Aquello se puede utilizar para cualquier cosa como un hospital: los enfermos de esa zona van a Majadahonda, al Puerta de Hierro, ¿no vendría bien descongestionarlo creando un centro para los que viven en la Sierra?
Una universidad, un hotel con la idea de explotar de la Sierra de Guadarrama por la nieve, una residencia de ancianos, un centro de rehabilitación, una biblioteca, un complejo deportivo, un centro comercial, cines, teatros… lo que sea, pero que cree algunos puestos de trabajo, que son muy necesarios en la zona, para una juventud que a día de hoy no tiene futuro.
¿Lo que sucederá con el recinto? A corto-medio plazo lo que vemos es muy pesimista porque no hay iniciativa por ningún lado y, siendo realista, la crisis no nos ayuda.
Mucho me temo que la desidia ganará esta batalla en tierra firme.
Ahora con vuestro interés sobre el tema nuestros anhelos se han acrecentado.
Ojalá que a alguien se le encienda la lucecita y recupere estos terrenos.
Hasta aquí la sincera y emocionante carta de Margarita, a la que agradecemos de corazón que nos haya dedicado todo este tiempo.
Nosotros volveremos el próximo mes con la cuarta entrega de la historia del Sanatorio de Marina. Será justo después de las vacaciones de Semana Santa.
Texto y fotografías personales: Margarita Botella
Texto adicional/corrección: Tomás Ruiz
Fotografías: Daphneé García y Tomás Ruiz (exceptuando las cedidas, cuyo autor o procedencia está escrito en la propia foto)