Revista Religión

Santa Bibiana de Roma (II)

Por Santos

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Ya vimos en el artículo anterior la tradición acerca del martirio de Santa Bibiana, su madre Dafrosa y su hermana Demetria. Como todas las tradiciones, y a pesar de que, como decíamos, el relato es bastante coherente –sobre todo si se justifica desde la problemática legal más que la religiosa- tendrá su parte de verdad y su parte de duda. Las evidencias materiales ayudan, afortunadamente, a esclarecer esta cuestión.

La primera mención a Santa Bibiana la encontramos en el Liber Pontificialis, que nos dice que el papa Simplicio (468-473) dedicó “dentro del recinto de la ciudad, cerca del palacio Liciniano, una basílica a la bienaventurada mártir Bibiana, donde su cuerpo reposa”. Esta inscripción data del siglo V, y siendo muy temprana, tiene ya de por sí gran valor para probar la existencia de la Santa, pero esto, por fortuna, no es todo.

Esta iglesia aún existe, en el monte Esquilino, cerca de la vía férrea. Fue restaurada a principios del siglo XVIII por el papa Barberini, Urbano VIII. El gran escultor barroco Gian Lorenzo Bernini, protegido del papado, se encargó de las excavaciones, y fue él quien descubrió, bajo el altar, las reliquias de la Santa, metidas en dos vasos de vidrio con su correspondiente inscripción identificatoria. Claro que no se sabía si siempre habían estado allí, o se las había trasladado desde otro lugar hacía siglos.

Pero aún no fue eso todo. En un estrato más profundo aparecieron dos sarcófagos superpuestos. Dentro había dos esqueletos cubiertos de cal, y tal hecho demostró que no habían sido trasladados, pues esta antigua medida higiénica de cubrir cadáveres con cal no hubiera sido empleada para un traslado. De donde se dedujo que la basílica se había levantado por encima de estas tres sepulturas, dos intactas, y la tercera dividida y quizá trasladada. 

Es evidente cómo, sabiendo que la tercera era Bibiana, iban a ser identificadas las otras dos sepulturas: como la de Dafrosa y Demetria. La tradición también dice que quien hizo levantar esta basílica sobre la sepultura de las tres mártires fue una viuda piadosa llamada Olimpia, tras la muerte del emperador Juliano, y que vivió allí hasta los tiempos del papa Siricio (384-389).

Queda una pregunta por responder: ¿qué hacían las tres mujeres enterradas en la ciudad, cuando la Ley de las Doce Tablas seguía prohibiéndolo tan terminantemente? Al hagiógrafo que redactó la passio esta cuestión no le interesa, ya que en su época esta Ley ya no existía y ni siquiera la considera. Hay quien dice que quizá el presbítero Juan lo hizo por miedo a ser descubierto trasladando los restos al exterior de Roma. 

El papa Barberini, apasionado de la Contrarreforma, publicó el culto a esta “nueva” mártir, pero con el tiempo fue decayendo. Había sido venerada con auténtica pasión en la Edad Media, siendo una figura muy importante, ya que es abogada contra la epilepsia y las enfermedades mentales (“posesión diabólica”, para la época), los dolores de cabeza y la borrachera. Pero posteriormente y a pesar de los esfuerzos del papa León III, que trasladó a su basílica los restos de los mártires Beatriz, Simplicio y Faustino en un intento de reavivar el culto y la devoción al santuario, empezó a ser olvidada.

Actualmente esta iglesia, decorada por pinturas de Pietro da Cortona que relatan la vida y martirio de las Santas, y presidida por la bellísima escultura de Bernini (en la imagen), conserva bajo el altar los restos de las tres mujeres, así como una columna roja donde según la tradición Bibiana fue atada y flagelada hasta la muerte (sus atributos son, por tanto, la columna, el flagelo y, en ocasiones, el puñal con el que se comprobó su muerte).

Es importante hacer notar que existen muchas otras mártires de nombre Bibiana (“viva, viviente, llena de vida”, en latín), nombre que se puede escribir de muchas formas (Viviana, Vibiana); pero todas ellas son mártires de las catacumbas y no deben ser confundidas con esta mártir romana.

Meldelen

 


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