Eva Duarte de Perón (1919-1952)1Al inicio de la novela Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, el narrador nos dice que tras varios días de haber permanecido en el umbral que divide los dominios de la vida y la muerte, Eva Perón despertó limpia, sin percibir las atroces punzadas en el vientre y con la certeza de su muerte inexorable. Las intertextualidades no siempre son estrictamente literarias: a veces sus vasos comunicantes impregnan lo real, de una manera atroz. No es posible al leer esta novela y dejar de lado el caso del extinto presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías. El retrato de la obsesión por el poder que ha enajenado desde siempre al ser humano: desde Ramsés, Cleopatra, Alejandro Magno, Octavio Augusto y Catalina de Medicis; hasta Federico II de Prusia, Imelda Marcos, Napoleón, Cristina Fernández, Hitler o Stalin. El carcinoma detectado en julio de 2011 al presidente de Venezuela, contrario a lo que pudiera pensarse, no disminuyó en lo más mínimo las ansias de permanecer incólume en su vitalismo político, sino que incluso parece haber impulsado una suerte de reto a la muerte, exacerbando sus ánimos, que le llevaron a una febril campaña mediática para al final ser reelecto. El parecido de Chávez con la historia de Eva Perón, novelada por Tomás Eloy Martínez, es abrumador.
Este efecto especular del poder politico latinoamericano, recuerda esa idea hegeliana del fin de los ciclos de la historia, entendida esta como un destino manifiesto en lo universal subjetivo. La figura del poder, tan eminentemente humana, atraviesa gran parte del argumento de esta novela y tiene relación directa con el destino general que va más allá de lo político y abarca lo humano en todos sus sentidos. Eva Duarte de Perón, la protagonista principal, junto a los otros dos personajes, no menos relevantes: la enfermedad y la muerte, exhibe lo contingente de la condicion humana, que obliga a aquellos hombres y mujeres, deleitados con las mieles del poder, a imponerse ante las vicisitudes del momento para perpetuar su paso como figuras de relevancia, en este mundo de traidores que tan rápidamente olvida. En un magistral fragmento de la novela, Eva Perón, ya en su lecho de desahuciada, toma la mano al general Juan Domingo Perón, su esposo, y le dice que hay una sola cosa que no le perdonará tras su muerte: ―¿Que me case de nuevo?― le pregunta Perón, medio en serio medio en broma. Evita le responde con cierto desdén, advirtiéndole que eso será lo mejor que puede hacer el caudillo, ya que así sabrá lo que ha perdido. Y enseguida aclara: ―Lo que no quiero es que la gente me olvide, Juan―le advierte con una angustia implicita en su discurso, no manifiesta, pero que evidentemente intuimos―. No dejés que me olviden. Perón la tranquiliza diciéndole que ya todo está arreglado. Ella le repite lo mismo, en tono incrédulo, como si no quisiera convencerse de la certeza de su propia existencia y su más pronta finitud. Hugo Chávez (1954-2013)La literatura, en ese sentido es un ejercicio de la memoria, pero sobre todo en este caso particular, del poder y sus consecuencias. Desde luego, –dirá un lector crítico–, hay muchas novelas de las que se puede desprender ese atributo del poder en relación con las contingencias del cuerpo, a saber: la vejez, la enfermedad y la muerte. Recordamos Memorias de Adriano, El General en su Laberinto, Yo Claudio, La Fiesta del Chivo, por nombrar algunas. Sin embargo, Santa Evita, por reunir una serie de atributos particulares como su paralelo con la situacion histórica particular de un régimen caudillista, el un presidente con cáncer en un país sudamericano en tiempos de crisis, parece sintetizar la idea del ciclo histórico hegeliano, que tendría su identificacion literal con la Venezuela del difunto Hugo Chávez.2Ese retrato de la obsesión del poder y su ocultación por parte del séquito de servidores, que como los ayudantes de cámara en las antiguas cortes europeas, escamotean a los flashes y cámaras omnipresentes, las miseras evidencias de la contingente naturaleza humana de los poderosos, es lo que hace tan sugerente la actitud de altivez en medio de la enfermedad –de Evita Perón y Hugo Chávez–. ¿Está la realidad jugando a la ficción; o está la literatura copiando a la realidad; o talvez, no este no es sino el ciclo del eterno retorno del poder reflejándose en la tez macilenta de los poderosos en decadencia?En la novela de Martínez, un oscuro coronel de inteligencia del ejercito argentino, Carlos Eugenio de Moori Koenig, es encargado por sus superiores de llevar un detallado informe, tanto de las recaidas, como de las cantidades cúbicas de sangre que pierde la enferma diariamente. ¿Acaso en Venezuela los servicios de inteligencia nacionales –por no hablar de los internacionales como la CIA–, no estarían interesados en haber conocido de primera mano el real estado del fallecido mandatario venezolano? Tras la muerte de Evita, el 26 de julio de 1952, los opositores al régimen peronista empiezan a temer que su cadáver pueda convertirse en un arma capaz de tumbar como un cataclismo a todos los elementos del estabishment político argentino. ―Cada vez que en este país hay un cadáver de por medio, la historia se vuelve loca. Ocúpese de esa mujer coronel ―le ordena el presidente interino.―No he comprendido bien, mi general. ¿Qué significa ocuparme? En circunstancias normales, sabría qué hacer. Pero esa mujer ya está muerta.El vicepresidente le dedicó una sonrisa de hielo:―Desaparézcala ―dijo. Acábela. Conviértala en una muerta como cualquier otra.Esa es la única diferencia entre los cadáveres, su relación con la historia. El del portero, el lustrabotas o del humilde conductor de tranvía o autobús, dista mucho del de un monarca o caudillo: ¿por qué el poder parece alterar la ontología de la muerte? Descarga: Santa Evita-Tomás Eloy Martinez